Enumero alguno de esos
retos: afianzar la legitimación que aporta el vínculo
social con los trabajadores, a partir de la afiliación y
la representación en los centros de trabajo y las
empresas; reforzar el sindicalismo confederal como un
espacio organizativo que permita trabar intereses
compartidos, agregar voluntades y evitar la segregación
que propicia el actual modelo social; ejercer el
conflicto social en todos los espacios en que este se
produce, en las empresas, en las políticas públicas, en
los conflictos socioeconómicos; generar una cultura que
permita al sindicato abrirse a las necesidades e
inquietudes personales de los trabajadores en el
ejercicio de sus derechos laborales y sociales.
Pero de todos, el reto más
importante para la legitimidad social del sindicalismo
afecta a la comunicación, a la manera en que se
transmiten y se comparten las razones del sindicalismo,
sus valores, su ideología –no partidaria, pero siempre
comprometida con los valores de transformación social-,
y cómo se llega a las personas trabajadoras en una
sociedad con una gran concentración de poder en los
medios de comunicación y, sobre todo, con una gran
hegemonía de las ideas ultraconservadoras.
Este reto no es fácil,
especialmente cuando el sindicalismo amplía su ámbito de
actuación a los espacios socioeconómicos, como ha
sucedido con las negociaciones de la Seguridad Social y
el acuerdo social. En estos casos los mecanismos de
comunicación propios del conflicto social que se da en
un ámbito reducido, limitado y cercano a los
trabajadores, resultan insuficientes.
En estos supuestos de
intervención del sindicato confederal, la comunicación,
los mensajes, el relato del sindicalismo sobre el
conflicto en cuestión acaba siendo intermediado por los
medios de comunicación que acaban gestionando muchas
veces el relato, las razones del propio sindicato. Lo
comprobamos con la huelga general de septiembre y
después con la firma del acuerdo social. Desde los
mismos medios y con argumentos contrapuestos y
contradictorios se critica y se intenta deslegitimar al
sindicalismo, ora porque actúa irresponsablemente cuando
hace huelga, ora porque no defiende suficientemente los
trabajadores cuando llega a acuerdos. Pero de nada vale
la queja. Se hace imprescindible y urgente construir
nuevas formas de comunicación que permitan al sindicato
mantener la legitimidad social para poder desarrollar su
función.
Esta es la más importante
dificultad para legitimar la acción del sindicato cuando
esta se produce fuera del centro de trabajo, en espacios
muy generales, en los que el sindicalismo llega a los
trabajadores de manera intermediada, a través de los
medios de comunicación.
Los cuales construyen sus
propios relatos sobre el sindicalismo a partir de sus
intereses políticos, también empresariales, y en los que
la precariedad laboral de los profesionales dificulta el
ejercicio de su función social: garantizar la verdadera
pluralidad de la sociedad.
Máxime cuando las nuevas
generaciones de profesionales de la comunicación han
sido educadas para que desconozcan y renuncien a su
función social.
Por ello, si el
sindicalismo quiere mantener su legitimidad social
para poder ejercer su función social y ser útil a
los trabajadores que afilia y representa y actuar
como contrapoder social, requiere, como si fuera el
aire que respira, generar sus propios relatos,
marcos e instrumentos de comunicación que
permitan establecer comunicación y proximidad como
antaño lo fueron la asamblea y el contacto directo.
No se trata de renunciar a las formulas
tradicionales, sino de complementarlas para que el
sindicato pueda llegar allí donde las formulas de
siempre no llegan o no sirven o son insuficientes.
Joan
Coscubiela
Profesor de Derecho Laboral. Facultad de Derecho de
ESADE
Escuela Superior de Administración y Dirección de
Empresas
Universidad Ramón Llull. |