Por fin los libros de texto
de nuestros hijos van a llamar a las cosas
por su nombre, al pan, pan y al vino, vino,
como dijo el presidente Mariano
Rajoy para anticipar la política de
transparencia que va a aplicar a su forma de
gobernar, aunque a la primera ocasión que ha
tenido nos haya metido la reforma
del IRPF por
el culo (utilizo la expresión en la acepción
popular de engañar, incordiar o molestar).
El PP, fiel a su programa electoral, va a
sustituir la asignatura de Educación
para la Ciudadanía y los Derechos Humanos (aprobada
en 2006) por otra que se va a llamar Educación
Cívica Constitucional, que aunque
suena parecido no es lo mismo. Resuelve así
un problema que viene de entonces, de cuando la
Iglesia, las asociaciones de padres
católicos y
el partido iniciaron una cruzada contra
algunos contenidos de la asignatura,
fundamentalmente los que aludían a la
educación sexual y al matrimonio entre peras
y manzanas que, como bien dijo la alcaldesa
de Madrid, Ana
Botella, no se pueden sumar (“las
manzanas no son peras. Si se suman una
manzana y una pera nunca puede dar dos
manzanas”, sic).
Las manzanas se casan ahora con las peras
desde su libertad para elegir con quien
quieren compartir su vida. ¿Dónde está el
mal? Educación para la Ciudadanía se
limitaba a constatar una realidad, aunque no
todos los manuales aludían al matrimonio
entre homosexuales, pero para la
derecha y la Conferencia
Episcopal la
asignatura tenía un sesgo muy determinado
que pretendía conducir la voluntad de los
niños y moldear sus conciencias. El
arzobispo de Toledo, Antonio
Cañizares, advirtió entonces de su
riesgo: “Los centros que impartan esta
asignatura colaborarán con el mal”.
Los detractores convocaron manifestaciones,
se declararon objetores de conciencia para
con la nueva asignatura y recurrieron a los
tribunales. El Tribunal Supremo les
quitó la razón en 2009 con una sentencia que
decía que sus contenidos no atentaban contra
los principios morales y religiosos, y
dejaba abierta la posibilidad de que los
padres recurrieran algunos manuales
concretos. El fallo está recurrido ante el Tribunal
Constitucional y
elTribunal Europeo de Derechos
Humanos, que aún no han resuelto.
De la nueva asignatura desconocemos el
temario, pero si la Conferencia
Episcopal ha
celebrado la decisión del Gobierno es que se
ajusta a los criterios de la Iglesia,
garante de la moral de quienes
voluntariamente han elegido que sea su
garante, y también de los que no. La Iglesia
no adoctrina porque es dueña de la verdad
revelada.
Si la nueva asignatura va a llamar al pan,
pan y al vino, vino, los libros de texto no
deben dar lugar a dobles interpretaciones ni
a equívocos. Los
homosexuales son maricones (en
verano maricones de playa), sarasas,
invertidos, putos, bufarrones, manfloros y
sodomitas. (Recomendable como lectura
orientativa para los alumnos “Malena es un
nombre de tango”, de Almudena
Grandes, en la que uno de sus
personajes dice lo que le sugiere esta
perversión: “Yo es que es ver un maricón y
darle una hostia, todo es uno”.
Educación
para la Ciudadanía se limitaba a constatar
una realidad, aunque no todos los manuales
aludían al matrimonio entre homosexuales,
pero para la derecha y la Conferencia
Episcopal la asignatura tenía un sesgo muy
determinado que pretendía conducir la
voluntad de los niños y moldear sus
conciencias
Con el mismo criterio
formativo, las lesbianas son
bolleras, bollacas, bollacatas, tortis,
tortilleras, machorras y marimachos, y
merecedoras también de otra hostia, aunque
para ésta no he encontrado ninguna
referencia literaria. Y no porque sean menos
visibles son menos. Un personaje de “Mazurca
para dos muertos”, de Camilo José
Cela, explica así esta desviación:
“…las mujeres estamos más solas que los
hombres, por eso hay más tortilleras que
maricas”.
Los padres que durante años han criticado la
asignatura de Educación para la Ciudadanía
reclaman poder
a educar a sus hijos según sus creencias.
Están en su derecho. Como lo están quienes
tienen conceptos morales distintos. El
ministro de la cosa, José
Ignacio Wert, explicó días atrás en
la cadena SER las razones que han llevado al
Gobierno a suprimir esta asignatura
“partidista y sesgada” citando a los
clásicos, en este caso los hermanos Carlos
y Pedro Fernández Liria, Miguel
Alegre y Miguel
Brieva. Los cuatro publicaron en
2007 “Educación para la Ciudadanía.
Democracia, Capitalismo y Estado de Derecho” (Akal),
un ensayo crítico con la asignatura desde
posiciones de izquierda, al que el titular
de Educación recurrió como si fuera de
texto.
Abrió el ministro el libro al albur y leyó
dos párrafos al azar. Les reproduzco por
escrito el más breve por si no tuvieron
ocasión de escucharle: “Los capitalistas son
como ratones que corren en la rueda cada vez
más deprisa” y que (les resumo) nos conducen
a un abismo del que solo puede salvarnos el
socialismo (un claro ejemplo de ataque al
capitalismo que genera riqueza). Su
Educación bla, bla, bla estará,
dice, “libre de cuestiones controvertidas
(…) y no será susceptible de adoctrinamiento
ideológico”.
Nunca terminé de entender la conveniencia de
esta asignatura. La ciudadanía es educación,
es observación del mundo que nos rodea para descubrir
y aceptar la diferencia, aunque no
la compartamos, lo que exige tolerancia
y voluntad de diálogo. Son
lecturas, son viajes… Desde estas ideas, que
son las mías y no obligan a nadie, educo a
mis hijos; no con la intención de imponer,
sino de enseñarles a pensar para que formen
sus propias opiniones. Nada hay más
enriquecedor que la diferencia, que nos
ayuda a comprender que no todos pensamos
igual ni nadie está en posesión de la verdad
absoluta, porque no existe.
Mi propuesta es que prescindamos de todas
las educaciones para la ciudadanía e
incorporemos como asignatura troncal desde
primaria el Estatuto de los
Trabajadores. Esa sí que es una
asignatura importante para el tiempo que
vivimos. El único inconveniente es que el
libro no podría pasar de hermano a hermano,
porque son tantas las reformas laborales que
obligan a una actualización permanente.
Un problema aún más grave es que cuando las
primeras promociones lleguen a la universidad es
probable que la asignatura sea perfectamente
prescindible porque para entonces los
trabajadores carezcan de derechos y tengan
solo obligaciones. Si es así, su falta de
utilidad práctica será manifiesta y en este
caso lo mejor es que lo
que no sirve, que no estorbe.
No crean que el tema me la refanfinfla
porque en algunos párrafos haya recurrido a
la ironía y la retranca, la verdad es que me
la chinga mucho, pero hay debates que me
parecen tan absurdos que mandaría a tomar
por el orto a quienes los promueven.
Posdata: No
se alarmen ni por el vocabulario ni por
algunas expresiones a las que he recurrido;
están todas extraídas del “Diccionario
sohez de uso del español cotidiano” de
Delfín Carbonell Basset (Ediciones del
Serbal). Me dirán que quién es el tal
Delfín, y se lo explico: BA de la Duquesne
University; MA de la University of
Pittsburgh, Pensilvania (EE.UU); Doctor en
Filología por la Universidad Complutense de
Madrid y miembro de la Modern Language
Association os America. Todo cultura.
Hasta el propio fin de semana.
Carlos
Fonseca
Periodista