UN 65%
del crecimiento de la renta mundial
en los últimos ocho años ha ido a
parar a los bolsillos del 1% de las
personas que más ganan. Hace un
cuarto de siglo, el 1% más rico de
los norteamericanos disfrutaba del
12,3% de la renta nacional; en el
2007 ese porcentaje de renta casi se
había doblado y alcanzaba el 23,5%.
En el 2009, los 25 gestores de los
fondos especulativos más importantes
del planeta cobraron unos mil
millones cada uno… He aquí tres
cifras abultadas que se manejaron la
pasada semana en el foro económico
de Davos, donde por primera vez se
ha formulado, con inquietud, la
pregunta: ¿cobran demasiado los
altos ejecutivos?
Dicha cuestión parecerá a muchos pura retórica. La respuesta, a su entender, sólo puede ser sí. Abonan esta opinión dos motivos, más allá de los estrictamente éticos. El primero se basa en la razón: difícilmente se pueden justificar sueldos de estas dimensiones, por lo general asociados a la economía especulativa, que no a la productiva. El segundo motivo es de orden coyuntural: escapa a la comprensión del común que los desequilibrios retributivos sigan creciendo en tiempos de crisis, ocasionada en gran medida por la burbuja financiero-especulativa, cuando muchos han perdido el empleo y el sustento y se hallan, ahora mismo y aquí, en una situación económica que aboca a la desesperación.
Los datos reunidos en el primer párrafo no son de ayer. Datan, como poco, de entre hace uno y tres años. ¿Quiere ello decir que estas prácticas excesivas se han corregido en el último año? No. No quiere decir eso. A principios de esta semana trascendió que el presidente de Goldman Sachs, una de las entidades bancarias norteamericanas que obtuvieron fondos públicos para su recapitalización, se acababa de triplicar el sueldo. Y, con él, han recibido grandes aumentos no pocos de sus acólitos, inmediatamente después de un ejercicio en el que los beneficios de la entidad se redujeron un 38%.
Los defensores de estos salarios muy elevados sostienen que es preciso pagarlos para fidelizar a los ejecutivos más talentosos. Quienes los critican – y, como decíamos, se han oído voces en esta línea en Davos-argumentan que si una parte significativa de los beneficios del crecimiento económico revierten en quienes fomentan los mercados especulativos y, además, aquellos invierten sus crecientes fortunas en estos, difícilmente se relanzará el consumo masivo y la economía real. Todos tienen, sin duda, sus razones e intereses. Pero parece claro que estos desequilibrios retributivos benefician a una minoría, incomodan al resto y no tienen efecto positivo sobre el conjunto de la economía.
La Vanguardia