El sistema
capitalista está siendo intensificado
progresivamente con cada ensayo. En España
han decidido imponer planes de ajuste,
siguiendo y profundizando el modelo griego,
adaptándolo a nuestro contexto. Los
denominados planes de ajuste suponen
políticas de recortes y reducción de los
servicios públicos, recortes y reducción de
los salarios de quienes los prestan, aumento
de las tarifas para poder acceder a ellos,
venta o privatización de los mismos.
El objetivo y los fines son los mismos que
en otras partes. Cambia únicamente la
terminología y la justificación. En Grecia
era pagar en buena parte las deudas de los
bancos y de las financieras que hundieron el
país en la quiebra y el ingente gasto en
armamento. Una deuda que se ha considerado
ilegítima. Aquí, sin embargo, la
justificación para aplicar los planes de
ajuste es el pago de las deudas de las
administraciones municipales y autonómicas a
los proveedores, es decir a las empresas que
han sido contratadas para prestar diferentes
servicios y a las que aún no se les ha
pagado por ello. Pagar las deudas contraídas
con estas empresas es algo con lo que todos
y todas estamos de acuerdo. Es justo el pago
a dichos proveedores.
Lo que no es aceptable es el chantaje
consiguiente: sólo se refinancia la deuda de
un ayuntamiento si éste se somete a un plan
de ajuste. Esa deuda debe pagarse a los
bancos privados al 5% de intereses, con un
dinero que prestan obtenido del dinero
público del Banco Central al 1%. En caso
contrario la parte de nuestros impuestos que
reciben los ayuntamientos del Estado será
incautada. Es decir, te ofrecen como
«salvación» elegir horca o cuchillo.
La parte perfeccionada del modelo es que lo
imponen en cascada. A nivel nacional,
autonómico y local. Del plan de ajuste a
nivel local hay información, del que se va a
realizar a nivel regional y nacional hay
poca, pero nos tememos lo peor.
El que se impongan estos planes de ajuste a
los ayuntamientos es crucial en los
mecanismos de extensión y consolidación del
capitalismo. Los ayuntamientos son las
administraciones locales más cercanas a la
población y los que prestan los servicios
más inmediatos a la ciudadanía. Si además se
les obliga a «imponerse» a sí mismos estos
planes de ajuste, a través de los
representantes elegidos por su población,
todo el mundo se siente involucrado en este
proceso de ajuste. Se ven envueltos en la
discusión de si sería mejor ajustarse
quitándose el centro de educación infantil,
el transporte publico, el centro de
formación o la residencia de ancianos,
porque hay que elegir el «mal menor». Sin
darse cuenta de que la trampa está en la
misma discusión: el esquema dominante se
introduce en la concepción de los dominados
y ya no nos planteamos cómo es que siempre
hay dinero para rescatar y recapitalizar a
los bancos privados sin ninguna exigencia y
nunca se encuentra dinero para rescatar a
las administraciones, a los ayuntamientos
que presentan servicios a la ciudadanía, si
no es exigiéndoles que desmonten los
servicios públicos y el empleo público.
Y van a ser ellos y ellas, nosotros y
nosotras, los vecinos y vecinas, a través de
sus representantes elegidos, los que nos
vemos obligados a elegir entre cercenarnos
una mano o un pie, amputarnos un servicio
básico u otro.
Esta estrategia de profundización de los
mecanismos capitalistas se ve acompañada por
lo que sus expertos denominan la «doctrina
del shock»: introducir recortes, normativas,
legislaciones y decretos de forma simultánea
y urgente para que no se tenga capacidad
para reaccionar ante ellos. Reforma
constitucional, reforma laboral, nueva
reforma laboral, plan de ajuste, etc., etc.
Se quiere crear unas situación mental de
shock que impida reaccionar ante tantos
frentes y que genere la sensación de
impotencia, de que «no hay alternativa» (la
famosa frase de Margaret Thachter).
Para ello se juega con el lenguaje, con
eslóganes y términos, estribillos que se
repiten sin cesar. Por ejemplo, el reiterado
mantra de «no gastar por encima de nuestras
posibilidades» ha sido uno de esos lemas
que, a fuerza de repetirse una y otra vez,
han acabado delimitando nuestro mundo mental
e incluso el terreno de debate posible.
Porque impide que nos preguntemos si se
puede recaudar más y con más justicia. La
reducción del déficit público solo quiere
hacerse reduciendo los gastos públicos, no
luchando contra el gran fraude fiscal y
gravando más al capital, a las transacciones
financieras, al patrimonio y a las rentas
mas altas, persiguiendo los paraísos
fiscales, reduciendo el gasto en armamento y
acciones militares (1 millón de euros
diarios nos cuesta la intervención en
Afganistán).
¿Hay otras alternativas? Sí. Pero esas
alternativas pasan por decisiones políticas
que afectan a la forma de concebir y
organizar nuestra sociedad. Por eso lo
primero es recordar que la finalidad de los
mercados, de las multinacionales, de los
fondos de inversiones, es el enriquecimiento
de unos pocos. Mientras que la finalidad de
la política es el bien común y el interés
general. Por ello la política tiene que
tener supremacía sobre los mercados, y
legislar y consensuar y trabajar
políticamente para su control, no al
contrario, como se esta haciendo ahora.
Una alternativa básica y fundamental es la
creación de una banca pública que cumpla con
su objetivo de dar crédito y estimular la
economía y no la usura. Nos tenemos que
preguntar por qué se ha rescatado a la banca
con 1,6 billones de euros de dinero público
y no se puede rescatar a los ayuntamientos
que dan servicios a la ciudadanía. La
justificación de que si se rescata a los
ayuntamientos se rescata la mala gestión no
es válida. Se ha rescatado a los bancos a
pesar de su mala gestión, por cierto, una
mala gestión que nunca estuvo dirigida a
satisfacer necesidades de la ciudadanía,
sino al enriquecimiento de sus accionistas.
En tiempos de crisis, cuando las pequeñas
empresas cierran, cuando crece el desempleo,
el sector público tienen que estar fuerte
para amparar y proteger a sus ciudadanos y
ciudadanas y ahora es cuando con más vigor y
rapidez lo desmontan.