La democracia es un sistema de responsabilidad
compartida. Todos debemos contribuir a su caminar porque todos somos
cooperantes de su plenitud. Desentenderse de la aportación del propio
esfuerzo para delegarlo en los políticos es un error que pagamos muy caro.
La democracia soy yo, y tú y tú. Nunca fue un regalo. Entre todos la
trajimos a este mundo y todos debemos acunarla, siempre recién nacida, hacia
la cúspide. En el fondo la democracia es amor, preocupación por el bienestar
del otro, esfuerzo solidario para que la comunidad en su conjunto viva en
libertad, en justicia distributiva y en derechos igualitarios. Es aquello de
igualdad, libertad, fraternidad.
Están próximas unas elecciones generales. Los
cuatro últimos años del partido en el gobierno le han llevado a una
derechización indiscutible. Serán los mercados, Merkel, Sarkozy o la estafa
creada por los poderosos de la tierra. Los pobres siguen siendo inocentes,
aunque a ellos se les carguen, como siempre, las consecuencias. La historia
marcha sobre sus hombros. Encima van las multinacionales acaparadoras de los
alimentos básicos, los bancos, usureros de gomina y jet privado, los
explotadores que construyen sus propias pirámides. Muchos atribuyen a los
empresarios la creación de riqueza cuando en realidad son los trabajadores
los que la producen. El empresario no es el que da de comer a veinte
familias, sino que son veinte familias las que permiten el lujo del
empresario para el que trabajan. La partícula “para” es muy significativa. Y
mientras el capitalismo no subvierta el orden seguiremos viendo cómo todos
trabajamos en beneficio de unos pocos.
Hubo elecciones en Mayo. En ningún programa
figuraba desguazar la educación, la sanidad, los servicios sociales. Cuatro
meses después, emerge la privatización de todos ellos. Cuando se privatiza
un servicio, se convierte conscientemente en un negocio con la consiguiente
pérdida de derechos y su falta de calidad. Se han despedido profesores, se
cierran centros de urgencia y ambulatorios, se pide a los facultativos que
frenen los ingresos de pacientes y que se den altas en el mínimo tiempo
posible, se deja de pagar a las farmacias, se suprimen sindicalistas
liberados, se ignora a los dependientes, se donan terrenos y aportan fondos
públicos a confesiones religiosas que imponen un retraso mental (sí, retraso
mental) por anti histórico a sus alumnos. Piénsese en Comunión y Liberación
(Lucía Figar), en los Legionarios de Cristo (una denominación anticristiana
si paliativos) en el Opus, modelo de un clasismo descatalogado, etc. Estas
elecciones han tirado abajo derechos que han costado muchos esfuerzos
conseguirlos. ¿Votaríamos hoy, ante la evidencia de los resultados, lo que
votamos en Mayo?
A nadie asusto con la llegada de la derecha al
poder. Pero urge pensar, reflexionar y sacar conclusiones. Los políticos son
un problema para la ciudadanía. Lo dicen las encuestas. Es cierto que no
despejan con su acción la situación que vivimos. Pero que nadie se escude en
ellos porque todos somos responsables, por nuestra propia desidia en
contribuir con esfuerzo que se nos exige. Hay que repetirlo: la democracia
es el resultado de la aportación de todos. Y además, que nadie saque la
conclusión de que todos los políticos son iguales. Si así fuera, deberíamos
abolir los partidos y clamar por una dictadura que nos imponga por las armas
lo que debemos hacer y nos relevara de la responsabilidad d sentirnos
hacedores de nuestro futuro. Desanima oír esta afirmación con frecuencia. No
es así en absoluto. Unos nos meten en una guerra ilegal y otros nos sacan de
ella. Que cada cual recapacite sobre diferencias.
No se trata de pedir el voto para la
izquierda, despreciando la legitimidad de la derecha. Más bien se trata
de que cada uno reflexione su voto seriamente para no tener que arrepentirse
inmediatamente después de las elecciones de lo sembrado en las urnas.
La democracia somos todos. La libertad es una
oferta interior que nos interpela. Sólo falta que la amemos con la
profundidad que sólo el amor sabe para convertirla en la amante enamorada de
la soledad que somos. |
Apenas quedan quince días para el 20-N, día de
las Elecciones Generales que determinarán la nueva composición de las Cortes
españolas.
En las conversaciones diarias se oye
constantemente el descontento de mucha gente hasta el punto de algunos
afirman ya que no van a ir a votar, otros dicen que votarán en blanco y
algunos que su voto en las urnas será el pintarrajeo de alguna papeleta; o
sea, nulo.
Sin entrar en los motivos de cada cual, cierto
es que hay una clara diferencia entre una opción u otra.
Los que todavía hemos vivido bajo la dictadura
de Franco, la hemos padecido y hemos entregado ilusión y tiempo por
conseguir la democracia pienso que una gran mayoría de nosotros pensamos que
ir a votar es absolutamente necesario y coherente con nuestro compromiso
democrático.
Por ello, desde este lugar instamos a que
acudan a depositar en las urnas su opción por cualquiera de los partidos que
optan legítimamente a representarnos en el Parlamento.
Pero cabe la posibilidad de que ninguna de las
alternativas cumple con nuestros deseos. Bien porque no nos gusta esta Ley
Electoral. Bien porque no existen listas abiertas, bien porque nadie
despierta nuestro entusiasmo, bien porque de antemano se sabe ya quién es el
ganador, etc.
En este caso, ¿votamos en blanco o convertimos
nuestro voto en nulo? Para contabilizar los votos que cada opción política
ha conseguido y que se traducen en parlamentarios, se contabilizan la
totalidad de votos emitidos excepto los nulos.
Es decir, los votos en blanco Sí forman parte
del cómputo total, mientras que los nulos No.
Siguiendo la Ley d’Hont, un partido debe
obtener el 3% del total de los votos computados para que se le asigne un
representante. De no alcanzar este 3%, no obtendrá ninguna representación
parlamentaria. Por lo tanto, los partidos mayoritarios tienen siempre las de
ganar con los votos en blanco.
Mientras que es más difícil para un partido
pequeño obtener un parlamentario, pues debe conseguir que sus votos alcancen
este 3% de la totalidad de los votos emitidos. Y los votos en blanco cuentan
para el cómputo total.
Si se está en contra del bipartidismo y se
desea que partidos más pequeños puedan llegar al Congreso no debemos votar
en blanco. Es un gravísimo perjuicio para la pluralidad representativa.
Reitero: el voto nulo no se cuenta en el
cómputo total de votos emitidos. Este tipo de voto se desecha, no sirve para
nada. Pero con el voto en blanco podemos perjudicar y muy seriamente a los
partidos pequeños y que tienen todo el derecho a estar representados y
defender las ideas de sus votantes.
María Dolores Amorós |
Catedrática Lengua Española |