Tenemos que ir
a la huelga porque queremos trabajar. Porque
estamos cansados de trabajar por nada.
Indignamente. Porque el trabajo no es tanto
un derecho como una actividad inmanente a la
naturaleza humana. Tenemos que ir a la
huelga porque nosotros no tributamos en
Andorra ni en Mónaco, pagamos la luz, el
agua y el gas, no tenemos casa o nos echan
de la que teníamos, porque no guardamos
nuestros ahorros en un banco de Luxemburgo.
Porque
queremos seguir llevando al niño al médico
del seguro para que le cure las anginas.
Porque no nos tratamos en Huston los
cánceres. Porque no queremos llevar cíngulos
ni tener que hacernos curas –o papisas- para
tener un empleo fijo. Porque llevamos a los
hijos al colegio público y nos gusta beber
una cerveza en la plaza del barrio. No
tenemos pistola ni seguridad privada. Porque
no queremos ir al fútbol a desfogar la
cólera con el contrario ni leer libros para
olvidar la mierda que es la vida. Porque no
queremos que una sociedad precaria nos haga
vivir amores de mala calidad.
Tenemos que ir
a la huelga porque no somos nosotros los que
hemos provocado la crisis y los que la han
provocado especulando, rapiñando,
corrompiendo, mintiendo, medrando,
ejerciendo una violencia infinita sobre
todos nosotros, ésos reciben premios que no
son de consolación, incentivos, ventajas.
Nosotros no hemos roto ningún plato y ahora
no aceptamos un castigo: el retroceso en los
logros conquistados por la clase trabajadora
durante décadas.
Tenemos que
hacer la huelga porque existe otra manera de
entender la economía y las relaciones
humanas. Porque la economía ha de ser una
ciencia humana. Porque deberíamos repensar
aquella frase que pronunció Charles Chaplin
en Monsieur Verdoux: “La consecuencia lógica
de los negocios es el asesinato”. Y porque
la crisis nos dio una oportunidad para
cambiar de modelo que no hemos sabido
aprovechar, porque tropezamos
empecinadamente una y otra vez en el mismo
pedrusco, y hemos creído en los cantos de
sirena de una sociedad intrínsecamente
violenta, insostenible y cínica. Tenemos que
ir a la huelga por nuestros abuelos,
nuestros padres y los hijos de nuestros
amigos.
Tenemos que ir
a la huelga porque cada vez somos menos
iguales y menos libres, y porque no es
cierto que vayamos todos en el mismo barco
y, si lo fuéramos, los que viajan en tercera
nunca se salvan del naufragio.