
El humo de los incendios
es un aviso de tragedia, la manera en que la
naturaleza comunica su devastación, es la
prueba inequívoca de que algo arde. El humo
es también la espuela que activa los
mecanismos para alejarse del fuego y
emprender su extinción de forma prudente y
eficaz. Quienes no hacen caso al
humo o se limitan a señalarlo con el dedo
corren el riesgo de que las llamas les
alcancen y les quemen.
El ministro Wert
ha incendiado la educación como un pirómano
profesional, con varios focos activos y
simultáneos y materiales comburentes.
Una obra maestra de la piromanía a la altura
de Nerón, una obra de arte ígneo tan colosal
que delata la concurrencia de cómplices
necesarios perfectamente orquestados. No le
han faltado voluntarios, algunos de ellos
contrastados maestros de la hoguera y
adictos al olor de chamuscada carne humana o
de libro llameante.
Han utilizado las
astillas de los comedores escolares, la paja
de la productividad docente, el papel del
rendimiento del alumnado, la madera de la
Educación para la Ciudadanía, el cartón de
las tasas y, ahora, la gasolina de las
becas. El Ministerio de Educación
es una pira desde que Wert tomó posesión de
él y la columna de humo, densa, negra y
abigarrada, ha sacado a la ciudadanía a la
calle para intentar, en vano, extinguirla.
Por primera vez, toda la comunidad escolar,
a una, le protesta a un ministro que se
crece entre pitos y abucheos.
La humareda de Wert
distrae del colosal incendio que asola a
España. No hay ministerio que no
tenga su particular fogata: las llamas
consumen la sanidad, la dependencia, el
trabajo, el paro, la jubilación, el presente
y el futuro. Cuando arde un bosque,
se hace negocio con el desastre, se adquiere
a bajo precio la devaluada tierra quemada y
la madera presuntamente inservible se vende
a precio simbólico. En España, intereses
privados han ayudado a diseñar el incendio
de lo público y esperan obtener un
beneficio, tan pingüe como vergonzoso,
librado por los mismos que gobiernan y
atizan los rescoldos.
El corifeo Wert y
su orquesta mediática intentan que la propia
población damnificada por su quema proclame
que la educación que más ilumina es la que
arde. Las generaciones anteriores
hicieron un esfuerzo titánico para que
España estudiase, centraron sus energías y
sus ilusiones en que sus hijos y nietos
recibiesen una educación entendida como la
llave de la libertad que a ellos les fue
amputada por un golpe de estado y una
posguerra analfabetizante.
Ni un ministro ni
un ministerio al completo tienen la
capacidad suficiente para incendiar un país
entero sin el beneplácito de un partido
disciplinado, la ayuda taimada o el silencio
cómplice de influyentes sectores sociales y
una piadosa bendición interesada.
El incendiario Wert es un yihadista
ejemplar, un kamikaze obediente, capaz de
inmolarse por los suyos. Su humareda sería
perfecta si no fuera por la presencia
inflamable de Bárcenas, con su mecha y su
combustible, preparado para que las llamas
no decaigan.
Realmente, España
se ha convertido en un infierno para la
población y también para los propios diablos
que lanzan bolas de fuego desde las sedes
del poder. El gobierno acabará
achicharrado. Bárcenas ya está en prisión.
En un país con una decencia democrática
mínima, le seguirían muchos y muchas más de
quienes pusieron la mano en el fuego por sus
sobres más que por él.
Coincido con José Luis
Sampedro: “Nos educan para ser
productores y consumidores, no para ser
personas libres”.