Se ha dicho
muchas veces que invertir en educación es
invertir en futuro.
Pues bien, en
el enésimo incumplimiento de las promesas
electorales del PP a cuenta de la
crisis, el recorte de 3.000 millones en
educación primaria y secundaria anunciado el
lunes por el ministro José Ignacio Wert no
solo va a truncar las posibilidades de
mejora de las que dependía la capacidad del
país para asumir los retos de la sociedad
del conocimiento, sino que va a suponer una
regresión a parámetros y condiciones que
creíamos superados desde hacía mucho tiempo.
Por la forma
en que se va a aplicar, el recorte supone,
en la práctica, desinvertir gran parte del
esfuerzo hecho en los últimos años.
El número
máximo de alumnos por aula pasará de 27 a 30
en primaria y de 30 a 36 en la secundaria
obligatoria; los centros solo podrán pedir
un interino para cubrir una baja a partir de
10 días de falta, y se elimina la obligación
de ofrecer en cada centro al menos dos de
los tres tipos de bachillerato existentes
(normalmente se imparten ciencias y letras).
Si el recorte
va a concretarse, como se ha anunciado, en
reducir las plantillas en una cuantía que
aún no conocemos, pero que puede ser
importante, y en sobrecargar a los docentes
con más horas lectivas, más alumnos por
clase y la sustitución de sus compañeros
enfermos, ¿cómo se puede afirmar, como hizo
el ministro, que eso apenas va a afectar a
la calidad?
Solo hay que
acudir a las hemerotecas para comprobar cómo
la reducción de esos parámetros y la
posibilidad de que los docentes dispongan de
más tiempo para actividades de refuerzo y
preparación se han presentado por sucesivos
Gobiernos de uno y otro color como elementos
clave de mejora del sistema.
Si ayer eran
una mejora, su retirada no puede ser
presentada hoy como algo neutro para la
calidad.
La crisis
obliga, ciertamente, a racionalizar y a
tratar de optimizar, con medidas
organizativas, los recursos disponibles.
Pero no es eso lo que presentó el ministro a
los consejeros de Educación, sino un recorte
lineal que cada autonomía tendrá que
administrar como pueda.
La forma en
que el ministro anunció a los
consejeros el plan, sin un triste
documento o una memoria que cuantifique
su impacto, puede ser considerada además una
falta de respeto en la que nunca debió
incurrir el titular de una cartera que se
llama Educación.