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… la
negativa al referéndum será un paso más en el peligroso
camino de distanciamiento entre la … sociedad y la
superestructura política
… los
dos partidos se ponen de acuerdo después de tanta
incapacidad para concertar otros asuntos de auténtico
calado |
La
sorpresa del anuncio de una reforma
constitucional por consenso del Gobierno
con el principal partido de la oposición
ha desembocado rápidamente en una
creciente irritación. Primero, por la
condescendiente obediencia española los
dictados, no siempre plenamente
comprensibles, del directorio franco
alemán; segundo, por la chocante
facilidad con que PP y PSOE han
conseguido ponerse de acuerdo en una
cuestión que a muchos ciudadanos les
parece esotérica, después de tanta
incapacidad para concertar otros asuntos
de auténtico calado; y tercero, porque
la constitucionalización del déficit
cero es la exacerbación de una
determinada posición ideológica, que de
momento ha provocado la gran recesión,
sin que nada garantice que las
soluciones de ahora nos conduzcan a un
desarrollo más armónico, estable y
tranquilo.
Esta irritación, que enlaza con el
malestar social que se percibe desde
hace tiempo, fruto de la pésima
situación socioeconómica y de la escasa
altura del proceso político, ha
desembocado en el surgimiento de una
opinión contraria a la propuesta avalada
por Zapatero y Rajoy y en la exigencia
de un referéndum popular sobre la
reforma en cuestión. Un sector del PSOE,
con José Borrell y Antonio Gutiérrez a
la cabeza, han planteado una oposición
frontal a la medida, y en las redes
sociales se está registrando una masiva
exigencia de la consulta popular. La
reforma en ciernes afecta al Título VII
de la Constitución, «Economía y
Hacienda», y puede ser realizada por el
procedimiento ordinario previsto en el
art. 167 de la propia Carta Magna: será
necesaria una mayoría cualificada de
tres quintos de ambas cámaras, o bien
mayoría absoluta del Senado y de dos
tercios del Congreso.
Es evidente que, una vez adoptada
públicamente la decisión de la reforma,
una vuelta atrás representaría un grave
contratiempo en nuestra relación con
Europa y con los mercados ya que
estaríamos lanzando una señal que va en
contra de las exigencias que se nos
formulan. Visto así, la docilidad parece
la receta adecuada. Sin embargo, a veces
han que afrontar determinados riesgos
para hacer valer las propias
convicciones. Las sociedades francesas y
holandesas, ciudadanías nada bisoñas,
votaron en contra de la Constitución
Europea, con las consecuencias que a la
vista están: no se ha hundido el mundo y
las instituciones europeas tienen cada
vez más en cuenta a la opinión pública.
Así las cosas, no es irreal afirmar que
la negativa del establishment al
referéndum, aunque legítima y
seguramente razonable, será un paso más
en el peligroso camino de
distanciamiento entre la sociedad y la
superestructura política.
Por el contrario, la promesa de un
reférendum aliviaría tensiones y
permitiría un debate cabal sobre nuestro
papel en la Eurozona y sobre otras
varias cuestiones que requieren asimismo
de amplios consensos; entre ellos,
varias reformas modernizadoras de la
misma Constitución.
Antonio
Papell. Periodista |