El espíritu que promueve
el movimiento 15-M es respaldado por personalidades como
Stephane Hessel, José Luis Sampedro, Federico Mayor
Zaragoza, Eduard Punset, Vicenç Navarro, Carlos Taibo y
un montón de gente crítica, intelectuales, artistas,
escritores e, incluso, políticos descontentos. Libros
como ¡Indignaos!, Reacciona, Delito de silencio: ha
llegado el momento. Es tiempo de acción o La rebelión de
los indignados: movimiento 15-m: democracia real ¡ya!
recogen la actualidad y ponen de manifiesto la
relevancia de este proceso que deberíamos mantener vivo
y ardiendo.
Pero no nos confundamos ni
confiemos porque no somos tantos, aunque seamos muchos.
Porque la mayoría de la población está increíblemente al
margen. Igual que ese estudio recientemente publicado
que subraya que más del 50% de la ciudadanía española no
sabía que habían subido la edad de jubilación.
La información no llega a todo el mundo por igual y nos
movemos en círculos en los que, efectivamente, la
mayoría apoyamos un cambio profundo en busca de una
verdadera democracia. Pero gran parte de las y los
españoles se informan por otros cauces, reciben su
información de otros medios, muchos cercanos a la
derecha más reaccionaria y, en esos ámbitos, no apoyan
las propuestas de los indignados.
Por ello se necesitan relevistas que hagan todo el
camino con la antorcha y que consigan que la llama
llegue a su meta: Democracia real, ya. Porque estamos de
acuerdo en que no la tenemos, es, supuestamente,
representativa pero no nos representa y nos pide
participar, cada cuatro años con un gesto, pero no es
participativa.
El 15-M, y todo lo que puede surgir a su calor, es una
nueva propuesta que supone una bocanada de aire fresco.
Es una alternativa y como tal debería tener opciones de
llegar a plasmarse de una manera real y eficaz. El
testigo de su fuego debería tomarlo la sociedad civil,
sin siglas partidistas, para llegar a convertirse en
sociedad política. Porque no es sino desde la política
que se pueden conseguir los cambios.

Esperar a que los partidos
políticos tradicionales, los existentes, tomen las
propuestas indignadas y las incluyan en sus programas y,
lo más difícil, que las lleven a cabo es una quimera.
Recordemos que el partido mayoritario de la izquierda
moderada en este país ha desestimado, estando en el
Gobierno y en la oposición, la reforma electoral. Ni que
decir de la postura del PP o de los nacionalistas.
Este movimiento es una
utopía pero es real. Está ahí y tiene que continuar.
Esta semana, por la megafonía de la acampada en la
puerta del Sol de Madrid, se escuchó a primera hora de
la mañana cómo el movimiento busca centrarse y resaltar
qué les une y qué propuestas hacer a la ciudadanía para
que ésta siga creyendo en ellos.
Y no sólo eso. También hay
que extender esa alternativa y hacerla presente en el
sentir social de la ciudadanía. Una ciudadanía que lleva
demasiado tiempo siendo pasiva y acomodaticia. Es hora
de que la acción sea efectiva y hay que empezar por la
comunicación. No basta con la información, terciada gran
parte de las veces, hay que lograr una comunicación para
el cambio social, una estrategia que haga crecer las
propuestas desde las bases. No puede ir ocupando cada
vez menos espacio en los noticiarios y terminar muriendo
por inanición. Hay que conseguir llenarlos.
Cierto que este fin de
semana algunos medios han dedicado una atención
preferente a los indignados, cobertura especial en
periódicos (El País, Público) reportajes en televisión
(Informe Semanal de TV1), pero también es cierto que
empiezan a surgir estudios demoscópicos que señalan que
se irá perdiendo el efecto. Eso es lo que no hay que
permitir porque la sociedad, la parte de ella que se
cree informada aunque en realidad esté sobre informada y
mal informada, termina aceptando lo que le van
vendiendo. Si los medios les van dedicando menos espacio
no es porque hayan dejado de ser noticia sino porque han
dejado de ser espectáculo.
La situación que denuncian
los indignados no afecta sólo a la juventud o a los
parados. También incide en personas jubiladas,
asalariadas, autónomas o empleados públicos. Afecta a la
enseñanza, la sanidad o la justicia, al servicio de
bomberos, ambulancias y policías (esos mismos que cargan
contra los acampados siguiendo órdenes de aquéllos
políticos que luego decidirán, para paliar la crisis,
recortarles el sueldo y no cubrir las plazas que se
queden libres, la llamada tasa de reposición). Es toda
la sociedad la que está indignada.
Si el movimiento y sus
propuestas reciben apoyos generalizados de gente de
izquierdas, personas progresistas que creen que otro
mundo es posible, pero que, además, ese nuevo mundo
tiene que ser mejor; si tienen la simpatía de gran parte
de la población que comparte sus demandas, si, en
definitiva, su lucha es justa porque reclama,
pacíficamente, derechos y justicia social, habrá que
acompañar la carrera de esa llama hasta la meta.
Si no se puede, por las
razones que sean, continuar con las acampadas en las
plazas, hay que llevarlas a las redes virtuales, a los
movimientos sociales, a las asociaciones de barrio, a
las radios comunitarias. Hay que reunirse en los campus
universitarios, en las calles, en los centros de trabajo
(quien tenga la suerte de tenerlo), en las parroquias,
en los bares o con amigos alrededor de mesas camillas.
Como en los juegos
olímpicos, si se apaga la llama será un mal presagio.
Estaremos social y políticamente muertos.
Iñaki
Chaves | Sociólogo / Comunicador |