En su particular batalla
con los profesores de Madrid, a Esperanza Aguirre solo
le falta acusarlos de pederastia o revelar que trafican
con polvo de tiza a escala internacional. Total, siempre
puede uno disculparse por Twitter.
En la última andanada no
ha carraspeado antes de asegurar que los interinos eran
elegidos a dedo. Todavía estamos a la espera de saber si
las declaraciones son fruto de la ignorancia, siempre
amiga interesada de tu propia versión, o una maldad que
pretende contaminar el esfuerzo de gente que, bien al
contrario que la mayoría de los políticos, en lugar de
lograr su plaza a dedo se ha sometido a oposiciones para
entrar en las bolsas a la espera de destino.
Lo llamativo del asunto,
que se prolonga desde meses atrás, es que no parece
importarle un carajo a nadie. En la esmerada demolición
de cualquier valor que apeste a social o estatal, la
escuela, como quizá solo la sanidad, representan la
mayor resistencia moral. Sin embargo, al mismo tiempo,
también ofrecen la mejor posibilidad de negocio. Al
menos mientras la gente siga teniendo la costumbre de
enfermar o la estúpida pretensión de que sus hijos
tengan un futuro académico enriquecedor y competitivo.
La tutela estatal de estos dos segmentos es un estorbo.
Lo mejor es hacer una campaña publicitaria exigiendo
respeto al profesorado y luego demolerlo.
2012 llega como la odisea
definitiva contra el Estado de bienestar. Como si soñar
con eso fuera algo feo, nuestras rutinas informativas
propinan los electroshocks imprescindibles para que
vayamos despejando el cerebro de falsos paraísos. Nunca
tan poco Estado nos obligó a pagar tantos impuestos. Más
por menos, como bien dice la retorcida campaña
publicitaria del metro de Madrid.
A dedo, ellos sí, los
profesores han sido señalados como una amenaza incómoda,
a los que desactivar con las armas más burdas. Acusarlos
de enriquecerse con el estampado de camisetas verdes era
más un insulto a nuestra inteligencia que a su actitud
irreverente. Pero funcionó, por más que sepamos que en
España nadie se hace rico fabricando camisetas, salvo
quizá la gente de Kukuxumuxu. Los Reyes llegan pues a un
país confuso, que sospecha hasta de ellos. Quizá vienen
a llevarse más cosas de las que nos traen.
David
Trueba |