En los dos últimos años,
en el marco de la persistente y profunda crisis
socioeconómica y su gestión liberal-conservadora de
recortes sociales regresivos, se han producido
resistencias ciudadanas que configuran elementos nuevos
de la dinámica sociopolítica.
Frente al bloque imponente
del poder establecido, ha comenzado a expresarse en los
últimos años, una ciudadanía activa con mayor
participación democrática y una demanda de cambio
social, político y económico acorde con su opinión de
mayor justicia social e igualdad.
Es una dinámica ciudadana
expresiva del rechazo y la indignación social en España,
de carácter fundamentalmente progresista y defensivo,
como la de otros países mediterráneos, y paralela con
varios fenómenos contradictorios –como la derechización
y el comportamiento xenófobo de segmentos de la sociedad
europea, la simple adaptación o competitividad
individualista, o el repliegue nacionalista en países
centrales-.
El hecho relevante es la
expresión pública y colectiva de una ciudadanía activa,
de una izquierda social o sector progresista de la
sociedad que se opone al reparto desigual de las
consecuencias de la crisis y a su gestión
liberal-conservadora, y exige responsabilidades a sus
causantes y un cambio de políticas socioeconómicas.
Habrá que ver la consolidación o no de esta corriente
social indignada, su influencia en el sistema político y
la gestión de la crisis, y sobre todo, la configuración
de las diversas fuerzas sociales y sus formas
asociativas y expresivas.
Es una tendencia clara de
intervención ciudadana en los asuntos públicos, es
decir, en la política en sentido amplio, que condiciona
la agenda, las políticas públicas y las dinámicas
sociales. Son aspectos que analizo, con detalle, en un
libro recientemente publicado: Resistencias frente a la
crisis, ed. Germanía, Valencia.
Existen antecedentes, pero
esta dinámica social está enraizada en dos elementos
clave, distintivos del actual contexto, que le dan unas
características específicas. Uno es la crisis
socioeconómica y sus consecuencias de desigualdad
social, evidentes desde el año 2008, y que sobre todo
afectan a la gran precariedad laboral y el paro masivo,
particularmente juvenil, al estancamiento o descenso de
las trayectorias laborales y sociales y a nuevas brechas
sociales.
Estos aspectos existían
anteriormente, pero ahora cobran una nueva dimensión y
relevancia. Dos, es la gestión liberal dominante en la
Unión Europea, dirigida por el bloque hegemónico
conservador, y ejecutada hasta ahora en España por el
Gobierno socialista, particularmente desde el giro de su
política de carácter regresivo y antisocial en mayo de
2010, que rompe con sus compromisos sociales y su
contrato con una amplia base social de izquierdas y
genera una desafección ciudadana relevante hacia el
PSOE; aunque, previsiblemente, la continúe e intente
profundizar el PP tras su victoria en las elecciones
generales del 20-N.
Por tanto, existe una
extendida conciencia social del carácter injusto de esa
situación, rechazo popular y resistencias ciudadanas a
esas políticas y exigencias de responsabilidades y
garantías al poder económico y político. Todo ello
expresa, en el escenario público, la importancia de la
cuestión social y la relevancia de la acción por la
igualdad socioeconómica y la profundización democrática,
frente a las actitudes hacia el fatalismo, la idea de la
inevitabilidad de esa política de ajuste duro o la
ausencia de alternativas, propugnadas desde el poder
institucional y mediático.
Serán elementos
constitutivos de este proceso, impulsado y representado
por dos tipos distintos y sucesivos de agentes sociales.
En un primer momento, sobre todo, por el sindicalismo –a
lo largo del año 2010- y en un segundo momento –tras el
cese de la movilización sindical, y desde la primavera
del 2011- por el movimiento 15-M, con un papel menor o
más secundario de la izquierda política, los grandes
sindicatos –que firman el acuerdo social y económico de
febrero- y otros movimientos sociales.
Esta nueva realidad
social, la deslegitimación y la oposición popular a las
medidas de recortes sociales y sus gestores, es amplia y
persistente. Así, es observada en diversas encuestas de
opinión que reflejan un rechazo de hasta más de dos
tercios de la población a las medidas más impopulares
(desde los Barómetros del CIS de julio y octubre de
2010, tras el plan de ajuste de mayo y la reforma
laboral y la huelga general, respectivamente, hasta las
investigaciones recientes sobre la simpatía mayoritaria
hacia el movimiento 15-M).
Además de la gran
legitimidad social de sus aspiraciones, esa corriente
social se ha expresado de forma activa, pacífica y
democrática con una amplia participación popular: desde
las grandes manifestaciones sindicales de principios del
año 2010 contra el plan gubernamental de recorte de las
pensiones y la participación huelguística de unos cinco
millones de asalariados en el 29-S, hasta los varios
centenares de miles de las movilizaciones del movimiento
15-M, o la amplia participación ciudadana,
particularmente en Madrid y Catalunya, en defensa de la
escuela y la sanidad públicas.
Esa corriente social
indignada y esa ciudadanía activa existen, y es un nuevo
elemento positivo y clave en el escenario sociopolítico.
No es una tendencia ‘pasional’ (o irracional o
populista). Se asienta en una conciencia colectiva,
reflexiva y realista, del carácter injusto del reparto
de los costes de la crisis y su gestión institucional.
Las evidentes dificultades transformadoras inmediatas no
han llevado al fatalismo (ni a ser ‘ilusos’) sino que la
lucidez sobre la gravedad de la situación y la dimensión
de los poderosos ha generado una mayor maduración y
persistencia de esa indignación popular y esa aspiración
de cambio.
Por tanto, refleja valores
progresistas de justicia social e igualdad y una cultura
democrática y solidaria, aspectos que caracterizan a los
sectores socialmente más avanzados de la sociedad. Esta
corriente popular crítica se manifiesta en el debate
público, aunque esté por ver su dimensión, cómo se
articulan la continuidad de sus procesos de expresión y
movilización, su consistencia y sus consecuencias
políticas (en el plano electoral y la renovación de las
izquierdas). Y, particularmente, cómo se conforma su
representación social, qué alcance y qué combinación van
a tener los dos principales movimientos sociopolíticos
que, de diferentes formas y distintos momentos, han
canalizado el malestar ciudadano y la indignación
popular: el sindicalismo y el movimiento 15-M.
Antonio
Antón
Profesor Honorario de Sociología
Universidad Autónoma de Madrid |