El Gobierno
del PP ha aprobado y pretende imponer, con
su mayoría parlamentaria, una reforma
laboral profundamente regresiva: abarata y
facilita el despido, recorta derechos y
condiciones laborales, precariza el empleo y
debilita la regulación laboral y la
negociación colectiva. Sus objetivos son
dobles: por un lado, la subordinación de
trabajadores y trabajadoras, el
abaratamiento de los costes laborales y
asegurar una inserción laboral en la
inseguridad, y, por otro lado, el incremento
de los beneficios empresariales y el
fortalecimiento de la capacidad empresarial
para disponer arbitrariamente de las
personas empleadas y en paro. El resultado
es un fuerte desequilibrio en las relaciones
laborales: por una parte, mayor indefensión
para las capas trabajadoras y marginación de
sus representantes sindicales, y por otra
parte, mayor poder y control empresarial.
Facilita y abarata
el despido, empeora las condiciones
laborales y precariza el empleo
Es una reforma ‘completa’ porque impone un
retroceso en los tres ámbitos fundamentales:
facilita un despido más barato; empeora las
condiciones laborales de los empleados
marginando la negociación colectiva, y crea
nuevos tipos de contratación más precarios.
Se generaliza la flexibilidad externa, en la
entrada y la salida del mercado de trabajo,
y se añade mayor flexibilidad interna,
reduciendo las garantías laborales. Se
refuerza el poder discrecional de la
jerarquía empresarial, y se profundiza la
‘inseguridad’ para la gente trabajadora.
Primero,
reduce drásticamente la protección del
empleo al facilitar y abaratar el despido.
Tiende a generalizar el despido procedente
objetivo, con 20 días de indemnización por
año trabajado y un máximo de doce
mensualidades. Elimina la protección del
contrato indefinido ordinario (45 días y 42
mensualidades) y a partir de ahora lo
convierte en el indefinido de fomento del
empleo (33 días y 24 mensualidades).
Facilita el despido colectivo a través de
los expedientes de regulación de empleo,
eliminando la necesidad de autorización
administrativa previa y la consiguiente
participación y negociación de los
representantes de los trabajadores. El
empresario aduciendo causas económicas,
productivas, técnicas o de organización
puede decidir libremente la rescisión de
contratos de trabajo. Y para que no haya
dudas jurídicas establece que un descenso de
ventas o beneficios durante tres trimestres
es motivo suficiente.
Segundo,
empeora las condiciones laborales de
trabajadores y trabajadoras y debilita la
regulación colectiva. Posibilita la
inaplicación de los convenios colectivos y
el descuelgue empresarial, con reducción de
salarios, cambio de jornada y horarios,
movilidad funcional y geográfica. Esta
‘modificación sustancial de las condiciones
de trabajo’ requiere la consulta a una
representación de trabajadores de la empresa
(o de la comisión negociadora del convenio
sectorial), pero en caso de desacuerdo
dictamina la correspondiente comisión de
arbitraje, ajena mayoritariamente al
sindicalismo. Además, el empresario, puede
imponer arbitrariamente y bajo amenaza de
despido procedente objetivo, una
modificación colectiva (en torno al 10% de
la plantilla) de esas condiciones cuando se
den esas circunstancias.
Tercero,
crea unas figuras de contratación
subvencionada, especialmente precaria. El
nuevo ‘contrato indefinido de apoyo al
emprendedor’ sólo tiene el nombre de
indefinido; es un cambio nominal para
rebajar las estadísticas de temporalidad y
dar apariencia de que se amplía el empleo
estable. Pero es sólo un cambio nominal. Ese
contrato es más precario incluso que el
temporal. El empresario lo puede rescindir
durante el primer año –de prueba- sin ningún
motivo ni indemnización por despido
improcedente (el temporal tiene ocho días).
Por otra parte, se desarrollan el contrato a
tiempo parcial y el contrato de aprendizaje
y formación, dirigidos sobre todo a jóvenes,
con fuertes subvenciones para abaratar su
coste a los empresarios (a cargo de la
Seguridad Social), pero sin garantías de su
continuidad. Se crea un segmento todavía más
bajo y más inestable e inseguro. Se impone
un proceso de inserción profesional a los
jóvenes basado en la indefensión y la
precariedad laboral. A falta de creación de
empleo neto, a corto y medio plazo los
nuevos contratos de infra-empleos y con
pocos derechos irían sustituyendo a personas
con contratos con mayor estabilidad y
protección. En perspectiva, supone la
ampliación de la contratación precaria y la
reducción de la estabilidad laboral.
Este plan de incentivación a los nuevos
contratos tiene otro efecto perverso.
También segmenta a los propios desempleados,
favoreciendo la contratación de los que
reciben prestaciones de desempleo (y cuanta
más alta y más tiempo mayores beneficios
para el empresario al que revertiría el 50%
de su prestación). Tiene la lógica de
reducir el gasto público en prestaciones de
desempleo en el 25% (el nuevo contratado
seguiría recibiendo el 25% como incentivo
para la búsqueda de empleo). La cara
principal es que condena a unos cuatro
millones de desempleados y a los jóvenes sin
empleo previo a un paro prolongado y sin
apenas protección social.
En definitiva, esta reforma laboral no tiene
ningún plan de creación global de empleo
neto, y facilita una reestructuración de
plantillas hacia un mercado de trabajo más
barato y dócil. Empleos más estables
disminuyen su protección para sustituirlos
por nuevos contratos más precarios. Se
somete a la gente joven y desempleada a una
vida laboral estancada, de paro y
precariedad. Por tanto, frente a los
discursos oficiales, no crea empleo sino que
pretende sustituir unos contratos, hasta
ahora con mayores derechos de protección,
por otros precarios. Tampoco frena la
dualidad del mercado de trabajo, sino que
empeora las condiciones de los distintos
segmentos e incrementa la inseguridad y
desprotección de los nuevos empleos,
particularmente, los destinados a jóvenes.
Su apuesta es consolidar la capacidad
empresarial de control social y productivo,
mediante la coacción y reglas autoritarias
para garantizar la subordinación e
impotencia de la gente trabajadora.
No crea empleo,
prolonga la crisis y perjudica a la mayoría
Su justificación oficial es la creación de
empleo, aunque se diluye en el tiempo y
aparece condicionado. Así, sin mucha
convicción y acompañado por otras reformas
estructurales (financiera y presupuestos
restrictivos), se considera un medio
imprescindible para generar un nuevo periodo
de expansión económica, la condición
necesaria para salir de la crisis económica.
Cuando menos, ese pronóstico es dudoso.
Probablemente, va a contribuir a la
prolongación de la crisis, la contracción
económica y, sobre todo, el empeoramiento de
las condiciones de empleo, laborales y de
vida de la mayoría de la sociedad. Estos
efectos son claros a corto plazo. Pero, no
hay que descartar la persistencia de esta
situación a medio plazo con estancamiento
del empleo y menor protección social:
continuidad de un paro masivo, ampliación de
las capas trabajadoras precarias y baratas
con mayor incertidumbre socioeconómica,
mantenimiento de una estructura productiva
frágil y de baja cualificación, recortes del
Estado de bienestar, probabilidad de un
fuerte descontento popular y dificultades
para la cohesión social.
Estos ‘sacrificios’, esta contrarreforma
laboral del PP, tendrían todavía menos
legitimación ya que se diluiría la
credibilidad que todavía pueden contar en un
parte conservadora de la sociedad española.
Su apoyo electoral e institucional actual no
le avala ahora, y menos indefinidamente,
para continuar con esta vía antisocial. El
desacuerdo popular a recortes sociales
fundamentales, como el abaratamiento del
despido, es mayoritario. La oposición social
y sindical frente a estos retrocesos
laborales es ya muy amplia (según la
encuesta de Metroscopia –El País 12-2-2012-
realizada antes de saber el fuerte impacto
‘agresivo’ de la reforma laboral, el 46% de
la población -67% de los votantes del PSOE-
estaría de acuerdo con la convocatoria de
una huelga general).
En la medida que sus efectos oficiales
positivos no se confirmen, pueden aparecer
ante la ciudadanía sus objetivos implícitos
y percibirse sus consecuencias negativas.
Este plan de fuerte ajuste y austeridad se
vería resquebrajado. La amplitud y la
consistencia de esa conciencia ciudadana de
rechazo es la condición para el cambio.
Supone la activación del movimiento sindical
y la ciudadanía indignada para hacer valer
las críticas y alternativas y demostrar su
carácter injusto y engañoso. Por tanto, es
imprescindible un impulso intenso y
prolongado de concienciación y movilización
social para hacer reversible esta
contrarreforma (y las dos anteriores) y
conseguir su abolición.
El desarrollo de la indignación ciudadana y
el conflicto social puede socavar la
legitimación de la nueva élite política de
las derechas y su política de austeridad.
Las propias élites económicas e
institucionales pueden incluso desconfiar en
sus pronósticos de reactivación a medio
plazo. El engaño, incluso respecto de su
propio programa electoral, y la
visualización de estas medidas como medio
para imponer una dinámica no solo injusta
sino además ineficaz para el conjunto de la
sociedad, añadiría una fuerte pérdida de su
credibilidad. Aparecerían públicamente sus
intereses: incrementar los privilegios de
los poderosos a costa de la mayoría de la
ciudadanía. Ni interés general, ni bien
común. Retroceso colectivo, perjuicio para
la mayoría y, particularmente, bloqueo para
las expectativas ascendentes de la gente
joven.
Pero parece que ante esa dinámica de
desvertebración social y/o indignación
ciudadana, la opción conservadora que se
dibuja es reforzar la autoridad y los
mecanismos de coacción de la jerarquía
empresarial, someter a la población a una
fuerte socialización en la precariedad
laboral, debilitar los mecanismos sociales
de defensa sindical y representación
colectiva, neutralizar la expresión
colectiva del descontento ciudadano,
marginar las opciones progresistas y de
izquierda.
Prolongación de la
crisis y desequilibrio en las relaciones
laborales
Esta agresiva contrarreforma de las derechas
(PP y CIU) profundiza el retroceso laboral
impuesto por las dos reformas del Gobierno
socialista anterior: la reforma laboral de
junio de 2010, con el abaratamiento del
despido, y la reforma de la negociación
colectiva de julio de 2011, con el
debilitamiento de la capacidad contractual
de los sindicatos. En su conjunto es un
recorte generalizado de las garantías
colectivas e individuales de trabajadores y
trabajadoras, una marginación del
sindicalismo en la regulación de las
relaciones laborales, un incremento del
poder empresarial.
Se basa en la lógica liberal de culpabilizar
de la crisis y el paro a los trabajadores y
sus derechos: salarios, protección social y
regulación colectiva. Su opción para ellos
es clara: abaratamiento, inseguridad e
indefensión. Tratan a aprovechar el
desempleo masivo para intentar trasladar la
responsabilidad de la ausencia de puestos de
trabajo decentes a las personas empleadas y
crear una brecha social interesada.
Pretenden justificar la austeridad salarial
y los sacrificios laborales de la gente
empleada como imprescindible para crear
empleo o evitar su destrucción. A los
empresarios se les garantiza una mano de
obra más dócil y barata y una flexibilidad
casi total para la adecuación de sus
plantillas (despedir, contratar en precario,
disponer libremente), y eso les incrementa
los beneficios; sin embargo, no es
suficiente para asegurar el crecimiento
económico y del empleo.
La realidad de estos años ha demostrado que
es la actividad económica, las perspectivas
de la demanda y el consumo, el factor
determinante para la inversión y la creación
de empleo. Y en condiciones de pérdida de
poder adquisitivo de los salarios, mayor
inseguridad del empleo e, incluso, menor
cobertura protectora a las personas
desempleadas, la incertidumbre económica se
mantiene, y se retrae la producción de
bienes y servicios. Además, la otra variante
de la austeridad, la del gasto público y
social, amplía la contracción económica e
impide la necesaria vía de la inversión
pública con una reforma fiscal profunda y
progresiva.
Por otro lado, esta política
liberal-conservadora, amparada por las
instituciones europeas (UE) e
internacionales (FMI), al priorizar la
reducción del déficit público y la deuda
pública y no ofrecer un plan global de
reactivación económica y mutualización de
los riesgos de la deuda, no permite
vislumbrar a medio plazo (dos/tres años) el
cambio hacia un crecimiento significativo
del empleo. Así, las condiciones de
penalidad y pérdida de derechos laborales
van a beneficiar la acumulación de
beneficios empresariales, pero tampoco van a
facilitar la creación de empleo. En el medio
plazo junto con altas tasas de paro se puede
conformar un mercado de trabajo más barato,
precario y vulnerable. Además, la intensidad
del trabajo en las empresas ya es alta,
tanto en los segmentos cualificados cuanto
en los semicualificados y no cualificados.
La mayor subordinación de la mano de obra y
la mayor presión empresarial tampoco van a
aportar avances relevantes en términos de
mayor productividad de la fuerza de trabajo.
Hay incluso nuevos mecanismos selectivos,
como la posibilidad de despido objetivo (20
días por año) para las personas con
enfermedad común con una acumulación de
bajas de más de doce días en dos meses (y
menos de veinte). Una cosa es eliminar el
fraude real, pero esa contención del
absentismo es vergonzosa y contraproducente
El abaratamiento de costes salariales y la
flexibilidad laboral pudiera beneficiar,
parcialmente, a las empresas exportadoras al
ser más competitivas en el extranjero.
Algunas de las multinacionales españolas
podrían aumentar fuera su cuota de mercado.
Pero resulta que la mayoría de esas empresas
industriales y de servicios utilizan una
mano de obra cualificada o semicualificada y
esas medidas de precarización tendrían
efectos contraproducentes para su motivación
y productividad. La gran mayoría de empresas
dedicadas a la demanda interna no
conseguirían ninguna ventaja comparativa.
Este plan tampoco mejora la ‘competitividad’
de la economía española. Esa política de
‘deflactar’ costes laborales y deteriorar
las condiciones laborales de las personas
empleadas, amplificada por la contracción
del gasto público, disminuirá el consumo
global privado y público y, por tanto, la
actividad económica y el empleo. Esta
reforma regresiva no crea más riqueza y
beneficios, sino que el conjunto de la
sociedad, el total de los propios
empresarios y el capital, tendrán menos a
repartir. La opción subyacente es favorecer
una redistribución de la renta de los
asalariados a los empresarios, un
crecimiento de la desigualdad, ya iniciado
estos años. No obstante, la consecuencia
real más significativa es que no asegura que
el conjunto de la tarta sea mayor sino
menor. Así, esa perspectiva económica
tampoco es funcional o positiva para los
propios inversores y emprendedores ya que no
garantiza a medio plazo la devolución de las
deudas privadas y públicas ni un crecimiento
sostenido y suficiente de las rentas del
capital y los beneficios empresariales. Sólo
permite una destrucción más fácil y barata
de tejido empresarial más improductivo, a
costa de mayor desempleo. Por tanto, son
otros los parámetros para ganar
competitividad: desarrollo tecnológico,
inversión pública, cualificación. Y de todo
eso no hay nada.
Una respuesta
contundente hasta su abolición
Este plan conservador es injusto, bloquea
las expectativas de la gente joven y parada,
crea nuevas brechas sociales e incrementa la
inseguridad y la fragmentación social,
particularmente de las personas más débiles
y de origen inmigrante. Pero, además, es un
proyecto vulnerable. No ofrece una salida
satisfactoria a una crisis dura y
prolongada. La expectativa del supuesto
‘cambio’ liberal, de la relativa confianza
de una parte de la sociedad en la política
de ajuste y austeridad para salir adelante,
puede transformarse en nueva frustración,
reforzada por el sentimiento de engaño.
Añadida a la acumulación del deterioro
social y la falta de salidas se puede
profundizar la indignación ciudadana. El
problema de falta de confianza en la clase
política se puede transformar a medio plazo
en una menor legitimidad del poder político
dominante. Tras esa falsa ilusión en una
salida equilibrada, promovida desde esta
política y todavía amparada por la
legitimidad electoral reciente y
mayoritaria, puede crecer la indignación
popular y ciudadana y forzar otra política
progresista y solidaria.
No se puede adivinar la evolución futura de
estas tendencias contradictorias. En todo
caso, hay que destacar los riesgos y la
vulnerabilidad de este plan
liberal-conservador de gestión de la crisis.
Y que puede frenarse y empezar a
desactivarse desde este momento. El
horizonte es deslegitimarlo ante la mayoría
social, rechazar la resignación, expresar
colectivamente la indignación ciudadana,
impedir que se consolide y promover su
cambio. Es una tarea que atañe a todas las
izquierdas, el movimiento sindical y los
sectores progresistas y que exige su
reafirmación y renovación.
El objetivo inmediato es la rectificación de
este plan de austeridad, impedir la fuerte
regresión de esta contrarreforma, evitar un
panorama de precariedad y sumisión de las
clases trabajadoras y de fuerte
desequilibrio en las relaciones laborales.
La apuesta sindical y social debería ser
afianzar la indignación popular y
convertirla en una poderosa fuerza de
cambio. Para ello son necesarias la amplitud
de miras, la unidad y la determinación. Se
trata de una respuesta masiva, firme y
continuada en estos próximos meses. Supone
la reafirmación de la izquierda social, la
ciudadanía indignada y el sindicalismo.
El día 19 de febrero, con las grandes
manifestaciones con el NO a esta reforma
laboral, es el inicio para echarla abajo
(junto con las dos anteriores). Para impedir
la aprobación definitiva de esta
contrarreforma y evitar los nuevos planes
restrictivos de gasto público y prestaciones
y derechos sociales, los próximos meses
sería necesaria una movilización intensa y
contundente. No hay que descartar un proceso
que culmine en una huelga general, con
apoyos suficientes y una gran legitimidad
entre la ciudadanía. No es fácil, empezando
por la propia fragmentación y fragilidad de
las fuerzas del trabajo, así como por la
poca conflictividad laboral. Se trata de
hacer pedagogía, persuadir a sectores
amplios de la sociedad, ofrecer credibilidad
para frenar esta involución, abrir una
esperanza de cambio efectivo. Y en todo
caso, ganar legitimidad social, conformar un
bloque social crítico y alternativo por una
gestión de la crisis más justa y equitativa.
Ello exige firmeza, liderazgo, continuidad y
mirada amplia. Todos los partidarios de la
igualdad y la justicia social debemos estar
a la altura de este reto histórico y
estratégico..