Sábado 21 de mayo. Jornada
de reflexión en prácticamente toda España y jornada de
acampada para miles de jóvenes (y no tan jóvenes) en
decenas de ciudades del país. Los ‘indignados’, como se
hace llamar este movimiento surgido al calor de las
redes sociales el 15 de mayo, protestan contra un
sistema desgastado, que fomenta el bipartidismo y que
enriquece a unos pocos mientras arruina a la mayoría. Ni
siquiera la decisión de la Junta Electoral Central de
prohibir las concentraciones les ha obligado a marcharse
e incluso ha provocado, gracias también a la llegada del
fin de semana, un efecto llamada para más ciudadanos,
hartos ya de la clase política.
Nunca he entendido por qué
al día previo a las elecciones lo llaman "jornada de
reflexión". ¿Se puede reflexionar en un día lo que no se
ha reflexionado en cuatro años? Los que a estas alturas
no tengan decidido el voto no lo tendrán decidido mañana
y o bien pasarán de votar, o bien votarán en blanco, o
en el peor de los casos acabarán introduciendo en las
urnas lo mismo que votaron la otra vez sin darle más
vueltas y conformándose con lo que les echen.
Sin embargo, la reacción
de los últimos días contra unos dirigentes incapaces de
hacer nada por frenar la crisis, una oposición que en
vez de proponer se dedica a insultar y a gastarse el
dinero público en trajes y otros lujos y unos bancos que
siguen haciéndose de oro mientras la gente corriente
está en el paro debería hacernos reflexionar a todos,
especialmente a aquéllos hacia los que se dirigen las
críticas.
Pero algunos ni por esas.
Unos, que tienen tanta culpa como los que gobiernan en
esto de la crisis, siguen viendo manos negras detrás de
las concentraciones, como les ocurrió después de los
tristes acontecimientos del 11-M. Has pasado siete años
y no aprenden. Otros, por su parte, miran con recelo la
situación, conscientes de que probablemente muchos de
los que ahora les tiran los trastos a la cara fueron los
que les auparon al poder en 2004.
Es probable que la
influencia de este movimiento en los comicios de mañana
sea mínima, y más en Castilla y León, donde cada vez hay
menos jóvenes con inquietudes y más ancianos acomodados
en el sistema. Los dos grandes partidos volverán a
repartirse el pastel de las Cortes y de los
ayuntamientos y como mucho dejarán una pequeña porción
para los otros grupos. Pero lo que es seguro es que la
reflexión planteada en la sociedad desde hace una semana
no acabará hoy, ni tampoco mañana. Esa es la victoria de
los ‘indignados’.
Javier
Ramos Gómez |
El futuro se ha hecho
presente. Está ahí, en la calle de mayo, empedrada por
el pulgón de los chopos. Esa costra primaveral,
acentuada por la campaña política, que esta semana ha
empezado a levantar a soplidos la legión pacífica de la
ciudadanía. Jóvenes – y no tanto- indignados por un
sistema democrático en el que se sienten apátridas.
Ciudadanos que acampan en la calle, hartos de verse
arrastrados por ella por parte de los partidos
políticos, conscientes de que serán la primera
generación que vivirá peor que sus padres.
Justo ahora que la
ceremonia de las urnas volvía con su falsa apariencia de
normalidad, se han levantado para exponer que el voto no
es la esencia de la democracia, como intentan hacer ver
quienes reducen así la libertad del pueblo para dar
coartada legal a cuatro años más de barra libre. Otro
cuatrienio de recortes, mientras los políticos derrochan
en autopropaganda y dietas; otro cuatrienio de falta de
empleo y huida de jóvenes, mientras por la puerta de
atrás, con el carné de los partidos, se cuelan en las
administraciones públicas manadas de familiares y
apesebrados; otro cuatrienio de despotismo ilustrado en
el que se incentiva la necesidad para justificar la
creación del miembro y los favores a los empresarios
amigos… La rebelión pacífica ha dado al traste con el
trabajo de los cocineros del todo-vale político.
Charlatanes que se habían abandonado a las recetas de la
parrilla televisiva, los cazadores de tendencias de Zara
y los relaciones públicas de JB: dar al
consumidor-votante lo que quiere oír mediante la
generación de una uniformidad en la que todos se sientan
diferentes.
El tratamiento de los
ciudadanos como adolescentes con discursos acomodados,
ideologías aplazadas, eslóganes vacíos y mensajes
simples; cargas de profundidad dispuestas para despertar
la sensación inconsciente que estimula el azúcar en los
niños. Todo listo para un consumo rápido, casi aséptico:
Sálvame o DEC; la blusa cuello barco o la camiseta corte
imperio; con coca-cola o sólo con tres piedras de hielo…
La simplificación de la
democracia como parte del sistema de consumo, como
consecución de la inopia en la que Bart Simpson le
recuerda a Homer que, gracias a lo maravillosa que es la
tele, no se acuerda ni de lo que ha hecho hace siete
minutos.
Pero el presente ha
vuelto, cargado de pasado.
Álvaro Caballero |