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La idea
de que lo público es gratuito ha hecho fortuna, y
siempre está en boca de algunos políticos… |
La idea de
que lo público es gratuito ha hecho
fortuna, y siempre está en boca de
algunos políticos para convencernos de
que más temprano que tarde tendremos que
pasar por caja, sobre todo ahora que,
después de “vivir por encima de nuestras
posibilidades”, hay que asumir que “la
fiesta se ha terminado” porque “ya nada
volverá a ser como antes” (los
entrecomillados son de ellos). Este
originalísimo planteamiento es el que ha
utilizado Esperanza Aguirre para sugerir
que se plantea una suerte de copago
educativo a partir de los 16 años, y
todo ello en medio de la masiva huelga
de profesores contra sus recortes.
Ocurre, no obstante, que lo público no
es gratis, y que Aguirre no nos
subvenciona ni el colegio del niño ni
las medicinas para la artrosis del
abuelo, ya que es algo que apoquinamos
entre todos con nuestros impuestos.
Pudiera ser que lo que pagásemos no
fuera suficiente, y en ese caso lo que
correspondería es aumentar esta
contribución para que cada cual hiciese
frente a su parte en función de sus
ingresos, en vez de hacerlo a escote
como querría la presidenta madrileña.
La educación no sólo es un derecho de
los ciudadanos sino también un deber del
Estado, y esa es la razón por la que los
padres que impiden que sus hijos ir al
colegio sean condenados a penas de
cárcel por un delito de abandono de
familia. Esa última responsabilidad es
indelegable, por mucho que Aguirre se
empeñe en derivarla a centros privados,
que son los realmente subvencionados en
detrimento de la calidad exigible a la
educación pública. Una cosa es que
los padres tengan libertad para enviar
sus hijos a un colegio religioso, por
ejemplo, y otra distinta es que seamos
los demás los que tengamos que correr
con el gasto de adecentar la capilla.
Es curioso que no haya dinero para
profesores interinos y sí, como sugería
recientemente, para crear una policía
autonómica cuya misión sería impedir que
las tiendas de campaña del 15-M afeen
las vistas de la Puerta del Sol desde su
despacho. Lleva tiempo la presidenta
jugando a ser Margaret Thatcher.
Humildemente se le aconseja que empiece
por el peinado.
Juan
Carlos Escudier.
Periodista |