Como analizan
la mayor parte de los expertos en política
educativa a nivel internacional el
neoliberalismo se ha convertido en el telón
de fondo de los ajustes de la política
educativa a nivel mundial, que no se limitan
ya al recorte en la asignación de recursos o
a su privatización, sino que afectan
básicamente a los núcleos centrales del
ideario educativo y a las políticas
pedagógicas. Los conflictos que se dirimen
en la escuela no son más que una parte de la
crisis más general de la política y de la
ciudadanía en el capitalismo global.
En la
denominada «sociedad del conocimiento» se ha
consolidado un nuevo bloque de poder que
ejerce una influencia cada vez mayor en la
educación y en todo lo social. En esta
alianza, como explica Michael Apple,
seleccionado como una de las 50 figuras más
importantes en el ámbito educacional del
siglo XX, se combinan múltiples sectores del
capital que abogan por soluciones
mercantilistas neoliberales a los problemas
educativos, intelectuales neoconservadores
que abogan por el retorno a unos mayores
niveles de exigencia y a una supuesta
cultura común, fundamentalistas religiosos
populistas y autoritarios que se sienten
amenazados por el laicismo e intentan
preservar a toda costa sus propias
tradiciones, y unos sectores concretos de la
nueva clase media profesional que impulsan
la ideología y las técnicas de la calidad,
la medición y la gestión. Aunque en esta
alianza existen claras tensiones y
conflictos, su objetivo común es crear las
condiciones educativas que consideran
necesarias para aumentar la competitividad,
las ganancias y la disciplina, y hacernos
volver a un pasado romántico basado en una
imagen idealizada de la escuela, la familia
y el hogar.
Se abandona de
facto (aunque no se reconozca) la idea de
que la educación debe estar prioritariamente
al servicio del desarrollo integral de las
personas y de la formación de ciudadanos y
ciudadanas críticos, capaces de intervenir
activamente en su mundo y transformarlo.
Frente a eso se promueve un modelo educativo
cuya prioridad pasa a ser el logro de la
eficacia y la eficiencia, en el doble
sentido de que sea útil para responder a las
«necesidades del mercado», a la vez que para
homogeneizar e integrar a quienes se educan
en un pensamiento pragmático, «realista»,
acrítico, aceptable socialmente.
Mientras, se
mantiene el analfabetismo y las más
precarias condiciones de escolarización en
los países empobrecidos. Forzados a aplicar
durísimas políticas de recorte de gastos
sociales por los garantes del sistema (OMC,
Banco Mundial, FMI…), no sólo no pueden
dar prioridad a las políticas de fomento de
la educación para todos y todas, sino que en
muchos casos se está retrocediendo en los
avances mínimos de extensión de la
escolarización que se habían conseguido
anteriormente.
Las políticas
educativas neoliberales y conservadoras que
inundan el planeta se parecen cada día más,
al menos en su motivación y objetivos, tanto
en los países empobrecidos como en los
enriquecidos. La aparición casi simultánea
de reformas similares en distintos
continentes, a pesar de materializarse en
tiempos, lugares y formas diferentes, ha
llevado a los expertos en educación a
sugerir que las reestructuraciones actuales
de la educación, que siguen las directrices
de los organismos internacionales, han de
entenderse como un fenómeno global y
coherente con la ofensiva neoliberal que se
vive en todos los campos y todos los
frentes, indistintamente de centros y
periferias en donde, a parte de algunos
matices, tan sólo cambia el grado de
persuasión o de presión, en unos casos u
otros.
De hecho, se
ha tornado cada vez más difícil reconocer
alguna divergencia sustantiva en las
acciones y en los discursos de quienes
actualmente orientan las propuestas de
cambio educativo en todo el mundo. La tesis
central que se viene a concluir es que no
sólo se está en un proceso privatizador a
escala mundial abriendo la educación a los
mercados y rompiendo la concepción de la
educación como un derecho social que ha de
ser protegido por el Estado, sino que se
está adecuando la misma educación a los
principios y prácticas del mercado. Lo
sorprendente es que esta dinámica neoliberal
se ha configurado como «sentido común» tan
poderoso que ha sido capaz incluso de
redefinir los límites de la discusión.
Todos estos
síntomas no son un daño colateral del
proceso de globalización neoliberal en el
ámbito educativo, sino que son aspectos
estructurales y cruciales dentro del proceso
de adecuación de la educación a las nuevas
exigencias de la economía capitalista.