Si cualquier
convocatoria de huelga general merece una
especial atención por su trascendencia e
impacto político, la que se celebrará
mañana, 14 de Noviembre, aún más: se trata
de la primera huelga internacional del siglo
XXI.
Mañana Europa
vivirá una Jornada Europea de Acción y
Solidaridad por el empleo y contra las
medidas de austeridad, que incluye protestas
y manifestaciones en múltiples países así
como una convocatoria de huelga general en
España, Portugal, Italia y Grecia. Además, a
dicha convocatoria se unirán en nuestro país
múltiples colectivos y movimientos sociales,
contribuyendo con ello a que la huelga
trascienda el ámbito estrictamente laboral.
Los ciudadanos
europeos, especialmente los de los países
periféricos, han experimentado un
significativo retroceso de sus condiciones
de vida desde que comenzó la crisis. Los
trabajadores griegos han visto cómo
sus salarios y pensiones se recortaban entre
un 30% y un 40%, cómo se suprimían el 15% de
los empleos públicos, cómo se retrasaba en 4
años la edad de jubilación y cómo se
cerraban cientos de colegios y hospitales.
En Portugal se suprimieron las pagas
extra de empleados públicos y pensionistas,
se han eliminado 100.000 puestos de
funcionario y una reforma laboral ha
reducido las indemnizaciones por despido,
las vacaciones, los subsidios de desempleo y
la remuneración de las horas
extraordinarias. El gobierno italiano
incrementó el IVA del 21% al 23%, elevó la
edad de jubilación hasta los 66 años y
congeló las pensiones, al tiempo que ha
procedido a la privatización de numerosas
entidades públicas. En España
conocemos de sobra las recetas exigidas por
la Troika: los recortes salariales y los
despidos han afectado de forma generalizada
a los trabajadores tanto en el sector
público como en el privado, se ha retrasado
la edad de jubilación y se ha alargado el
periodo de cómputo para su cálculo, la
reforma del mercado de trabajo facilitó y
abarató el despido al tiempo que quebraba la
negociación colectiva, y los recortes en
sanidad y enseñanza han sido generalizados y
masivos (eliminación de derechos de
asistencia, cierre de servicios y unidades,
copago de medicamentos, incremento de las
tasas universitarias, despidos de personal,
etc.).
Estas
políticas, implementadas bajo la presión
de Bruselas y en nombre de la recuperación
económica, no han hecho más que
profundizar la crisis, empobrecer a
millones de ciudadanos en toda Europa e
incrementar las desigualdades sociales.
Además, estas medidas se han adoptado sin
respaldo social y de forma fraudulenta, dado
que no estaban contempladas en los programas
electorales de los gobiernos que las han
impuesto.
Con ello, en
los diversos países de la periferia europea
se consuma una estafa similar: una crisis de
origen bancario, vinculada a la
sobredimensión de los balances de estas
instituciones y/o al endeudamiento externo,
ha podido ser transferida por las élites
económicas al sector público, de forma que
sea sufragada por el conjunto de la
ciudadanía y, particularmente, por las
clases trabajadoras. Los rescates vinculados
al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera,
incluido el rescate de 100.000 millones de
Euros solicitado en junio por el gobierno
español a la UE para recapitalizar la banca,
permiten –de forma más o menos directa– ir
saldando las deudas con los acreedores
privados y los inversores extranjeros a
cambio de que el país “rescatado” contraiga
una nueva deuda con la UE, que pasa a ser
pagada con los recortes sociales y los
impuestos de los ciudadanos.
La
socialización de las pérdidas bancarias,
una estructura impositiva regresiva y
caracterizada por la desfiscalización de las
rentas del capital, y la negativa del BCE a
comprar deuda de los países en apuros han
determinado que las economías periféricas
incrementasen durante la crisis su deuda
pública. Así, aunque el déficit primario
(aquel que excluye el pago de intereses
sobre la deuda) de Portugal, España, Grecia
e Italia se sitúa actualmente, en promedio y
según datos de Eurostat, en el -1,6% del
PIB, estas economías se ven forzadas a hacer
dramáticos recortes sociales para seguir
pagando los abultados intereses de la deuda
pública. Sólo en España los intereses de
esta deuda ascienden a 114.000 millones de
euros durante el periodo de 2008 a 2012
(equivalente a un 12% del PIB).
Frente a
semejante estafa global las organizaciones
sindicales europeas han convocado la primera
huelga general del siglo XXI. Dado que la
agresión contra los derechos laborales,
sociales y democráticos es continental,
también la respuesta tiene que serlo, en lo
que constituye un importante hito en la
historia sindical europea.
Este es el
camino a seguir si se quiere frenar la
ofensiva que vivimos en este momento contra
los derechos sociales y si se pretende
impulsar una política económica alternativa,
que tome como punto de partida el abandono
de los recortes fiscales y camine hacia
moratorias, renegociaciones y quitas
significativas en el pago de las deudas. Las
declaraciones programáticas, los manifiestos
críticos y los llamamientos a un cambio en
la política, aunque necesarios, serán papel
mojado si no cuentan con el respaldo social
necesario y con la movilización popular que
los empuje.
Por todo ello,
mañana seremos millones las trabajadoras
y trabajadores, los ciudadanos, que –desde
Lisboa hasta Atenas, pasando por Madrid y
Roma– no daremos clase, no pasaremos
consulta, no acudiremos a los talleres ni
encenderemos las fundiciones, no sacaremos
las escobas de los armarios, no encenderemos
los ordenadores de las oficinas, no
abriremos nuestras tiendas ni descolgaremos
los teléfonos de los centros de atención al
cliente, no nos pondremos a los mandos de
metros, trenes o autobuses ni tampoco
consumiremos. En definitiva, las
personas que hacemos que nuestra sociedad se
ponga en marcha cada mañana no lo haremos en
esta ocasión.
Porque
parar mañana significa generar las
condiciones para que una alternativa
política sea posible pasado mañana. Nuestro
futuro y el de los nuestros depende de ello.