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Utilizar
las tasas para recaudar es pervertir su función,
convirtiéndolas en impuestos particulares sobre la gente
que, no contenta con tener hijos, quieren además que
estudien |
El presidente del Banco Central alemán opina que no
debemos proclamar el fin del mundo cuando los intereses
de la deuda a largo plazo de un país rondan
temporalmente el 6%. Yo opino lo mismo, pero no voy a
insistir en ello porque no es el tema de este artículo.
Ignoro lo que piensa el Sr. Weidmann sobre cómo
conseguir que los mercados pidan por la deuda pública
tipos de interés más cercanos a los de Alemania. Yo no
creo que sirva de mucho abaratar el despido ni reformar
la enseñanza. Tampoco creo que sea muy útil reducir el
déficit público con tantas prisas. Y aunque coincido en
esto con ‘The Economist’, tampoco voy a insistir en
esto, por no ser el tema de esta nota.
Me gustaría en todo caso coincidir, con el Sr. Weidmann
y con cualquiera, en que si para reducir el deficit se
hiciera preciso reducir el gasto, los recortes deben
guiarse por un sencillo principio de proporcionalidad:
tanto por ciento de entrada en todos los capítulos y ya
se verán después las excepciones. Lástima que tampoco
sea este el tema.
El tema es si aumentar las tasas que los estudiantes
pagan en la Universidad es un buen procedimiento para
reducir el déficit público. Yo creo que en caso de que
haya que reducir el déficit, además de reducir el gasto
conviene subir los impuestos. Pero no creo que convenga
subir las tasas. La diferencia principal entre impuestos
y tasas es que los primeros están para recaudar para los
gastos de todos según la renta y la riqueza de cada
cual, mientras que las segundas deben servir para que
los usuarios hagan un uso racional de los servicios
públicos. Utilizar las tasas para recaudar, volviendo a
los usos fiscales del Antiguo Régimen, es pervertir su
función, convirtiéndolas en impuestos particulares, en
este caso sobre la gente que, no contenta con tener
hijos, quieren además que estudien. (No vale objetar que
no se llaman tasas, sino precios públicos, porque eso no
cambia el carácter de la Universidad pública).
Ahora bien, si de lo que se trata es de elegir entre
gravar la matrícula en la Universidad o el consumo de
medicamentos, entonces sí me parece bien que paguen los
estudiantes. Al cabo, lo peor que puede pasar es que
algunos dejen de estudiar.
Julio
Carabaña
Catedrático Sociología
Universidad Complutense |