Una nación formada, instruida y educada podrá convertir los recursos en creatividad, las soluciones en innovación, la prosperidad en realidad y el futuro en algo más que un sueño. La educación, más allá de conocer y saber, investigar y crear, participar y emprender, es la columna más importante para el desarrollo económico y social de nuestro país.
Podremos quitarnos el pan de la mesa, muchos gastos y los más básicos recursos, pero nunca debemos jubilar a nuestros maestros, prescindir de los profesores, olvidar a los que nos enseñaron. Aquellos, que, mal pagados, ceden su vocación a cambio de un salario que ni de lejos se acerca al valor añadido que son capaces de generar.
Prueba de que nuestro nivel educativo es aún muy bajo es que son capaces de llegar a los gobiernos personajes como Lucía Figar, consejera de Educación y Empleo de la Comunidad de Madrid, capaz, en su ignorancia, de señalar que los profesores madrileños trabajan tan solo dieciocho horas. Confundir horas lectivas con horas de trabajo se sustenta en tan flagrante estupidez, en tan obsceno desconocimiento, que podría carecer de importancia si no fuera la máxima autoridad educativa de la región.
Esperar un buen nivel educativo cuando la presidenta del Consejo de Gobierno comete faltas de ortografía, cuando se esconden tras las medidas de ahorro evidentes disparates, cuando la intención, por otra parte, no es otra que arrinconar a la enseñanza pública, piedra angular de la prosperidad de una nación, es cuando menos, un tremendo desatino.
Tan pornográfico como conocer los Presupuestos de la Comunidad de Madrid, tan obsceno como saber que pretenden ahorrar noventa millones de euros en profesores cuando gastan anualmente 110 millones de euros en publicidad. Tan estúpido como considerar que los miles de profesores de los que prescinden carecen de importancia porque son interinos, como si la relación laboral definiera en este caso la importancia de su labor.
El debate está encima de la mesa, sencillamente, porque ahora son los conservadores los mandatarios de una inmensa mayoría de comunidades autónomas. El radicalismo más perverso se centra, cómo no, en Madrid, Castilla La Mancha o Galicia. Qué insensato ahorrar en prosperidad, qué estúpido ser ciegos ante nuestro futuro.
Suiza invierte en educación secundaria por alumno la cantidad de 11.295 dólares, Austria 9.228 dólares, Francia 8.405 dólares y, España, aún, 6.741 dólares, medidos todos ellos en paridades de poder de compra, descontando entonces el poder adquisitivo de cada una de las naciones.
Las divergencias regionales son evidentes. Madrid es la región que menos invierte por alumno (3.876 euros), frente, qué obsceno, a los 6.577 euros del País Vasco. Algunos argumentan que la eficiencia debe ser una magnitud más importante que los recursos, como si la falta de libros, estudiar en barracones (como en algunos municipios de Madrid), se pudiera suplir con un mayor esfuerzo de aquellos que a diario abren la puerta del colegio o de la escuela.
¿Ciegos?: ¿no será que interesa contemplar la educación como un negocio? Lo mismo es más importante fomentar las sociedades de enseñanza, la privatización encubierta, los más bajos intereses, por encima, ésta es la tragedia, del futuro.