El
profesor Krugman argumenta que "esa
verdad universalmente conocida de que la
educación es la clave del éxito
económico, eso que todo el mundo sabe,
es inexacto". Lo hizo en su artículo
Titulaciones y dólares, del domingo
13 de marzo en el suplemento Negocios de
EL PAÍS.
Las
razones que ofrece son, primero, que el
progreso tecnológico está reduciendo en
realidad la demanda de trabajadores
cualificados que desempeñan, sobre todo,
tareas no manuales, pero rutinarias;
segundo, que desde 1990 en el mercado
laboral en EEUU tanto el empleo bien
remunerado como el poco remunerado han
crecido rápidamente mientras los
trabajos con sueldos intermedios se han
quedado rezagados.
Sostiene
en tercer lugar que los economistas
Autor, Levy y Murnane defendían ya hace
años que era erróneo considerar que los
avances tecnológicos hacen aumentar las
oportunidades laborales de quienes
trabajan con la información. En cuarto
lugar, nos recuerda Krugman que, según
las investigaciones de Alan Blinder y
Alan Krueger, cada vez son más
"trasladables al exterior" los trabajos
bien pagados y realizados por empleados
altamente cualificados y, por tanto,
están más sujetos a la competencia
internacional, con la consiguiente
disminución de los salarios percibidos
por estos profesionales en las últimas
décadas en las sociedades más
desarrolladas. Finalmente, argumenta el
profesor Krugman que hay cosas que la
educación no puede hacer: "Ya no es
cierto que tener una titulación
universitaria le garantice a uno un buen
trabajo". Tiene toda la razón, cuando se
refiere a determinados títulos o
certificaciones de educación media o
superior, profesional o universitaria,
que no satisfacen la demanda de
competencias y habilidades que realizan
las empresas.
El trabajo
de Autor, Levy y Murnane que cita el
profesor Krugman señala, efectivamente,
que está cambiando de modo muy acelerado
en el mercado laboral la demanda de
competencias de los ciudadanos. Desde
los años setenta y ochenta del siglo
pasado ha descendido radicalmente la
demanda de competencias rutinarias,
tanto manuales como cognitivas. También
descendió entre los años sesenta y
finales de siglo la demanda de
competencias manuales no rutinarias,
pero este proceso se ha ralentizado muy
notablemente desde finales de siglo. El
ejemplo de competencias manuales no
rutinarias que posee un conductor de
camiones o el de determinados trabajos
artesanales es ilustrativo: son trabajos
demandados y no fácilmente sustituibles
por la tecnología. Pero, en cualquier
caso, la demanda de competencias no
rutinarias, tanto analíticas como
interactivas, crece ininterrumpidamente
en el mercado laboral desde los años
setenta, crecimiento que se ha acelerado
en los últimos años de economía global.
Estas competencias también las
proporcionan la educación y la
formación.
Este
análisis sobre la demanda de
competencias ha sido fundamental a la
hora de orientar la introducción, la
adquisición y la evaluación de las
competencias básicas en la educación,
como ha puesto de manifiesto de modo
reiterado el estudio PISA de la OCDE
desde su primera edición en 2000. Cuando
se trata de competencias básicas en la
educación obligatoria, han de tenerse en
cuenta de modo muy relevante las
competencias que los ciudadanos
necesitan para afrontar con éxito el
empleo. Con más razón deben adoptarse
todo tipo de cautelas para que la
educación y la formación media y
superior cuiden con toda atención la
formación de sus alumnos y los prepare
para el mundo laboral. Pero en la
educación básica, como en la formación
profesional y en la universitaria, ha de
analizarse qué educación se desea, no
solo desde el lado de la demanda, es
decir, desde las necesidades actuales de
los empresarios, sino también desde el
punto de vista de los individuos y las
sociedades, desde las necesidades
presentes y futuras, desde la
perspectiva de que la sociedad, la
economía, son susceptibles de mejora.
Esto debe
ser así porque las necesidades cambian
de modo muy acelerado con el progreso
tecnológico, el desarrollo de las
sociedades y la incorporación a la
ciudadanía democrática. Pero, segundo y
mucho más importante, porque la
educación debe atender a las necesidades
de la economía, sí, pero esta está al
servicio de las necesidades de los
individuos y de las sociedades -"Qué
sociedad deseamos, qué educación es la
apropiada para alcanzarla"- y, además,
la educación debe adelantar el futuro.
Con toda seguridad, la educación y la
formación alcanzadas por Aristóteles o
por Adam Smith no eran las
imprescindibles desde el punto de vista
de las demandas económicas de la Atenas
clásica o de la Inglaterra del siglo
XVIII, ni aquella educación que
recibieron fue la clave del éxito
económico de sus sociedades.
Para
satisfacer la demanda de competencias,
no ya básicas, sino profesionales y
especializadas, que demandan los
mercados es necesario que la educación
incorpore a sus programas dichas
competencias y prepare adecuadamente a
sus ciudadanos para acceder con éxito al
mercado laboral. Esta preocupación es la
que lleva a formular a instituciones
como OCDE o la Unión Europea y a la
mayoría de los países sus programas y
estrategias sobre las competencias y
destrezas que debe proporcionar la
formación profesional y las
universidades, más allá de la educación
básica. Pero esto no debe ser
incompatible con afrontar otras
necesidades educativas y formativas de
los ciudadanos y de las sociedades.
La
convulsión revolucionaria y democrática
que recorre los países árabes y otras
culturas y sociedades islámicas en 2011
no es el fruto de una formación ajustada
a la demanda de los mercados. Esta
convulsión la protagonizan individuos
que reclaman libertades, democracia y
ciudadanía, que exigen nuevas
sociedades, nuevos valores y que, por
eso, estén quizá en condiciones de
propiciar nuevas demandas a la economía
de sus países y a la mundial.
Necesitamos educar y formar ciudadanos
bien preparados para encontrar empleo en
este mundo globalizado, pero también
para mejorarlo, transformarlo,
cambiarlo. Ciudadanos que pueden
trabajar con dignidad, ejercer su
ciudadanía, disfrutar de derechos y
libertades y contribuir al cambio de los
modelos económicos que impiden que de
sus beneficios disfruten todos los
conciudadanos.
Aceptaría
de buen grado la tesis del profesor
Krugman si se sustituye educación por
titulaciones o credencialismo, como hace
en el encabezado de su artículo: "Todo
el mundo cree que cualquier titulación
superior, profesional o universitaria es
la clave del éxito económico y eso no es
cierto". Sin embargo, cuando afirma: "Si
queremos una sociedad en la que la
prosperidad esté bien repartida, la
educación no es la respuesta", habría
que decir que no es la "única"
respuesta. Desde mi admiración y respeto
por el profesor Krugman me permito
recordar que hay evidencias que muestran
la investigación económica y educativa
de que una educación que prepara a sus
individuos para los retos sociales,
económicos e individuales es la
verdadera riqueza de las naciones.