No cesan
de agobiarnos, a los docentes e
investigadores, con la cantinela de la
competitividad y de los rankings. La
última jeremiada versa sobre el
irrisorio lugar ocupado por España en el
ranking mundial de universidades.
Hay, por
lo visto, algo denominado "ciencia
española", y se dictamina que en la
actualidad es escasa y no competitiva.
Ahora bien, a los docentes e
investigadores nos importa un bledo que
los conocimientos que creamos o
impartimos sean españoles o finlandeses.
El conocimiento no tiene fronteras, por
peninsulares que sean. Universidad
significa universalidad. Así se entendió
en la época del nacimiento de la ciencia
europea. El heliocentrismo no fue
polaco, ni las órbitas planetarias
elípticas fueron checas, ni la
gravitación universal fue inglesa. ¿Es
acaso judía la relatividad?
Quede la
desazón por los rankings para los
políticos (por el prestigio) o para los
economistas (por los royalties). Pero a
los universitarios que nos dejen en paz.
Si nos dan más y mejores medios
produciremos más y mejor. Pero no para
subir en el ranking, sino para aumentar
el acervo de conocimiento de la
humanidad.
A los
entusiastas de la competitividad como
los autores del artículo
No hay ciencia sin competición
(EL PAÍS, 12 de marzo) les recomendaría
la lectura del trabajo de
Malcolm Gladwell en el New Yorker
del 14 de febrero, con particular
atención a las últimas líneas: "El
que ocupa el primer lugar en cualquier
sistema de rankings es en realidad el
que lo organiza".