“Hace
tiempo que tiré la toalla; ahora me conformo con
sobrevivir”. No es
raro oír expresiones de este estilo, hablando con
gente de la enseñanza. La tarea de
enseñar, en estos últimos tiempos, se ha vuelto muy
difícil. De “auténticos héroes”
calificaba recientemente José Saramago la labor de las
maestras y maestros. Las
quejas son muchas, y de no pequeño peso: desmotivación
del alumnado,
indisciplina, falta de respeto, ratios demasiado
elevadas, excesiva heterogeneidad en
una misma aula, escasa consideración del trabajo
docente por parte de la sociedad y
de las propias administraciones...
Se tiende,
sin embargo, a veces, a recrearse más de la cuenta en
este tipo
de consideraciones, incluso se exageran, con lo que
sus efectos paralizantes van en
aumento. Los datos estadísticos no parecen confirmar
estas excesivas alarmas. De
una reciente encuesta sobre la convivencia en los
centros escolares se deduce que,
en un alto porcentaje, tanto las familias como las
alumnas y alumnos se muestran
satisfechos en general con el funcionamiento de los
centros. Es, al menos, una
percepción alentadora.
En
cualquier caso, es cierto que los problemas son
grandes y complicados.
Pero ello no debe ser motivo de desánimo, sino al
contrario: ha de ser considerado
como un reto que hay que afrontar con las mejores y
más ilusionantes energías.
Habrá que formarse día a día para responder a las
actuales exigencias educativas,
habrá que buscar nuevas estrategias, habrá que
conseguir una más estrecha
colaboración con las familias, habrá que exigir más
apoyo y más y mejores medios a
las distintas administraciones (la simple reducción a
15-18 alumnos/as por aula
amortiguaría muchos de estos problemas)... No hay que
olvidar, sin necesidad de
acudir a falsas retóricas, la importancia y
trascendencia de nuestra tarea. Como
decíamos el pasado 5 de octubre con motivo del Día
Mundial del Personal Docente,
“Educar, además de instruir, es inspirar, revelar el
potencial de cada persona, ofrecer
nuevas perspectivas, dar la posibilidad de que cada
niña, cada niño, pueda convertir
sus sueños en realidad”.
La
implantación de la LOCE, a la que nos hemos opuesto
con nuestra mayor rotundidad,
no es precisamente un motivo de regocijo. Tampoco este
obstáculo debe frenar nuestra
ilusión por el trabajo. A pesar de la LOCE y, a veces,
contra la LOCE, podemos seguir
buscando la mejor formación del alumnado.
Queremos
aprovechar el entorno del Día de la Enseñanza para
recuperar y reforzar nuestra ilusión por el
trabajo docente.
STELE Octubre 2003
|