No es
la profesión del futuro, precisamente. O, tal vez, sí.
Depende de cómo se mire. En los países desarrollados
hay problemas para “reclutar” maestros; en el tercer
mundo, faltan. Los primeros demandan formación “a la
carta”, como un producto más del mercado, a gusto del
cliente y según sus posibilidades económicas. Por eso
consumen información de todo tipo y a través de
múltiples medios.
Sin
embargo, el problema actual es tanto de exceso
informativo como de calidad de esa misma información.
La cuestión está en quién filtra, selecciona y
dosifica esa información, que permita abrirse camino
en el intrincado bosque informativo que nos abruma. Es
decir, para enterarnos verdaderamente de lo que pasa
por el mundo, y para distinguir, en fin, la realidad
de lo que nos cuentan. Y aquí la escuela y el maestro
juegan un papel ineludible y de gran importancia
educativa.
Conversando recientemente con dos ilustres amigos, el
pedagogo italiano Francesco Tonucci “Frato” y el
periodista Fabricio Caivano, creador de la emblemática
Cuadernos de Pedagogía, concluíamos en
que la educación tiene mucho de seducción, y que
educar de verdad no es sino educarse(se)
juntos, que es como mejor se afrontan los retos
cotidianos de la vida.
¡Inolvidable! No hablábamos del seductor al estilo
de los charlatanes engañabobos de simpatía empalagosa,
que, repetidos como clones, aparecen en las
televisiones que nos atontan. Hablábamos del domino y
la magia de la palabra, del saber escuchar, de la
libertad de expresión; de la tolerancia, del respeto,
de la amistad, del compromiso, del valor necesario
para educar… Seduce y convence quien está convencido,
porque los demás aprenden de su coherencia.
Vaya
nuestro homenaje y afecto, en el día del docente,
a todas las maestras y maestros, profesoras y
profesores, educadoras y educadores, que dignifican
con su ejemplo esta apasionante profesión, y que, al
mismo tiempo, día a día, luchan incansablemente desde
el aula, la política o el sindicato, por mejorar las
condiciones de trabajo del sector docente y la calidad
de la enseñanza pública.
¡Chapeau!
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