No hay ninguna reforma en
España tan importante como la de la
Educación. Sin embargo, a estas alturas, ya
puede decirse con desolación que seguramente
no tenemos remedio. El debate sobre la
reforma educativa en España es el ejemplo
más acabado de aquel lema del Mayo francés:
«Cuando el dedo enseña la luna el idiota
mira el dedo». Los maestros de Primaria,
los profesores de Secundaria, los
catedráticos de Universidad, los padres de
familia, los bedeles de los colegios. Hay
miles de testimonios, libros, documentos y
artículos sobre el deterioro de la Educación
en todos sus niveles. Las cosas que se
cuentan ponen la carne de gallina. Los
alumnos llegan a la Universidad poniendo
faltas de ortografía, no entienden lo que
leen porque no leen, lo cual les lleva a no
comprender tampoco los enunciados de los
problemas de Matemáticas. La imposición de
teorías pedagógicas según las cuales lo
importante no es saber quiénes eran los
Reyes Católicos, sino aprender a aprender
para adquirir habilidades en el marco de un
crecimiento integral de la persona humana,
ha derivado en la ignorancia. Los alumnos
tienen que mirar la palabra «disciplina» en
Google para saber lo que significa, los
profesores están desmotivados y los padres
desorientados porque no saben qué hacer.
Naturalmente que hay buenos colegios en
España. Para quien pueda pagarlos y para
quien tenga la suerte de vivir al lado de
los concertados, que suelen ser los mejores.
Las voces de alarma de los
profesores sensatos que, dejando a un lado
la ideología, piden una reforma integral de
la Educación no han sido escuchadas. La
fatiga histórica nos persigue. En el debate
político sobre la reforma de Wert se ha
hablado de todo menos de lo importante. Se
ha discutido sobre la asignatura de
Religión, pero no sobre el aprendizaje del
inglés. ¿Por qué el Sindicato de Estudiantes
no se manifiesta exigiendo a Wert que los
alumnos españoles acaben el Bachillerato
sabiendo inglés? Tampoco he oído que
protesten por el tajo que se da en los
programas de estudios a las asignaturas de
Humanidades, en particular el Latín y la
Filosofía. Un drama tremendo en el que nadie
repara.
Así es como hemos desembocado
en la polémica de las becas, también
desenfocada. Pedir a los chicos que estudien
más para sacar buenas notas, tengan o no
tengan beca, se ha convertido en algo
reaccionario o revolucionario, según se
mire. Si pueden sacar un 5 para qué se van a
esforzar para sacar un 7. El mayor
atentado contra la igualdad de oportunidades
no es pedir más nota para tener una beca. El
mayor atentado contra la igualdad de
oportunidades es la degradación de la
educación pública. Los españoles con menos
recursos sólo tendrán la posibilidad de
prosperar con una enseñanza pública de
calidad. Eso es lo que hay que exigir al
ministro y no está claro que su ley lo
garantice.
Miles de niños pobres
pudieron llegar a la Universidad en los años
70 y 80 del pasado siglo gracias a la
calidad de la enseñanza pública.
Estudiábamos de memoria, leíamos a los
clásicos, ni se nos ocurría replicar al
profesor y aprender a aprender era una
redundancia. Pero sin esa educación, yo no
hubiera hecho una carrera ni estaría
escribiendo esto.