No es que se haya puesto
de moda sino que se ha convertido en obligatorio. A los
funcionarios hay que atizarles siempre y evitar
cualquier gesto de bondad hacia ese colectivo de vagos y
maleantes. No tengan piedad con estos privilegiados que
opositaron para conseguir trabajo y que se merecen lo
que les pase, que siempre será poco. Gente como ellos,
que no visitan las oficinas del INEM, no pueden ser
trigo limpio. Para su pecado original, no hay perdón
posible.
Afortunadamente, ya se
dejó de hablar de ajustes cuando se amplía
discrecionalmente su jornada, se elimina la oferta de
empleo público –que no vamos a dejar que encima se
reproduzcan-, se le retiene alguna paga, se les recorta
el sueldo o, como ayer, se les vuelve a congelar por
decreto, un sacrificio nimio para esta casa improductiva
que va de moscoso en moscoso hasta las vacaciones de
verano. No son ajustes sino simple justicia, a ver si
nos enteramos.
Circula desde hace días
una carta atribuida a una funcionaria andaluza en la que
plantea una hipótesis tan absurda como que un ciudadano
decente tenga esta noche de fin de año un accidente con
su coche, algo casi de ciencia-ficción. ¿Que acudirán a
prestarle auxilio policías y personal de los servicios
de emergencia, todos ellos funcionarios? ¿Que le
trasladaran a un hospital público donde le atenderán
médicos y personal sanitario, también funcionarios? ¿Que
el quirófano en el que será operado habrá sido
desinfectado por limpiadores que están en la nómina del
Estado? ¿Que el cirujano que le intervendrá es otro
funcionario, que se habrá comido allí las uvas por si
era necesario salvar la vida al accidentado? Vale sí,
pero ¿adónde quiere ir a parar esta señora?
A estas alturas de la
crisis todos sabemos contra quien debemos descargar
nuestra rabia. Vemos sus caras de culpa en los maestros,
en los bomberos, en el personal de protección civil y
hasta en los monitores de los polideportivos. En vez de
rebajarles la soldada, que era lo suyo, el Gobierno, con
una benevolencia absurda, se ha limitado a mantener sus
retribuciones. Con razón decían que Rajoy era un flojo.
Juan
Carlos Escudier |