La ignorancia es la raíz
de todos los males, según Platón, que también nos dio
una definición aún actual de su opuesto, el
conocimiento, como "creencia verdadera y justificada".
Merece la pena considerarla al reflexionar sobre los
peligros de la ignorancia en el siglo XXI.
Veamos algo
que todos pensamos que sabemos: la tierra es
(aproximadamente) redonda. Esto es tan cierto como
pueden demostrarlo los hechos astronómicos, sobre todo
porque hemos enviado satélites en órbita y observado que
el planeta es, efectivamente, de formas redondeadas. La
mayoría de nosotros (menos unos pocos lunáticos que
defienden que la Tierra es plana) también creemos que
así es.
¿Qué ocurre con la justificación de esa creencia? ¿Cómo
respondería usted si alguien le pregunta por qué cree
que la tierra es redonda?
El lugar obvio para comenzar sería apuntar a las
imágenes de satélite citadas, pero nuestro escéptico
interlocutor podría preguntar razonablemente si usted
sabe cómo fueron obtenidas. A menos que sea usted un
experto en ingeniería espacial y software de imágenes,
es posible que en ese punto se vea en dificultades.
Podría recurrir a razones más tradicionales para creer
en una tierra redonda, como el hecho de que nuestro
planeta proyecta una sombra redondeada sobre la Luna
durante los eclipses lunares. Usted tendría que estar en
condiciones de explicar – en caso de objeción-qué es un
eclipse y cómo lo sabe. Ya ve a dónde nos puede llevar
esto: si empujamos lo suficiente, en el sentido
platónico la mayoría de nosotros no sabe realmente mucho
de nada. Somos mucho más ignorantes de lo que creemos.
Sócrates, maestro de Platón, irritó a las autoridades
atenienses al sostener que era más sabio que el Oráculo
de Delfos porque, a diferencia de la mayoría de las
personas (incluidas las autoridades de Atenas), sabía
que no sabía nada. Si la humildad de Sócrates era
sincera o una broma secreta a expensas de los poderes
fácticos (antes de que estos le quitaran la vida tras
cansarse de su irreverencia), el punto es que el
principio de la sabiduría reside en el reconocimiento de
lo poco que sabemos en realidad.
Lo cual me lleva a la paradoja de la ignorancia en
nuestra época: constantemente nos llueven opiniones de
expertos – con o sin doctorado tras su nombre-que nos
dicen exactamente qué pensar (aunque rara vez por qué
hemos de pensarlo). Por otro lado, la mayoría de
nosotros somos completamente ineptos en la práctica del
venerable y vital arte de la detección de tonterías (o,
más cortésmente, el pensamiento crítico), tan necesario
en la sociedad moderna.
Vivimos en una época en que el conocimiento – en el
sentido de la información-está constantemente disponible
en tiempo por medio de ordenadores, teléfonos
inteligentes, tabletas electrónicas y lectores de
libros. Y, sin embargo, aún carecemos de las habilidades
básicas para reflexionar sobre esa información, para
tamizar la tierra para encontrar las pepitas dignas de
valor. Somos masas ignorantes inundadas de información.
Es posible que la humanidad siempre haya sufrido de
escasez de pensamiento crítico. Por eso seguimos
permitiendo que se nos trate de convencer de apoyar
guerras injustas (por no mencionar el morir en ellas), o
votar por personas cuyo trabajo principal parece ser
acumular tanta riqueza para los ricos como les sea
posible. También eso puede explicar por qué tanta gente
se deja engañar por médicos que les venden costosísimas
píldoras de azúcar y por qué seguimos el consejo de
famosos del espectáculo (en lugar de médicos reales)
sobre si es conveniente vacunar a nuestros hijos. Sin
embargo, la necesidad de pensamiento crítico nunca ha
sido tan urgente como en la era de internet. Por lo
menos en los países desarrollados – pero cada vez más en
los subdesarrollados también-el problema ya no es el
acceso a la información, sino la falta de capacidad de
procesarla y darle sentido.
Desafortunadamente, es improbable que las universidades,
las escuelas de secundaria e incluso las elementales se
decidan a incorporar cursos de introducción al
pensamiento crítico. La educación se ha transformado
cada vez más en un sistema de mercancías en que mantiene
satisfechos a los clientes (antes alumnos) con planes de
estudio personalizados, mientras se los prepara para el
mercado laboral (en lugar de recibir preparación para
convertirse en seres humanos y ciudadanos responsables).
Esto puede y debe cambiar, pero para ello se requiere un
movimiento de base que utilice blogs, revistas y
periódicos en línea, clubs de lectura y espacios de
encuentro, y cualquier otro recurso que pueda contribuir
a la promoción de oportunidades de desarrollo de
habilidades de pensamiento crítico. Lo que está en juego
es nuestro futuro.
Massimo
Pigliucci
Profesor de filosofía
Centro de Estudios Superiores
Universidad de Nueva York |