El ministro de
Educación acaba de proponer a las consejeras
y consejeros de las comunidades autónomas
una modificación en la estructura del
sistema educativo que consistiría en
sustituir 4º de la ESO por el primer curso
de Bachillerato o de Formación Profesional.
Recordemos que
la educación es en nuestro país obligatoria
y teóricamente gratuita, tanto en la
Primaria como en la Secundaria, por ley
desde hace ya muchos años. La medida
propuesta parece responder a un interés de
este nuevo Gobierno no de reforzar el
Bachillerato, sino, como ya han avanzado los
representantes de la enseñanza privada
concertada, de abrir la puerta a la
concertación total del sistema educativo. El
coste para el conjunto de la sociedad se
podría estimar en cientos de millones de
euros.
Al mismo
tiempo, la enseñanza pública ha sufrido en
los últimos años recortes sustanciales tanto
en materia salarial como en gastos de
funcionamiento para los centros educativos,
que ha suscitado numerosas movilizaciones en
su defensa que continúan en estos días, como
las del País Valenciano, Catalunya, Navarra,
Castilla-La Mancha o Madrid, entre otras.
Últimamente se
reiteran en los medios de comunicación las
afirmaciones sobre lo barato que resulta la
concertada. Éstas parecen, cuando menos,
inexactas, por no decir sin fundamento
alguno. A no ser que pretendamos comparar
magnitudes de carácter esencialmente
distinto: mientras la enseñanza pública, la
de todos y todas, la que escolariza al
alumnado de ciudades, aldeas, pueblos, la
que atiende a la diversidad del alumnado
-con menos recursos de los que a nosotros
nos gustaría-, la que saca adelante a miles
de niñas, niños y jóvenes sin tener en
cuenta a qué clase social pertenecen, ni las
posibilidades económicas de las familias,
supone una inversión para el conjunto de la
sociedad, los centros privados concertados
responden a criterios de corte empresarial
que les hacen cerrar centros donde no son
rentables, como hemos visto recientemente en
las cuencas mineras.
No se puede
comparar una red que es un servicio público
con vocación universal con una empresa cuyo
interés, como el de todas las empresas, es
obtener un beneficio. En las cuentas que se
realizan para determinar cuánto cuesta
mantener el servicio público de educación,
¿se tiene en cuenta la «rentabilidad» social
de que en los pueblos asturianos sigan
viviendo familias jóvenes? ¿Se tiene en
cuenta que en muchas empresas educativas se
deriva sutilmente al alumnado hacia centros
públicos, «pues ellos tienen más medios»
para atender a alumnado con necesidades
educativas especiales o con una situación
socioeconómica desfavorecida? ¿Se tiene en
cuenta que las empresas vinculadas a la
Iglesia católica están exentas de impuestos
y que las cuotas «voluntarias» se convierten
en criterios de selección económica del
alumnado? ¿Se tiene en cuenta que los
colegios privados concertados, situados en
las grandes ciudades mayoritariamente,
atienden a un gran número de alumnos con el
mínimo de profesorado mientras que la
pública en villas, pueblos y aldeas atiende
a un número de alumnos y alumnas variable a
quienes se intenta garantizar profesorado,
muchas veces especialista, itinerante?
Soplan malos
vientos para la enseñanza pública:
definanciada, denigrada, hasta sin
calefacción en algunas comunidades
autónomas. El nuevo ministro Wert, y su
equipo, ajeno al mundo de la educación y
cercano al del marketing, parece interesado
en favorecer la privatización de uno de los
últimos sectores que aún se conservan del
Estado del bienestar; en esa línea están sus
intenciones de convertir el 4.º de la ESO en
un primero de Bachillerato, lo que abriría
la puerta a la concertación del Bachillerato
y la FP; es decir, obligaría a que con el
dinero de todos se pagaran los caprichos de
algunos, como ya hizo el anterior Gobierno
asturiano concertando un nivel no
obligatorio como la Educación Infantil,
ahora concertado en todo el país.
Las
intenciones similares para crear nuevos
centros concertados utilizando patrimonio
público las tenemos aquí en San Claudio,
donde el Ayuntamiento de Oviedo sigue
pretendiendo fomentar la cesión de un
edificio público para crear un colegio
privado concertado.
Somos
prácticamente el único país de Europa, junto
con los Países Bajos, donde la red privada
concertada tiene tal magnitud. Una anomalía
que es escandalosamente alta en las
comunidades autónomas con mayor renta per
cápita.