Estamos
aquí, a buen seguro somos personas muy diferentes.
Tenemos en la cabeza ideales y proyectos muy distintos.
Han conseguido
sin embargo que nos pongamos de acuerdo en un puñado de
idea.
¿Cuál es la
primera?
La llaman
democracia y no lo es.
Las grandes
instituciones del estado, los grandes partidos, han
demostrado su visión y capacidad para funcionar al
margen del ruido molesto de la población.
Esos dos grandes
partidos en singular, escenifican todos los días una
aparente confrontación ideológica que esconde que por
detrás están de acuerdo en todo lo importante.
Mientras que las
cosas en las que están de acuerdo esta en acoger, de
entre sus filas, a personas de muy dudosa moralidad.
No es difícil
saber que es lo que hay en la trastienda. Formidables
corporaciones económicas financieras que dictan la
mayoría de las reglas de juego.
Segunda…
a menudo somos victimas de las grandes cifras que se nos
imponen y que no acertamos a saber que significan. En
mayo de 2010, por proponer un ejemplo, la Unión Europea
exigió del Gobierno español que redujese en 15.000
millones de euros el gasto público. Nadie sabe a ciencia
cierta qué son 15.000 millones de euros.
Para
comprenderlo no está de más que asumamos una rápida
comparación con otras cifras. Unos años atrás ese
Gobierno español que acabo de mencionar destinó en
inicio 9.000 millones de euros al saneamiento de una
única caja de ahorros, la de Castilla-La Mancha, que se
hallaba al borde de la quiebra; estoy hablando de una
cifra que se acercaba a las dos terceras partes de la de
la exigida en recortes por la Unión Europea. Durante dos
años fiscales consecutivos, ese mismo Gobierno obsequió
con 400 euros a todos los que hacemos una declaración de
la renta. A todos, dicho sea de paso, por igual: lo
mismo recibió el señor Botín que el ciudadano más pobre.
Según una estimación, ese regalo se llevó, en cada uno
de esos años, 10.000 millones de euros. Estoy hablando
del mismo Gobierno, que se autotitula socialista, que no
dudó en suprimir un impuesto, el del patrimonio, que por
lógica grava ante todo a los ricos, reduciendo
sensiblemente la recaudación, mientras incrementaba en
cambio otro, el IVA, que castiga a los pobres. El mismo
Gobierno, en fin, que apenas hace nada para luchar
contra el fraude fiscal y que mantiene la legislación
más laxa de la Unión Europea en lo que hace a evasión de
capitales y paraísos fiscales.
Tercera.
Si hay un dios que adoran políticos, economistas y
muchos sindicalistas, ese dios es el de la
competitividad. Cualquier persona con dos dedos de
cabeza sabe, sin embargo, en qué se han traducido, para
la mayoría de quienes están aquí, las formidables
ganancias obtenidas en los últimos años en materia de
competividad: salarios cada vez más bajos, jornadas
laborales cada vez más prolongadas, derechos sociales
que retroceden, precariedad por todas partes.
No es difícil
identificar a las víctimas de tanta miseria. La primera
la aportan los jóvenes, que engrosan masivamente nuestro
ejército de reserva de desempleados. Si no hubiera
muchas tragedias por detrás, tendría su gracia glosar
esa deriva terminológica que hace media docena de años
nos invitaba a hablar de mileuristas [2]
para retratar una delicada situación, hoy nos invita a
hacerlo de quinientoseuristas y pasado mañana, las cosas
como van, nos obligará a referirnos a los
trescientoseuristas. La segunda víctima son las mujeres,
de siempre peor pagadas y condenadas a ocupar los
escalones inferiores de la pirámide productiva, a más de
verse obligadas a cargar con el grueso del trabajo
doméstico. Una tercera víctima son los olvidados de
siempre, los ancianos, ignorados en particular por esos
dos maravillosos sindicatos, Comisiones y UGT, siempre
dispuestos a firmar lo infirmable. No quiero olvidar, en
cuarto y último lugar, a nuestros amigos inmigrantes,
convertidos, según las coyunturas, en mercancía de quita
y pon. Estoy hablando, al fin y al cabo, de una escueta
minoría de la población: jóvenes, mujeres, ancianos e
inmigrantes.
Cuarta.
No quiero dejar en el olvido los derechos de las
generaciones venideras y, con ellos, los de las demás
especies que nos acompañan en el planeta Tierra. Lo digo
porque en este país en el que estamos hace mucho tiempo
que confundimos crecimiento y consumo, por un lado, con
felicidad y bienestar, por el otro. Hablo del mismo país
que ha permitido orgulloso que su huella ecológica se
acrecentase espectacularmente, con efecto principal en
la ruptura de precarios equilibrios medioambientales.
Ahí están, para testimoniarlo, la idolatría del
automóvil y de su cultura, esos maravillosos trenes de
alta velocidad que permiten que los ricos se muevan con
rapidez mientras se deterioran las posibilidades al
alcance de las clases populares, los castigos, acaso
irreversibles, que han padecido nuestras costas o, para
dejarlo ahí, la dramática desaparición de la vida rural.
Nada retrata mejor dónde estamos que el hecho de que
España se encuentre en el furgón de cola de la Unión
Europea en lo hace a la lucha contra el cambio
climático, con un Gobierno que alienta la impresentable
compra de cuotas de contaminación en países pobres que
no están en condiciones de agotar las suyas.
Quinta.
Entre las reivindicaciones que plantea la plataforma que
promueve estas manifestaciones y concentraciones hay una
expresa relativa a la urgencia de reducir el gasto
militar. Me parece tanto más pertinente cuanto que en
los últimos años hemos tenido la oportunidad de
comprobar cómo nuestros diferentes gobernantes rebajaban
de manera muy sensible la ayuda al desarrollo. Nunca lo
subrayaremos de manera suficiente: el momento más
tétrico de nuestra crisis dibuja un escenario claramente
preferible al momento más airoso de la situación de la
mayoría de los países del Sur.
Vuelvo, con todo, a lo del gasto militar. Este último,
visiblemente ocultado tras numerosas partidas, responde
a dos grandes objetivos. El primero no es otro que
mantener a España en el núcleo de los países poderosos,
con los deberes consiguientes en materia de apoyo a esas
genuinas guerras de rapiña global que lideran los
Estados Unidos. El segundo se vincula con el designio de
preservar un apoyo franco a lo que hacen tantas empresas
españolas en el exterior. ¿Alguien ha tenido noticia de
que algún portavoz del Partido Socialista o del Partido
Popular se haya atrevido a criticar, siquiera sólo sea
livianamente, las violaciones de derechos humanos
básicos de las que son responsables empresas españolas
en Colombia como en Ecuador, en Perú como en Bolivia, en
Argentina como en Brasil?
Acabo. Me
gustaría en estas horas tener un recuerdo para alguien
que nos ha dejado en Madrid el martes pasado. Hablo de
Ramón Fernández Durán, que iluminó nuestro conocimiento
en lo que respecta a las miserias del capitalismo global
y nos puso sobre aviso ante lo que nos espera de la mano
de esa genuina edad de las tinieblas en la que, si no lo
remediamos, nos adentramos a marchas forzadas. No se me
ocurre mejor manera de hacerlo que la que me invita a
rescatar una frase que ha repetido muchas veces mi amigo
José Luis Sampedro, de quien escucharemos, por cierto,
un saludo dentro de unos minutos., La frase en cuestión,
que creo refleja bien a a las claras nuestra intención
de esta tarde, la pronunció Martín Luther King, el
muñidor principal del movimiento de derechos civiles en
los Estados Unidos de cincuenta años atrás. Dice así:
“Cuando reflexionemos sobre nuestro siglo, lo que nos
parecerá más grave no serán las fechorías de los
malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas
personas”.
Muchas gracias
por haberme escuchado.
CARLOS TAIBO
* Discurso reconstruido por el propio orador sobre la
base de sus apuntes, al final de la multitudinaria
manifestación que convocó la plataforma Democracia Real
Ya.
[1] Profesor de Ciencia Política la
Universidad Autónoma de Madrid y activista
[2] El neologismo mileurista (surgido
a partir de mil euros) se emplea en España para definir
a una persona con unos ingresos que no suelen superar
los 1.000 euros |