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EXIGIMOS DERECHOS, CREAMOS VALORES |
Cuando hablamos de Derechos Humanos parece que desde siempre han sido incluidos los de las mujeres, no es así. La historia de los Derechos Humanos de las mujeres es muy reciente, hasta principios del Siglo XX las mujeres no comenzaron a salir de la sombra y a aparecer en la vida pública. Ni siquiera en la revolución industrial y la Ilustración propició la consideración de la mujer como ser humano igual que el hombre, de hecho, en la Revolución Francesa, Olymp de Gouz fue decapitada por el atrevimiento a de pedir la igualdad de derechos para las mujeres. Siempre hemos hablado de la larga lucha de las mujeres, de nuestro empeño en conseguir justicia, de que jamás nadie nos ha regalado nada, de que constantemente debemos estar vigilantes pues la sombra del patriarcado que impregna todo es tremendamente larga y sólo tras muchos años de lucha, las mujeres, hemos logrado avances, y hemos conseguido, al menos en el plano jurídico, el pleno reconocimiento como seres políticos iguales a los hombres. El siglo XX se inició con la demanda del acceso de las mujeres a la educación, al empleo remunerado y a la política, y ha terminado con la exigencia del acceso al ámbito público en aspectos tales como la participación equilibrada en las instituciones democráticas y en el proceso de toma de decisiones, en definitiva, en el poder. Actualmente se han producido cambios profundos en la actitud, mentalidad y estructuras: las mujeres hemos logrado salir de la esfera doméstica y entrar en el mundo profesional, educativo, etc., aunque en la esfera política sigue siendo un terreno sin conquistar. Desgraciadamente, el aumento de la participación de las mujeres en el ámbito público, no ha venido acompañada ni de una redistribución de las responsabilidades familiares ni de la representación de las mujeres en las instituciones democráticas, ni en el proceso de toma de decisiones políticas. La baja participación de las mujeres en las estructuras económicas y políticas se debe a las discriminaciones directas e indirectas, a las desigualdades en el mercado laboral, a las altas tasas de desempleo femenino, a las insuficientes infraestructuras sociales, a la distribución desigual del tiempo y de las responsabilidades familiares, al acoso sexual, a la violencia, a la reproducción de estereotipos distorsionados en los distintos medios, el doble rasero de la moral sexual, etc. El panorama de participación actual en los foros de decisión sigue siendo desolador. Desde la Segunda Guerra Mundial, 28 mujeres han sido elegidas Jefas de Gobierno o han desempeñado el cargo de Jefas de Estado, la mayoría ha sido en países de Asia. En Europa, sólo los países escandinavos han logrado la igualdad de géneros en el Gobierno. En 1988, la representación de mujeres en los Parlamentos fue del 14´8% y en la actualidad ha bajado hasta el 13´4%, lo que viene a demostrar que todavía a estas alturas no alcanzamos la representatividad que nos corresponde. La mayor representación de mujeres en el gobierno se da en Suecia y Finlandia con el 52´6% y 44´4% respectivamente, son países de una larga tradición en políticas de igualdad de oportunidades. En el Reino Unido existe un 53% de mujeres activas en el mercado laboral, la cuarta tasa más alta de la Unión Europea, debido a una sólida legislación en materia de igualdad, pero paradójicamente siguen estando muy poco representadas en puestos directivos o de toma de decisión. Resulta evidente que a medida que los países apuestan por políticas de compensación de desigualdades se avanza en la consecución de objetivos. Es importantísimo la sensibilización del sector educativo (escuelas, universidades, medios de comunicación) y campañas destacando las ventajas de una política de igualdad tanto en el sector público como en el privado. En la actualidad, el único país con una legislación de obligado cumplimiento que exige el equilibrio entre hombres y mujeres es Bélgica, donde la proporción de mujeres ha de ser por lo mínimo de un tercio. En otros países no tienen una legislación específica pero son los propios partidos los que se comprometen a aumentar el número de mujeres en sus listas. El principal problema estriba en que no se las suele colocar en puestos de salida o especialmente relevantes. El problema profundo consiste en superar la barrera de la función reproductora y doméstica para alcanzar el equilibrio en el ámbito público. Los hombres y las mujeres deberían asumir la misma responsabilidad en la vida privada, pública, económica, política y familiar. Además de revisar las estructuras de los partidos, sindicatos, instituciones, etc., es importantísimo superar la falta de autoconfianza debida a una carencia educativa apropiada y a un bagaje histórico-cultural negativo, sin referentes femeninos. Es fundamental una formación en el liderazgo y la toma de decisiones, oratoria y autoafirmación para las mujeres. Revisar la orientación profesional y resulta absolutamente necesaria la coeducación en todo el sistema educativo. No nos podemos permitir el lujo de continuar con una civilización que desprecia a la mitad de sus componentes, desperdiciando sus experiencias y despreciando determinados valores que son fundamentales para avanzar en la humanización social. Para que la democracia funcione debe estar basada en la participación de todas las personas en la toma de decisiones, las mujeres formamos la mitad de la población y tenemos derecho a estar representadas proporcionalmente. La igualdad es un derecho humano universal por lo tanto tenemos el mismo derecho a participar en las mismas condiciones en el ámbito público y privado, debemos abolir el mismo rasero y superar la exclusión histórica de las mujeres. En toda sociedad democrática las decisiones deberían reflejar los intereses y valores de todas las personas y las mujeres suponen la mitad de los recursos mundiales de talento y capacidad, por lo que su infrarrepresentación priva a la humanidad del uso eficiente de los recursos humanos. Las mujeres tenemos un interés particular por la justicia, el diálogo, la dimensión ética de la vida pública, conciencia del valor del consenso, sentido de la solidaridad social y mayor preocupación por las personas que nos sucederán. La diferente visión del mundo puede contribuir a redefinir las prioridades en el terreno político e incorporar temas, además de plantear nuevas perspectivas para las principales cuestiones políticas y la resolución de problemas. Por todo lo anteriormente expuesto, se necesita urgentemente la creación de un nuevo marco social e institucional que refleje los cambios producidos hasta la fecha y que apoye la igualdad de oportunidades en todos los ámbitos de la vida pública y privada. Las mujeres, en conjunto, estamos asociadas a la no-violencia, al diálogo, al compromiso, la reconciliación y la solución de diferencias con medios pacíficos. Si los varones adoptasen esta escala de valores, habría más solidaridad, se daría una alternativa a la actual cultura de la violencia, respetando las diferencias, habría una mayor sensibilización en torno a cuestiones sociales relacionadas con la calidad de vida. En definitiva, conseguiríamos un mundo más humano, más equitativo y más justo donde mereciera la pena vivir. Fdo.: Mª Carmen Ferrer Abellán. |