La afectuosa carta de la presidenta madrileña a los enseñantes parecía más una lección que una carta. Se dirigió a ellos con el mejor de sus tonos en el trato -posee varios registros- para dibujarles en plan didáctico el panorama de una crisis que ella conoce bien, de acuerdo con la dramática y ajustada descripción de la España actual que expuso conmovida: el enorme paro, las empresas que cierran y despiden, las familias en la desespera-ción… Pero los docentes madrileños tienen también su propio conocimiento de los efectos de esta crisis para cuya solución se les requiere ahora un mayor esfuerzo. Así que cuando la presidenta trató de hacerles entender que si trabajan más horas se dará trabajo a menos profesores para contribuir desde el sector educativo a la solución de la catástrofe, se sorprendieron de que haya olvidado que los educadores ya han dejado parte de su sueldo en el ahorro del erario público con los descuentos a los que en sus salarios los han sometido los Gobiernos de España y de Madrid. Pero si se trata además de mandar a su casa a 3.000 personas, después de haberlas mantenido en el tajo durante mucho tiempo en condiciones precarias, lamentaron que Aguirre no haya caído en la cuenta de que incrementará inevitablemente el paro que tanto le aterra. La reconocen, sin embargo, una pionera en este tipo de ahorro público que propone: desde hace años restringió los medios materiales de la escuela (sistemas audiovisuales y salas de ordenador, calefacción y aire acondicionado o Internet), con lo cual los presupuestos educativos se aligeraron con prontitud en aras de una dejadez que ahora evita suprimir lo que no existía ya en la escuela abandonada. En consecuencia, los receptores de la carta, que agradecen a la presidenta su sensibilidad ante los desfavorecidos tanto como su abrazo final, no pueden dejar de hacerle el favor de recordarle los 74 millones que cuestan a la Comunidad las ventajas fiscales para quienes estudian en centros privados.
Pero
esta falta de coincidencia en la
visión de la realidad entre la
presidenta y sus empleados en las
aulas hizo que ella abandonara más
tarde el tono sereno de la carta
para, puesta en jarras, intentar
indisponer a los madrileños contra
los profesores recordándoles que
cualquiera trabaja más de 20 horas.
Ella, que fue ministra de Educación,
no desconoce que la actividad del
docente no puede medirse por sus
horas de clase, y que fuera del aula
hay mucha tarea de atención a los
alumnos y preparación del
profesorado, pero su cabreo por la
huelga prometida explica la insidia.
Es lo mismo que hacer creer que los
diputados, ya sea en la Asamblea
regional o en el Congreso, no tienen
otro trabajo que escuchar a sus
líderes en los plenos desde sus
cómodas poltronas y nada hacen fuera
del hemiciclo, lo cual se resolvería
con mucho menos de 20 horas. Pero no
es cuestión de horas, ni se trata de
escatimar esfuerzos, dicen los
profesores, sino de evitar que se
incrementen los abandonos en la
enseñanza pública, desde las
tutorías a las bibliotecas y otros
servicios, con masificación añadida,
derribo de otras conquistas de la
pedagogía moderna y guirigay lógico
en el reparto de las asignaturas
ante las carencias. Un instituto
medio perderá de 10 a 12 profesores
de distintas materias en un curso en
el que los alumnos matriculados son
más.
Pero resultaría paradójico que
Aguirre esté convencida de que una
crisis se supera con una educación
mejor, como ha dicho, cuando a la
hora del ahorro se propone
devaluarla sustancialmente, si no
fuera porque la devaluación de la
educación pública es un imperativo
del modelo de sociedad que a ella le
es grato y que se pretende imponer
con la crisis. Se trata del mismo
modelo que a un descuido nos han
metido en la Constitución por la
puerta trasera. Una Constitución de
la que se decía que en ella cabíamos
todos y de la que en un arrebato se
ha desalojado a muchos; el peor de
los trofeos con el que Zapatero
puede pasar a la historia. Ahora,
los mismos que han sacralizado
ridículamente esa Constitución la
han profanado con nocturnidad.
Es obvio que esto es mucho más que
una crisis y que de este abuso solo
se saldrá por la puerta del caos,
con lo que no creo que a estas
alturas estemos a tiempo de un
combate educativo contra ella como
el que propone la presidenta en su
carta. De lo que sí estamos a tiempo
es de reconocer la relación
fundamental que tienen con la crisis
y sus orígenes las carencias de los
sucesivos planes de educación. De
nada va a servir que gane quien gane
las elecciones de noviembre,
Rubalcaba o Rajoy, las vaya a ganar
un exministro de Educación, porque
gane quien gane en noviembre, y
hasta que se imponga una nueva
cordura, tendrá que organizar las
rebajas que le ordenen los mercados.