La esperanza es lo último que se pierde. Durante unas
horas estuve dispuesto a aplaudir a Mitt Romney por
hablar sinceramente de lo que significan realmente sus
exigencias de tener un Estado más pequeño.
Pero olvídenlo. A renglón seguido, el candidato volvió a
su yo normal, y negó que hubiese dicho lo que dijo, y
ofreció muchas excusas que se contradecían entre ellas.
Pero vamos a hablar de las verdades que dijo
accidentalmente, y de lo que revelan.
En los comentarios que Romney trató de desmentir más
tarde ridiculizaba al presidente Obama: “Dice que
necesitamos más bomberos, más policías y más
profesores”. Y acto seguido afirmaba: “Es hora de que
recortemos el Estado y ayudemos a los estadounidenses”.
Pueden ver por qué estaba dispuesto a darle puntos por
su sinceridad. Por una vez admitió de hecho lo que sus
aliados y él quieren decir cuando hablan de reducir el
Estado. A los conservadores les encanta hacer creer que
existen enormes legiones de burócratas públicos que
nadie sabe qué están haciendo; en realidad, la mayor
parte de los trabajadores públicos son empleados que
trabajan en la enseñanza (maestros) o en la protección
pública (agentes de policía y bomberos).
Entonces, ¿deshacerse de los maestros, de los agentes de
policía y de los bomberos ayudaría a los
estadounidenses? Bien, algunos republicanos preferirían
que los estadounidenses recibiesen menos formación.
¿Recuerdan que Rick Santorum describía a las
universidades como “fábricas de adoctrinamiento”? De
todas formas, ni el deterioro de la enseñanza ni el
empeoramiento de la protección son temas de los que
quiera hablar el Partido Republicano.
Pero la cuestión más relevante por el momento es saber
si los recortes de empleos públicos que aplaude Romney
son buenos o malos para la economía. Y ahora disponemos
de muchas pruebas relacionadas con esa cuestión.
En primer lugar, está nuestra propia experiencia. Los
conservadores les harán creer que nuestros
decepcionantes resultados económicos han sido causados
en cierta manera por el excesivo gasto del Gobierno, y
eso impide al sector privado crear empleo. Pero la
realidad es que el crecimiento del empleo del sector
privado ha sido más o menos igual que el de las
recuperaciones de las dos últimas recesiones; la gran
diferencia esta vez es la caída sin precedentes del
empleo público, que cuenta ahora con 1,4 millones de
puestos de trabajo menos que si hubiese aumentado tan
rápido como lo hizo con el presidente George W. Bush.
Y si tuviésemos esos puestos de trabajo adicionales, la
tasa de desempleo sería mucho más baja de lo que es:
algo así como del 7,3% en vez del 8,2%. Sin duda alguna,
parece que recortar el Estado cuando la economía se
encuentra en una profunda depresión resulta más
perjudicial que beneficioso para los estadounidenses.
Sin embargo, la prueba realmente decisiva sobre los
recortes del Estado proviene de Europa. Piensen en el
caso de Irlanda, que ha recortado 28.000 puestos de
trabajo públicos desde 2008, lo que equivale, en
proporción a la población, a despedir a 1,9 millones de
trabajadores estadounidenses. Estos recortes fueron
aplaudidos por los conservadores, que vaticinaron
grandes resultados. “La economía irlandesa está dando
muestras alentadoras de recuperación”, declaró Alan
Reynolds, del Instituto Cato, en junio de 2010.
Pero la recuperación nunca llegó; el desempleo irlandés
supera actualmente el 14%. La experiencia irlandesa
demuestra que la austeridad ante una economía deprimida
es un terrible error que se debe evitar si es posible.
Y el hecho es que en Estados Unidos es posible. Pueden
alegar que los países como Irlanda tuvieron, y tienen,
unas opciones políticas muy limitadas. Pero Estados
Unidos —que, a diferencia de Europa, tiene un Gobierno
federal— tiene una forma fácil de dar marcha atrás en
los recortes de empleo que están matando la
recuperación: puede hacer que las reservas federales,
que pueden pedir prestado dinero a unos tipos
históricamente bajos, proporcionen una ayuda que permita
a los Estados y a los Ayuntamientos capear las épocas
malas. Eso, básicamente, es lo que el presidente estaba
proponiendo y de lo que Romney se estaba burlando.
Por eso, el exgobernador de Massachusetts estaba
diciendo la verdad la primera vez: al oponerse a ayudar
a los Estados y a los Ayuntamientos acosados por los
problemas, está en realidad pidiendo más despidos de
maestros, de policías y de bomberos.
En realidad, es un poco irónico. Mientras que a los
republicanos les encanta arremeter contra Europa, son en
realidad los que quieren emular la austeridad al estilo
europeo y sufrir una depresión al estilo europeo.
Y no es solo una deducción. La semana pasada, R. Glenn
Hubbard, de la Universidad de Columbia, uno de los
principales asesores de Romney, publicó un artículo en
un periódico alemán en el que instaba a los alemanes a
ignorar el consejo de Obama y a que siguieran llevando a
cabo sus políticas de línea dura. Al hacerlo, Hubbard
estaba desautorizando la política exterior de un
presidente en ejercicio. Y lo que es más importante, sin
embargo, estaba prestando su apoyo a una política que se
está hundiendo mientras leen esto.
De hecho, casi todo aquel que sigue la situación actual
se da cuenta de que la obsesión alemana por la
austeridad ha llevado a Europa al borde de la
catástrofe, es decir, a casi todos, menos a los propios
alemanes, y miren por dónde, al equipo económico de
Romney.
Ni que decir tiene que esto pinta mal si Romney gana en
noviembre. Todos los indicios apuntan a que su idea de
política inteligente consiste en redoblar los mismísimos
recortes de gasto que han impedido la recuperación en
Estados Unidos y que han hecho que Europa entre en una
barrena económica y política.
Paul
Krugman
Premio Nobel de Economía 2008
Catedrático Universidad Princeton. |