¿Serán
las mujeres las que toquen el
réquiem de esta época tan gris y de
su anciano Sultán?
Yo creo que sí. En todos los tiempos
y en todos los lugares del mundo,
las mujeres han protagonizado las
revoluciones, ruidosas o invisibles.
En nuestro caso sería, además, una
némesis. Al principio de todo,
Silvio Berlusconi,
vendedor de si mismo, entró en
política directamente desde el mundo
del comercio con una seguridad: las
mujeres que ven mis televisiones me
aman, me van a votar. Ha sido así:
las mujeres han sido su público y su
fuerza.
A
partir de una época un poco
posterior, no le alcanzó con ser
amado, sino que quiso además
amarlas. Como él mismo dice: muchas,
y muchas a la vez, jovenes y
adolescentes,
un harem de chicas
a quienes daba las gracias con un
escaño en el parlamento europeo o
nacional, un ministerio, un papel de
protagonista en una película o un
trabajo en la televisión pública.
Como si todo fuera suyo, como si
fuera normal. Comprar, pagar,
disfrutar de la debilidad económica
y cultural en la cual el país iba
cayendo más y más cayendo en su
propio interés. Da igual que fuera
el interés de una sola noche.
A un
país jorobado le cosió un traje de
jorobado. No se le ocurrió nunca
intentar mejorar la enfermedad
social: dijo que eso era normal, que
era "el sistema". Nunca se le
ocurrió tampoco que el amor -palabra
que quiso transformar en el surreal
nombre de su partito politico- en la
vida de cualquiera es gratuito. Lo
compró, como compra todo, e insistió
llamándolo lo que ya no era: amor.
Durante mucho tiempo las palabras no
tuvieron ya sentido, y en
consecuencia, lo que pasaba tampoco
parecía tener sentido.
Un
día, sin embargo, miles y miles de
mujeres respondieron a nuestra
pregunta. ¿Dónde estáis, mujeres de
Italia? ¿Estáis acaso esperando
entrar en la villa del
Sultán? Muchas de ellas
habían permanecido en silencio
durante todo este tiempo porque no
podian hablar: tenían trabajo, mucho
trabajo que hacer en un país donde
los viejos y los niños son asunto de
las mujeres. Tenían que ganar dinero
(muy poco, las mujeres) para
sobrevivir y cuidar a los padres y a
los hijos a la vez. La vida real no
es la que se ve en la televisión. No
en la de Berlusconi,
por lo menos. Las mujeres tampoco.
Pero un día se dieron cuenta.
Tuvieron la fuerza de decir
"basta ya". Era el 13 de
febrero, un domingo.
Dos días después otra mujer, una
juez, decidió que
debería ser procesado por los
delitos de cohecho
y prostitución de menores.
Será juzgado por un tribunal de tres
fiscales,
tres mujeres también. No va a
ser el juicio del tribunal, en todo
caso, el que nos dirá si
Berlusconi está
al final de su carrera. Será el
juicio de los italianos el que debe
establecerlo. Y de las italianas.
Puede ser que no sea manaña, que se
necesite más tiempo. No vamos a
taner prisa y lo vamos a conseguir.
El viento está cambiando, todo el
mundo lo huele: tiene el sabor del
mar.