El ministro José Ignacio Wert parece ir por
la vida como uno de esos tertulianos
frívolos e inflamables que sueltan
incandescencias por los platós a ver si les
crece el Twitter. El último chispazo lo dio
ayer en TVE sugiriendo que un universitario
que no llegue al 6,5 de nota media debería
plantearse dejar o cambiar los estudios
porque, principalmente, no tendrá derecho a
beca si la necesita. El fondo del asunto es
atroz. Perverso. Mucho peor que agarrar el
sintagma «golpismo universitario», dejarlo
caer aquí, en la columna, y esperar a lo que
venga. Más o menos a la manera alegre de
Wert, pero haciendo menos daño.
El respeto a la educación pública y la
obligación de preservar el derecho a su
acceso es otra de las reglas democráticas
que están siendo sometidas a una demolición
controlada. Diríamos, en homenaje a Mandela,
que la medida del ministro establece un
apartheid académico que no puede ser casual,
pues se van a joder no los que no alcancen
el 6,5, sino los que no puedan pagarse el no
llegar a la nota por los motivos que sean.
Eso lo propone el ministro de un Gobierno
que ha forzado a algunos de los mejores
licenciados de este dudoso país al fabuloso
mundo de la «movilidad exterior» (hallazgo
de su compi Iluminada Báñez), como si los
huidos de alto expediente estuviesen en
Mallorca de balconing con un tanga por
manguito.
Wert, tan propenso al starlettismo, ha
encontrado por fin la bomba de relojería que
iba buscando en sus apariciones: la
segregación entre quienes pueden financiarse
la carrera desde el cinco pelao y la puta
calle de quienes se tengan que retirar de
los estudios con un 6,4, por insolventes.
Está disimulando la discriminación con esa
cursilada de la excelencia. Pero en el fondo
ruge el rencor académico que impulsa a
algunos empollones, según se reconoció en
este periódico el ministro/tertuliano. Algo
así como un ajuste de cuentas del Pepito
Grillo de turno, de los que creen en la
enseñanza como negocio y apostolado. Pues lo
de la formación y la igualdad de
oportunidades les parece cosa de clases
medias y sólo genera Ni-Nis. Por cierto, Ni-Nis
que votan.
Este nuevo zafarrancho de combate con el que
inaugura el verano el peor valorado del
Ejecutivo es, aún, más infame e injusto que
el show que ha dado en la cartera de
Cultura. Al final, con asuntos así, uno se
pregunta de qué sirve un ministro de
Educación (y de lo otro) como JIW. Quizá, a
la manera de los tertulianos, viva tan sólo
de eso. De malbaratar. De confundir. De
dejarse ver.