Es cierto que la enseñanza no avanza
como debiera, esto es, no se adecua a
las circunstancias con tanta velocidad
como lo exige la realidad. Por muchas
razones. Entre ellas pesa la rigidez de
los programas y los mínimos exigibles a
los variados niveles de enseñanza.
También pesa mucho la no fácil
versatilidad de los profesores. No todos
asimilan fácilmente los cambios, sea por
ideología o por tradición. Quizá todos
tengan sus razones de peso. Lo cierto es
que estamos en un tiempo excesivamente
tecnológico. Es bueno adecuarse a los
nuevos métodos, porque las nuevas
tecnologías lo llenan todo. No es hora
de cerrar los ojos o de mirar para otro
lado, sino de observar y atinar con los
nuevos caminos. Ni mejores ni peores que
los anteriores, simplemente distintos,
novedosos, atentos a la realidad. Nadie
es ajeno ya a la pizarra digital, por
citar un medio al alcance de cualquier
alumno medianamente inmerso en una
escuela moderna.
Estas novedades no deben alejarnos de
enseñar obviedades para afrontar los
retos que se nos vienen encima: debatir,
opinar, redactar, expresarse
oralmente… Un alumno preparado ha de
saber como enfrentarse a los diversos
problemas que surjan a diario. Ahí debe
estar la escuela como educadora
principal. Si bien los conocimientos nos
invaden a través sobre todo de Internet,
alguien ha de estar alerta para que nos
ayude a discernir lo mejor entre tanto
barullo. Se trata de formar alumnos con
opinión propia, capaces de salir airosos
ante situaciones insólitas, con gran
capacidad de amoldarse a las
innovaciones y sin miedo a tomar
decisiones. El alumno moderno ha de ser
fuerte en expresión y opinión propia y
para ello ha de formarse amplia y
adecuadamente.
Si al alumno le exigimos estas
condiciones, lo mismo sucede con el
profesor, el verdadero artifice de esta
formación. Posiblemente el profesor de
antes tenga aun gran valor, porque no se
trata de echar por tierra lo hecho hasta
ahora. El buen profesor no es de antes
ni de ahora. Lo ideal sera combinar las
formas de antes y las de ahora. No es
bueno aferrarse al mero libro de texto,
por muy bueno que sea. Siempre se puede
dar un paso adelante y combinar lo bueno
de antes con lo bueno de ahora. El
profesor ha de ensenar a investigar y a
cotejar distintas fuentes y ha de
encauzar al alumno hacia la riqueza de
fuentes que nos invaden por todas las
partes.
Quizá en parte la motivación de muchos
alumnos falle por esa inadecuación con
los modos de ahora. Ven al profesor tan
distante de la realidad que no les dice
nada, que sin querer se alejan de sus
enseñanzas. Por eso, conviene no perder
de vista la realidad, al tiempo que
recogemos del pasado lo mejor. Tradición
e innovación pueden ser las mejores
armas para caminar seguro por la senda
difícil de la educación actual.
Eso no quita que los alumnos han de
llegar de casa educados y receptivos a
cuanto les depare la enseñanza en vigor.
Compete a las autoridades formar a los
nuevos profesores, concienciarles para
que se adecuen a las nuevas formas y
propiciar las herramientas mínimas de
aprendizaje. El proceso de
enseñanza/aprendizaje es algo que se
hace en común y requiere por ambas
partes compromiso. De nada vale que solo
un agente se comprometa. Profesor y
alumno han de ir de la mano y solo así
se puede llegar a buen puerto. El
profesor ha de observar el ritmo de vida
que lleva el alumno para que partiendo
de ahí pueda ir metiendo baza, sin que
suponga una suplantación de su
personalidad. Pero el proceso ha de ser
compartido desde una mutua comprensión.
Al profesor le toca enseñar. Esa es la
tarea mas importante y la más adecuada a
su preparación. Se ha preparado para
eso, para impartir esa enseñanza en
alumnos interesados. No quita que de vez
en cuando sea capaz de «educar». No sólo
con el ejemplo, sino con algún consejo o
máxima. Pero lo que mas domina es la
materia que ha estudiado y que ha de
transmitir a otros. Ademas, el profesor
ha de buscar los medios para que esa
enseñanza vaya bien encauzada. Aquí
vienen a cuento las nuevas tecnologías.
Y esto es incumbencia del profesor. No
debe aferrarse a métodos anticuados
porque eso era lo que predominaba, sino
que ha de mirar otras maneras de llegar
al mismo sitio. Sin despreciar lo
anterior, ha de dar un paso adelante y
variar las formas que le lleven al aula.
En eso consiste la argucia del profesor
atento. A veces, las formas pueden echar
por tierra una buena enseñanza. Ni todo
lo nuevo es lo fetén, ni lo antiguo debe
ser olvidado. Depende. El nuevo
profesor, tal vez mas didáctico, ha de
buscar los caminos que le lleven al
final, sin renunciar en ningún caso a su
verdadera tarea: enseñar, transmitir su
enseñanza en la mente del alumno, para
que el mismo alumno, después de un
proceso propio, elabore su conocimiento.
Y aprenda. Aprenda cosas y aprenda a
desenvolverse en la vida. Y madure.
Es cierto que hay presencias que bastan
para encauzar a un grupo. Hay profesores
que dominan las tablas y sin querer se
dejan escuchar. Pero la mayoría se han
de ganar el crédito día a día, hora a
hora. Y lo mejor es mirar al alumno y a
su entorno. Y tratar de conjugar esas
dos variables: alumno y entorno. Con
ellas, un profesor atento seguro que
saldrá airoso de cualquier lance y sera
capaz de ensenar esa ciencia que
germinara en el alumno. Ese es el camino
del nuevo profesor.