Después de
conocer las medidas adoptadas por el
gobiernos para “racionalizar” el gasto
educativo en la universidad no sé bien qué
es peor, el ataque a la universidad pública
que suponen o las mentiras que el Ministro y
los dirigentes del PP están diciendo para
justificarlas.
La universidad española tiene problemas
objetivos que son muy bien conocidos porque
han sido puestos de manifiesto por muchos
estudios empíricos realizados desde todos
los enfoques ideológicos.
Sabemos que está mal financiada. No solo
porque recibe menos recursos que la media de
los países de nuestro entorno y mucho menos
que los sistemas universitarios de
vanguardia a los que siempre nos comparan
(las práctica totalidad de las 100 mejores
universidades a las que refiere el Ministro
para decir que ninguna española está entre
ellas, están en países en donde se invierte
en I+D el doble que en España). También lo
está porque la financiación que reciben las
universidades no se dirige suficientemente
bien y porque no hay suficientes mecanismos
de evaluación de su impacto, de su equidad,
eficacia y rendimiento.
En casi la totalidad de nuestras
universidades hay un claro desacople entre
demanda y oferta de titulaciones, y por
supuesto también a nivel global. Tanto las
autoridades académicas como las políticas
han asumido el ineficaz e insensato criterio
de que una universidad es mejor si dispone
de un completo abanico de titulaciones, lo
que ha dado lugar a duplicidades muy caras e
inútiles y ha dificultado la especialización
que hubiera permitido utilizar mucho mejor
los recursos.
La universidad española tiene también un
problema grande porque no está inserta en un
auténtico sistema de enseñanza superior. En
la práctica no existe la formación
profesional de máximo nivel, o la enseñanza
superior solo consagrada a la docencia más
orientada a la formación laboral de
excelencia, y eso ha masificado también
inútilmente los centros universitarios con
alumnos y profesores que deberían
encontrarse realmente en la enseñanza
superior no universitaria. Los intentos de
acercar los estudios superiores a las
demandas del mercado laboral incidiendo solo
en la actividad universitaria sin
desarrollar la enseñanza superior no
universitaria es una barbaridad porque
desnaturalizan a la primera que, por
definición, no debe funcionar solo para
satisfacer a las demandas de los mercados o
las empresas sino, precisamente, para
proporcionar la inteligencia colectiva que
permita el progreso, que no es otra cosa que
el cambio constante de las inercias
dominantes.
En gran parte, estos problemas subsisten
porque el sistema de control social ideado a
través de los consejos sociales no ha
funcionado. Y no se puede decir que eso haya
ocurrido por culpa de los universitarios.
Entre las presidencias y secretarías que
ocupan dirigentes de partidos gobernantes
que estaban en el dique seco (por cierto con
sueldos desorbitados que se deberían hacer
públicos) y que son muy poco operativas y
las personalidades que los conforman en
otros casos sin apenas capacidad ejecutiva
sobre el funcionamiento de la universidad,
solo se ha conseguido que los consejos se
dediquen a dar unos cuantos premios, a
ponerle unas algunas trabas sin importancia
a los presupuestos para hacerse notar y a
muy poco más.
Para proponer soluciones a problemas como
estos y a otros más que puedan ponerse sobre
la mesa, el Ministerio ha creado una
comisión de expertos formada por personas
todas ellas de indudable mérito y capacidad
y del más alto nivel profesional o
académico, pero de una gran homogeneidad
ideológica. Es fácil prever que si se dejan
fuera del análisis y de la posibilidad de
hacer propuestas a quienes representan
sensibilidades y preferencias diferentes y
que responden también a los intereses de una
buena parte de la población, las
conclusiones a las que se llegue estarán
sesgadas y nunca responderán a las
necesidades del conjunto de la sociedad.
En cualquier caso, el gobierno no ha
esperado a disponer de propuestas para dar
el hachazo y ha adoptado medidas que llama
de racionalización pero que simplemente
representan un ataque sin precedentes a la
universidad pública española.
Ha modificado la dedicación docente del
profesorado en virtud de un supuesto
criterio de dedicación a la investigación
que no lo es y que lo que va a conseguir es
un doble efecto perverso: que sea todavía
más difícil que los profesores compaginen la
docencia y la investigación y que se puedan
atender con eficacia las nuevas necesidades
que plantea el sistema de Bolonia que así va
a perder lo único bueno que podía haber
traído consigo. Paralelamente el Ministerio
ha dado un tajo brutal en los Presupuestos
Generales del Estado a los recursos
destinados a financiar la investigación, lo
que se va a traducir en docenas de proyectos
paralizados, en mucha menos movilidad y en
una menor presencia de los investigadores
españoles en la vanguardia de la ciencia
internacional. Y la disminución en el número
y variedad de becas va a impedir que los
mejores talentos se dediquen a la actividad
investigadora si no disponen de recursos
propios. Más o menos lo que va a ocurrir si
la subida de tasas no se hace
racionalmente, con mayores criterios de
equidad y con más becas o sistemas
alternativos de financiación de las
matrículas.
Y, como decía al principio, el Ministerio ha
tomado estas medidas difundiendo una serie
de datos erróneos, que realmente entran en
la categoría de mentiras cuando se repiten
conscientemente, y que solo se orientan a
desprestigiar a la universidad pública
española con el fin de justificar el daño
que se le hace. El Ministro Wert ha hecho
referencia, por ejemplo, a que en España hay
un excesivo número de universidades, cuando
lo cierto es que hay menos por habitante que
en los países que están en la vanguardia del
conocimiento (en España hay casi el doble de
alumnos por universidad pública que en el
Reino Unido y casi seis veces más que en
Estados Unidos; y prácticamente la mitad de
universidades de las que hay en California,
en donde se inventó que había solo 10); ha
hecho mención erróneamente a los datos de
abandono de estudios (confundiendo la salida
de la universidad con el cambio de
titulación) y ha exagerado sin fundamento el
supuesto coste de ello; utiliza los datos de
desempleo de universitarios para afirmar la
ineficacia de las universidades públicas
pero no los compara con la tasa de paro
general; y no tiene en cuenta que otros
indicadores de eficacia y rendimiento
académico muestran que la universidad
pública española prácticamente está a la
altura de las demás de nuestro entorno
aunque dispone de muchos menos recursos para
la docencia y la investigación o cuando
gastamos la tercera parte en becas
(Ver José
Antonio Pérez García y Juan Hernández
Armenteros en La
reforma de la Universidad: preguntas erróneas, respuestas
incorrectas.-El País, 16 de abril de 2012).
No puede ser casualidad que se estén
difundiendo tantos datos falsos y opiniones
negativas sobre la universidad española
justo cuando, en lugar de abordar los
problemas que tiene de verdad, se adoptan
recortes que son los que realmente van a
impedir que cumpla con eficacia sus
funciones. Yo creo que no es ni mucho menos
casualidad, porque desde hace tiempo sabemos
que lo que está haciendo el Partido Popular
en política universitaria y educativa en
general es lo que mismo que hace en el
conjunto de los servicios públicos:
disminuir sus recursos, dejar así que
empeore su gestión y funcionamiento y
propiciar de esa manera que se vaya
consolidando la provisión privada.
Si lo dijeran claro, al menos podríamos
pensar que quienes lo están haciendo son
políticos transparentes y honrados.
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