La gran atención dedicada a la crisis financiera por
parte de los medios de comunicación ha facilitado que
quedara en segundo plano uno de los fenómenos más
importantes y preocupantes en la evolución de la
economía productiva, es decir, en el sector de la
economía donde se producen los bienes y servicios. Hasta
hace poco los beneficios de las grandes empresas
dependían primordialmente de la demanda doméstica para
tales productos. De ahí que era importante que los
salarios, por ejemplo, fueran elevados, pues la mayoría
del consumo de tales empresas (alrededor del 80%)
procedía del consumo de los asalariados y sus familias
en el país donde se ubicaban sus sedes centrales.
Pero esto está cambiando muy rápidamente. Actualmente,
el consumo de tales grandes empresas, hoy en día
transnacionales, se produce fuera del país, y de una
manera creciente en los países emergentes. China es
importante, no sólo por la baratura de su fuerza de
trabajo, sino por el enorme potencial de consumo de su
población: casi una quinta parte de la población
mundial. Jeffrey Immelt, el CEO (Chief Executive Officer)
de la General Electric, es decir el que manda más en
dicha empresa, indicó recientemente que de los 14.250
millones de dólares en beneficios que la compañía
estadounidense hizo en 2010, 9.100 millones se habían
realizado fuera de EEUU, siendo China uno de los países
que generó mayores beneficios.
Estos beneficios se basan, no sólo en los bajos salarios
de los trabajadores chinos (la gran mayoría de empleados
de las grandes empresas como Apple, Hewlett Packard,
General Electric o empresas de Internet, están en
China), sino también en el consumo realizado por los
millones de chinos que están integrados ya en el mercado
internacional. Y no sólo en China. En 2001, el 32% de
los ingresos de las 500 compañías estadounidenses más
importantes, procedían del extranjero. En 2008 tal
porcentaje había subido al 48%. El ciudadano
estadounidense, pues, deja de tener importancia para las
grandes empresas transnacionales no sólo como
trabajador, sino también como consumidor. El bajón de su
capacidad adquisitiva y, por lo tanto, de la demanda de
los productos de tales transnacionales, ha sido
sustituida por la demanda generada por las “nuevas
clases medias” que están surgiendo en los países
emergentes.
La respuesta propuesta para subsanar esta situación era
que los trabajadores estadounidenses y de otros países
desarrollados, como los europeos, pudieran competir con
los trabajadores chinos o de los otros países emergentes
a base de aumentar su productividad. Pero esta situación
está perdiendo validez a medida que la productividad en
los países emergentes está creciendo enormemente.
Esta situación explica, en parte, la situación
aparentemente paradójica de que, aunque la economía de
EEUU y de los países de la Unión Europea está creciendo
muy poco y la capacidad adquisitiva de los trabajadores
ha ido descendiendo, los beneficios empresariales de
tales empresas transnacionales han crecido
exponencialmente. Los beneficios empresariales de las
grandes empresas transnacionales en EEUU alcanzaron en
2010 la astronómica cifra de 1.659 billones (europeos)
de dólares, 28% superior a la del año anterior, mientras
que el salario de los trabajadores (la mediana) bajó 159
dólares de 2001 a 2009, quedándose en 26.261 dólares. El
salario por hora para nuevos trabajadores de la
manufactura es de 15 dólares, la mitad de hace diez
años.
Las grandes empresas entienden el mundo como un mercado.
Y sus trabajadores están también en todo el mundo. Se
construye así un mundo en el que unos pocos, las élites
dirigentes de tales empresas, tienen todo el dominio,
frente a la mayoría de las clases populares, que se van
empobreciendo en la medida que tales empresas van
desplazándose de país en país en busca de trabajadores
de bajos salarios, asegurándose su consumo mediante el
desplazamiento de sus mercados.
Naturalmente que existen variaciones de lo que he
descrito, según los sectores económicos. Como promedio,
y según las cifras del Bureau of Economic Analysis (BEA)
del gobierno federal estadounidense, el porcentaje de
empleados fuera de EEUU en las compañías transnacionales
basadas en EEUU ha pasado de ser un 26% en 1982 a un 36%
en 2008. En la manufactura, así como en la industria del
automóvil, el cambio ha sido más sustancial. En Ford,
tal porcentaje ha pasado de ser un 47% en 1992 a un 68%
en 2010.
¿Puede esta situación revertirse?
La respuesta es sí, pues la causa determinante de esta
movilidad ha sido el dominio de estas elites
empresariales (la plutocracia) sobre los Estados en los
que se asientan. Tal globalización ha sido facilitada
por las intervenciones públicas, que pueden revertirse
de manera que se regule y/o se incentive esta reversión.
Hasta ahora, el intento de revertir esta movilidad se
hizo mediante abaratamiento de la fuerza del trabajo y
la reducción de su protección social. El enorme ataque a
los sindicatos que estamos viendo en EEUU y en España
responde a este objetivo. Algunas de las empresas que la
Ford contrata en California (como en la fábrica de
tractores en Dearborn) el salario horario es ya
semejante al que Ford tendría que pagar en China en
2015.
Pero esta medida no resolverá el problema de la escasa
demanda. De ahí que se hagan necesarias otras medidas
intervencionistas del Estado, revirtiendo los incentivos
y ventajas fiscales que hoy se otorgan a las compañías
exportadoras, y exigiendo una desglobalización de las
transnacionales, lo cual no quiere decir que abandonen
los mercados exteriores, sino que prioricen los mercados
interiores mediante medidas intervencionistas. Y sus
frutos aparecen ya. Estamos hoy viendo compañías como
Ford, Caterpillar, Wham-O Inc., Master Locks, Suarez
Manufacturing e incluso General Electric, que están
transfiriendo producción de China y Méjico a los Estados
de Georgia, Ohio, Indiana, Wisconsin, California y
Michigan. Lo que se requiere es un intervencionismo
público encaminado a retener los puestos de trabajo, lo
cual requiere un cambio muy notable de políticas
públicas encaminadas a facilitar el mantenimiento de
puestos de trabajo en lugar de su exportación. Estas
políticas son necesarias también en la Unión Europea y
en España. Medidas encaminadas a cambiar el
comportamiento de las empresas transnacionales,
incrementando el poder del mundo del trabajo a nivel
empresarial son medidas alternativas a las existentes,
cuya eficacia ha sido probada en otros países.
Vicenç
Navarro
Catedrático de Políticas Públicas
Universidad Pompeu Fabra |