El
movimiento ha sido coordinado y
multipartidista, lo que permite
apreciarlo al margen de filtros o sesgos
ideológicos. Las comunidades autónomas
de Canarias, Cantabria, Castilla-La
Mancha, Madrid y Murcia, gobernadas por
siglas diversas, y que recorren de
izquierda a derecha (pasando por los
nacionalismos periféricos) todo el
espectro político español, han
decidido hacer economías dejando de
convocar plazas de profesores para la
enseñanza pública. Ahora que se
aproximan elecciones, y volveremos a oír
a diestro y a siniestro las más bellas
palabras, es oportuno que nos ilustren
previamente con sus hechos. El mensaje
no puede ser más elocuente, ni dejar más
claro en qué andan y en qué no andan
nuestros dirigentes, de todo signo.
La
decisión viene a ser la culminación de
un proceso que se viene desarrollando
desde hace años, a despecho de las
sucesivas leyes educativas con las que
cada uno trata de echar abajo los
cambios introducidos por su predecesor
de signo opuesto. Cambios que rara vez
tienen que ver con el núcleo central de
los problemas de la educación, sino con
arrabales tales como la enseñanza de la
religión, la historia común o la forma
de ser ciudadano. Cuestiones todas ellas
respetables y dignas de atención, pero
en las que dudosamente está el meollo
del asunto.
El último
episodio de esta triste historia fue el
desencuentro entre el Gobierno y
el primer partido de la oposición a
propósito del pacto educativo,
intentado con desmayado empeño y
abandonado como se aparta una tarea
engorrosa al primer signo de
encallamiento. La manera, tan poco
sentida, en que unos y otros lamentaron
que fuera imposible entenderse y
archivaron las negociaciones, dejó bien
claro (a quien no lo hubiera notado
antes) que este es un punto nada
prioritario de la agenda.
Lo único
que faltaba era empezar a retirar las
tropas que, mejor o peor, venían dando
la batalla de la educación pública. Se
deja de reponer el contingente docente,
y no es posible que a cambio no se
espere un deterioro suplementario de la
formación que reciben quienes no pueden
procurársela previo pago y han de acudir
a recibirla al sistema general. Con
ello, se termina de consolidar el
destrozo, que repercute no solo en la
baja competitividad de nuestra mal
instruida población, sino también en el
mantenimiento y la agravación de
nuestra injusticia social, por la
pérdida de oportunidades de los más
humildes respecto de los que poseen
recursos para suplir la carencia
pública.
En
cualquier país del mundo, incluso en los
más atrasados, los ricos pueden llevar a
sus hijos a un buen colegio. El grado de
desarrollo de una sociedad se mide por
la formación que recibe aquel cuyos
padres no tienen un duro. Si la crisis
impone ahorrar, tómese de otra partida.
Que hay donde escoger.