España es el
único país europeo donde predomina la compra
de casa sobre su alquiler y en el que, por
consiguiente, cuesta más dinero y más tiempo
tener hogar propio. Ahora parece que tampoco
nuestros niños van a ser muy europeos porque
España es el país con más porcentaje de
enseñanza privada de Europa y el gobierno
actual se prepara a aumentar sus
dimensiones. Los niños franceses, los
italianos, los alemanes van, prácticamente
todos, a la escuela pública.
Apenas hay
enseñanza primaria privada porque en Europa,
desde mediados del siglo XIX, se creó la red
de escolaridad pública que crece y se
desarrolla al ritmo del desarrollo urbano y
donde conviven, con las limitaciones
geográficas —la mejor escuela es la más
cercana al hogar— todos los niños sin
distinción de clase.
Aquí el
gobierno prefiere el modelo americano donde
las desigualdades originarias se refuerzan
en un sistema educativo primario cada vez
más clasista: los niños pobres tienen
escuelas públicas con graves deficiencias y
los ricos privadas con crecientes
inversiones tecnológicas subvencionadas
fiscalmente.
El argumento
ideológico para mantener e incrementar ese
estado de cosas es la libertad de elección
de centro por la familia, algo que sólo se
sostiene si aceptamos tal discriminación
estratégica, es decir, que los padres harán
cola donde el marketing pedagógico
les diga que sus hijos van a estar mejor
atendidos. Y lo van a estar porque, desde
que yo tengo memoria, los gobiernos han
alegado falta de dinero para mejorar la
escuela pública, es decir, para ponerla a
nivel europeo donde ninguna familia sienta
la necesidad de buscar otra cosa.
En la
enseñanza secundaria, gracias a los pactos
de La Moncloa, se ha creado una situación en
cuya virtud no hay apenas diferencia entre
colegios privados e institutos públicos, con
una cierta diferencia global a favor de
éstos. Pero extender esta circunstancia a la
primaria parece que no está en la agenda de
los gobernantes españoles. La enseñanza
privada, por otra parte, ya no es lo que
era. Ya no existe aquella red
religiosa que se distinguía sobre todo
por la ideología y se asentaba sobre
el trabajo prácticamente gratuito de
frailes y monjas.
Hoy, los
colegios religiosos y los no religiosos
tienen maestros muy parecidos a los de la
escuela pública sólo que sometidos a unas
condiciones laborales determinadas por
el mercado, es decir, por el criterio
empresarial del dueño. Esto no es
ninguna garantía de satisfacción
profesional y menos de solvencia
pedagógica.
España, en
este sentido, se está pareciendo cada vez
más a América Latina, donde impera el modelo
americano, en su peor versión. Si eres
peruano o venezolano o argentino ya sabes
que el estado de tu educación y el de tu
salud dependen del estado de tu bolsillo.
Los ricos tienen de todo, los pobres se
conforman con unas malas instalaciones
públicas y la clase media no ha dado todavía
el paso de la clase media europea para
lograr un sistema educativo en el que las
nuevas generaciones convivan desde niños en
la solidaridad.