Así se llaman a sí
mismos. Son nuestros hijos e hijas y serán también
los hijos de nuestros hijos. Cada vez son más los que
viven ‘sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo’.
Quieren trabajar, pero no les dejan; quieren
emanciparse, pero no tienen dinero; quieren participar,
pero encuentran el camino cerrado; quieren construir su
futuro, pero quienes tienen el poder y la riqueza se lo
están impidiendo. Una ola de indignación se ha levantado
entre ellos y han comenzado a manifestarse en las calles
de las ciudades españolas. Quieren hacerse oír por la
opinión pública y por los gobernantes, como ya se están
haciendo oír en otros países de Europa.
Sí, así es, nuestros
jóvenes se sienten sin futuro, sin salida. Viven en casa
de sus padres hasta los 30 años, sin empleo, sin
ingresos, sin expectativas, deprimidos, desencantados. Y
exigen responsabilidades a quienes las tienen, a quienes
por su codicia y su incompetencia han puesto en peligro
el porvenir de toda una generación. Cada día aumenta la
‘indignación’ a la que apela el anciano Hessel, cada día
se une más gente a la protesta de esta juventud sin
esperanza, porque «vendrán tiempos peores», como dice
Sánchez Ferlosio, y los jóvenes no quieren estar ciegos
por más tiempo. El día 7 de abril se manifestaron en
Madrid y en otras ciudades españolas, y el día 8 lo
hicieron en Murcia. Como madre, como profesora, como
sindicalista y como ciudadana, no puedo dejar de unirme
a su indignación y a su protesta.
Están en completo
desacuerdo con la política de recortes sociales y
laborales, tanto del Gobierno central como de los
gobiernos autonómicos. Son la juventud más preparada de
la historia de España y sin embargo van a vivir en
condiciones peores que sus padres: su presente es
oscuro, pero saben que su futuro lo será aún más. Si la
tasa media de paro en España es del 21% (el 25% en
Murcia), la de los jóvenes supera el 40%, la más alta de
la UE.
En cuanto a los que tienen
la ‘suerte’ de trabajar, la reforma laboral ha aumentado
todavía más la precariedad de sus contratos y salarios:
el 63% gana menos de 1.100 euros al mes. Están viendo
cómo aumenta la «flexibilidad» laboral (otra manera de
llamar al despido libre), cómo se cuestiona la
negociación colectiva, cómo se retrasa la edad de
jubilación, cómo se aumentan los años de cotización para
poder percibir una pensión… En fin, se ven, como
trabajadores precarios, indigentes y sin derechos de por
vida.
Divisan para sí mismos un
horizonte sin futuro. Observan el continuo aumento de la
mercantilización de los servicios públicos, y en
particular de la educación, pues los gobiernos apuestan
cada vez más por la rentabilidad privada y no por la
formación y el conocimiento como bienes colectivos. Como
dicen en su manifiesto, observan que se camina hacia
«una universidad de élite para una minoría y fábrica de
precarios para una mayoría».
Piensan que los gobiernos,
sometidos a la codicia insaciable de los mercados, los
quieren convertir en una generación sin futuro. Sienten
que no tendrán posibilidad de acceder jamás a una casa y
a un empleo dignos. Se saben víctimas de un modelo
económico fracasado. Denuncian la incapacidad de las
élites políticas para reaccionar ante esta crisis con
creatividad y con medidas alternativas. Y rechazan que
los gobiernos, sometidos al poder de los mercados, se
limiten a socializar las pérdidas y a imponer
sacrificios a los más débiles.
Quieren ser escuchados,
quieren ser protagonistas de su propia vida y promover
un cambio de rumbo. Son conscientes de que la
movilización y la lucha tienen sentido, que luchar es
avanzar. Sus ejemplos más cercanos son Italia, Francia,
Grecia e Islandia. Pero también en el mundo árabe han
visto cómo la juventud se ha rebelado ante regímenes
autoritarios y corruptos que durante décadas habían
condenado a la gente a vivir en la indigencia.
La indignación ha llevado
a muchos chicos y chicas a salir a la calle para hacer
oír su voz, como hemos venido haciéndolo en los últimos
meses los empleados públicos murcianos. Son estudiantes,
titulados en paro, jóvenes con empleos precarios,
investigadores y técnicos cualificados, activistas
sociales, etc. Quieren que su indignación se extienda
por toda la sociedad. Disienten del mundo que han
recibido y reivindican su derecho a tener derechos, a
construir para ellos un mundo más digno.
Por eso, han firmado
juntos un manifiesto, en el que denuncian el estado cada
vez más sombrío de su realidad, que es la nuestra.
Piensan que hay que hacer lo imposible para hacer lo
posible, y que se puede, como dice la canción, «más allá
del cielo gris, ir construyendo alternativas al
invierno».
Alicia
Poza Sebatián
Portavoz de STERM-Intersindical |