Esperanza Aguirre es una política nefasta, pero inteligente. Ayer ofreció otra prueba de ello, al pedir disculpas a los profesores, después de organizar una campaña para denigrarlos ante la opinión pública. Cuesta creer que el arrepentimiento de Aguirre sea sincero, porque no rectificó de forma más o menos inmediata, sino cuando se percató del incendio que la actitud chulesca del PP de Madrid estaba causando entre el profesorado.
La presidenta madrileña, su consejera favorita (Lucía Figar, responsable de Educación) y su coro mediático presentaron a los docentes como unos vagos que se niegan a trabajar 20 horas a la semana, confundiendo así el horario lectivo (ahora de 18 horas) con la jornada laboral (37,5 horas). Y luego, en un capítulo menor, pero que muestra perfectamente su forma de actuar, el PP de Madrid acusó a los sindicatos de manipular una carta con erratas que la presidenta había enviado a los profesores.
Mentira sobre mentira, he ahí la esencia del método Aguirre.
En todo caso, aunque haya sido tarde, mal y a rastras, es un gesto positivo que Aguirre se haya disculpado. Pero el problema de fondo sigue ahí: unos planes que sólo buscan deteriorar la enseñanza pública de Madrid y que deben ser retirados.
Estaría bien que ahora se pronunciara Ana Botella, que también mintió al comparar las horas de trabajo de funcionarios y profesores. Quizá ha puesto en un montoncito peras y en otro manzanas, y al hacer la suma se confundió, pero ello no la exime de pedir perdón.