La
educación ha ido adquiriendo progresiva
importancia a lo largo de la historia de
la humanidad. En sus inicios sólo eran
unos pocos los destinatarios de lo que
llamamos educación formal. En la cuna de
la escritura, Mesopotamia, tras varios
años de estudio los escribas alcanzaban
un notable prestigio social y grandes
privilegios. En la antigua Grecia el
acceso a la escuela estaba reservado
para sus clases acomodadas, en un primer
momento el niño, se formaba en casa con
un ayo llamado “pedagogo”,
posteriormente accedían a la escuela
donde se formaban en las llamadas artes
liberales: Trivium y Quadrivium.
Geometría, gimnasia, retórica,
dialéctica y música constituían el
currículo de los jóvenes varones de la
élite social.
Las épocas posteriores,
con la Escolástica, el Humanismo, el Renacimiento, la
Ilustración, etc., continuaron en una línea muy similar,
destinando el acceso a la educación formal
exclusivamente a las clases pudientes. La educación de
la mujer, huelga comentarlo, no tenía razón de ser, en
todo caso, y para las jóvenes de familias de pro, se les
daba una enseñanza en torno a “cómo ser una buena esposa
y madre”. Posteriores avances y desarrollos sociales
como la industrialización, el desarrollo de las
ciudades, el desarrollo tecnológico, la incorporación de
la mujer al trabajo (remunerado), trajeron consigo una
extensión del acceso a la educación. Paulatinamente los
estados fueron tomando conciencia de la relación entre
desarrollo económico y educación.
En las primeras
regulaciones de la educación formal ésta era, tan sólo,
una de las muchas competencias del Ministerio de
Fomento. Es pertinente decir, puesto que dice mucho de
su valor en ese período, que este ministerio era ocupado
frecuentemente por ministros novatos que comenzaban,
así, con aspectos menores de la labor política. La
segunda mitad del siglo XX viene marcado,
definitivamente, por el acceso obligatorio y gratuito a
la educación. De hecho, es tal la importancia que se
concede a la formación de las nuevas generaciones, que
la educación, junto a la sanidad y la seguridad, son
aspectos garantizados en nuestro país. Por otro lado,
hemos de destacar que todos estos avances han corrido
paralelos, en imprescindible simbiosis, con el
desarrollo de valores democráticos y sociales, así,
aparecen los valores de segunda generación.
La educación ya no es
sólo una cuestión de gratuidad y obligatoriedad, es
además una cuestión de justicia social. La justicia
social alude a la necesidad de saber ver la realidad
para compensar las desigualdades, sería “la justicia
entre desiguales”. Este concepto involucra aspectos
relacionados con la igualdad de oportunidades y la
equidad social, el estado del bienestar, la distribución
de la renta… y supone la concepción de un estado activo
que no delega en manos privadas, espurias al concepto
actual de educación, este derecho fundamental. Supone,
por tanto, educar para un mundo mejor, educar en y para
la democracia, educar para aprender a vivir de un modo
respetuoso con el otro y con el entorno, para ser
conscientes de los peligros de ciertas tendencias que
llevan a repetir antiguos errores.
La actual apología de la
educación privada nos retrotrae a tiempos que creíamos
pasados, y cuyos principios y resultados no son
coherentes con los valores de una sociedad que,
conocedora de su pasado, se prepara en consecuencia para
afrontar y diseñar el mejor futuro posible.
Antonia
Lozano Díaz
Docente y miembro de eQuo Almería |