Ayudar a
introducir dinero negro en el circuito legal
es un delito de blanqueo de capitales que
puede ser penado con seis años de prisión.
Las formas más
graves son el blanqueo de bienes procedentes
del narcotráfico, la corrupción y los
delitos urbanísticos, pero es delictivo el
de bienes procedentes de cualquier delito,
incluso de la defraudación fiscal, aunque en
este caso el dinero no proceda de ninguna
actividad delictiva previa, según una
interpretación discutible, pero consolidada
en los tribunales.
Así pues, la
mal llamada amnistía fiscal no es solo una
oferta de impunidad a bajo coste por la
defraudación cometida, sino también una
forma de blanquear el dinero del crimen, en
general.
El Gobierno ha
pensado que es preferible esto, en vez de
adoptar otras medidas para salir de la
crisis especulativa que nos acosa, y, en
consecuencia, se ha ofrecido a través del
BOE y de la promesa pública de
confidencialidad para blanquear el dinero de
toda clase de delincuentes, no solo de los
defraudadores fiscales —lo que indigna a
quienes no lo son o no pueden, siquiera,
serlo por ser tan solo trabajadores—, sino
también de los narcotraficantes, políticos
corruptos, traficantes de personas, de
todos, porque la mal denominada amnistía
fiscal no deja fuera a nadie, ya que tan
solo exige que los que se acojan a ella
identifiquen los bienes que afloran, y, a
ser posible, añaden los ministros, traigan a
España esos capitales desde los paraísos
fiscales en los que se encuentran, muy
probablemente en cualquiera de las filiales
de los grandes bancos abiertas en todos los
paraísos fiscales del mundo.
Así que lo que
el Gobierno ha aprobado y los ministros
están prometiendo es que la Agencia
Tributaria no va a indagar sobre el origen
de los bienes que salgan a la superficie, es
decir, que será una lavadora modélica del
dinero sucio.
Sin trascender
del mundo de lo que se ve de cerca y se toca
y, por tanto, desde el lado de quienes
soslayan la ética de lo que es justo como
principio de organización social, se podría
argumentar en contra que a los
narcotraficantes, a los corruptos, a los que
viven de la trata de personas no les
interesa esta amnistía, aunque se les haya
ofrecido, porque solo les garantiza
impunidad frente a sus defraudaciones
fiscales, algo que nunca les ha preocupado.
Según esto, la
amnistía fiscal es atractiva tan solo para
quienes han ganado limpiamente el dinero,
pero han tenido la “debilidad” de no cumplir
con Hacienda.
Los otros
delincuentes no se arriesgarán a aflorar
bienes que pueden poner sobre la pista de su
origen y acabar con ellos en la cárcel.
Frente a este
discurso hay que decir que el desinterés
hacia la amnistía fiscal de los delincuentes
que no solo son defraudadores requeriría que
la Agencia Tributaria estuviera dispuesta a
indagar sobre el posible origen delictivo de
los capitales aflorados.
A la
dificultad de estas hipotéticas
investigaciones con el único dato de la
identificación de los bienes aflorados, se
une la que provoca la propia opacidad del
color negro de este dinero, que, cuando se
trata de cantidades importantes, suele estar
a buen recaudo en cuentas no menos opacas en
paraísos fiscales, cuya titularidad
corresponde a personas o sociedades
interpuestas sobre cuyos auténticos
titulares nada se va a saber nunca jamás,
porque nunca jamás van a querer los
Gobiernos, ni los especuladores que
desaparezcan estos paraísos, que prestan un
buen servicio de alcantarillado.
Así que
cualquiera podría aflorar en España el
dinero de no se sabe quién y de no se sabe
qué lugar del mundo.
Quienes han
ofrecido la amnistía fiscal saben que
sumergirse en el mundo del delito mancha,
pero también que para que sea útil y no
manche demasiado es imprescindible, una vez
dentro, mirar hacia otro lado.
Esto es lo que
significa la promesa de confidencialidad que
acompaña a la mal llamada amnistía fiscal.