El preámbulo de la
Declaración Universal de los Derechos
Humanos de 1948, en su tercer considerando
destaca un régimen de Derecho como esencial
para la protección de los derechos humanos y
contempla que cuando los gobiernos de los
países dictan leyes injustas, que van contra
los intereses generales de la población, los
pueblos tienen la obligación de rebelarse y
desobedecer. Literalmente: "Considerando
esencial que los derechos humanos sean
protegidos por un régimen de Derecho, a fin
de que el hombre no se vea compelido al
supremo recurso de la rebelión contra la
tiranía y la opresión".
La insumisión, la
desobediencia civil, es por tanto un arma al
servicio de la ciudadanía para intentar
revertir y hacer entrar en razón, -la razón
de la defensa de los intereses generales en
un Estado de Derecho-, a los gobiernos, que
actúan de manera ilegítima contra los
derechos y libertades de la ciudadanía.
La sociedad afectada utiliza
la resistencia para no perder tales
derechos y libertades, cuya conquista
es el producto de luchas durante décadas de
generaciones pasadas. La resistencia a que
las siguientes generaciones vivan peor que
sus padres o sus abuelos. La resistencia a
la emigración forzosa. La resistencia, en
definitiva, al empobrecimiento y la
exclusión social, al que parecen querer
destinar los gobiernos y la Troyka a una
parte importante de la población.
Los poderes establecidos y
estos gobiernos, que legislan en beneficio
de las minorías, han decidido rebajarnos los
salarios y las pensiones, eliminar los
derechos laborales y sociales, privatizar el
patrimonio público, que es lo que garantiza
un Estado Social y de Derecho, un reparto de
la riqueza y unos ciertos niveles de
cohesión social.
Los grandes beneficiarios de
esta contrarrevolución son los poderosos de
cada país, que siguen acumulando riqueza y
poder a costa de la mayoría. Lo público se
ha convertido en una oportunidad para los
negocios privados. La sanidad, la enseñanza
y los servicios sociales están siendo
comprados por bancos, constructoras y
aseguradoras. Las medidas sobre las
pensiones, propuestas ad hoc por un comité
de "expertos" en privatizaciones, ayudados
incluso por algún sindicalista, le sirven al
Gobierno como excusa argumental para ponerse
al servicio de bancos y aseguradoras, que
van a ser los beneficiarios de los planes de
pensiones, a los que, atizando el miedo y la
necesidad, han inducido a una parte de la
sociedad.
Algunos ejemplos para
caracterizar la actual situación: Branko
Milanovic, principal economista investigador
del Banco Mundial manifestó que el 8% de las
personas que disponen de mayores fondos en
el mundo obtiene hasta el 50% de todos los
ingresos del planeta. Mientras, en el Estado
Español, en 2012 el número de millonarios
aumentó un 5,4% y el paro ya ha superado los
seis millones de personas. Los mandatarios
de EE.UU y de la UE se acaban de reunir en
una paraje idílico irlandés para avanzar en
el Tratado de Libre Comercio, o lo que es lo
mismo, eliminación de todas las barreras
para el enriquecimiento de los más ricos y
el empobrecimiento de los más pobres.
Mientras tanto, no han tenido la misma
premura en poner fecha para acabar con los
paraísos fiscales, con el robo legal de las
multinacionales, que evaden impuestos del
erario público en cifras astronómicas.
Oxfam estima que al menos 14
billones de euros pertenecientes a fortunas
individuales se esconden en paraísos
fiscales repartidos por todo el mundo. “Este
dinero perdido representa el doble de lo
necesario para que cada persona del mundo
pueda vivir con más de 1,25 dólares al día,
es decir, para acabar con la pobreza
extrema”, explica la organización a través
de un comunicado. Por su parte, la UE
calcula que los países miembros se pierden 2
billones de euros en evasión fiscal cada
año. Una cantidad que supera los
presupuestos destinados a Sanidad en cada
estado europeo y supone cuatro veces el
dinero destinado a educación en toda la
Unión Europea.
La necesaria insumisión de
los de abajo frente a esta contrarrevolución
de los ricos nos debe llevar a una
desobediencia activa. Y me voy a centrar en
el caso educativo y la LOMCE del
desprestigiado Ministro Wert, que amenaza
ahora con una campaña propagandística para
intentar vendernos las bondades de una
Ley que nos retrotrae medio siglo en
educación. Por mucho que se empeñe en la
jerarquización y en erradicar la democracia
de los centros, atribuyendo la total
capacidad de decisión a las direcciones de
los mismos, las comunidades educativas
con los equipos directivos al frente, tienen
la posibilidad y la obligación de vivir y
potenciar las prácticas democráticas en los
centros: convirtiendo los claustros del
profesorado, consejos del alumnado y
consejos escolares en órganos participativos
y en los que se toman decisiones, que luego
los equipos directivos ejecutan. El
Consejo Escolar debe ser el máximo órgano de
decisión, y eso no lo prohíbe ley alguna. Y
cuando la Dirección de un centro asuma el
papel de capataz hay que denunciarlo y
desobedecer.
Se hace necesaria la unidad
para la defensa de lo público, para seguir
reclamando una Inversión de, al menos, el 7%
del PIB en Educación Pública.
El impulso a las prácticas
democráticas en los centros nos va a llevar
al conjunto de los sectores de las
comunidades educativas a seguir alcanzando
acuerdos para defender una Escuela
Pública, gratuita, científica, laica,
participativa, que prepare para la vida y no
para la empresa, y que forme personas
críticas.
La educación, la sanidad, los
servicios sociales, el funcionariado, las
personas paradas, las que trabajan en
precario, el estudiantado, los pensionistas
y jubilados, en definitiva, la clase
trabajadora en su conjunto, hombres y
mujeres, tenemos que unir nuestra
resistencia a la pérdida de derechos y
libertades, nuestra insumisión a las leyes
injustas y continuar saliendo a las
calles para revertir esta situación.
Somos mayoría y juntos podemos. Ni un paso
atrás.