Las protestas estudiantiles en Francia provocaron en otras latitudes una cierta añoranza por su capacidad de movilización y representación de la sociedad civil en un momento en que las decisiones políticas se plegaban a no se sabe qué fuerza económica. En Reino Unido e Italia, las protestas estudiantiles de noviembre y diciembre contra los planes de reforma educativa censuraban también a una indolente clase política. En Turquía, y también en diciembre, las protestas denunciaban la excesiva influencia gubernamental en las universidades. Y ahora, Túnez y Argelia concentran el foco de estas protestas de jóvenes desencantados.
En la mayoría de los casos, los planes gubernamentales no se han detenido. Tampoco han sido infrecuentes las alusiones a la falta de responsabilidad de los jóvenes. Pero también ha habido otras voces, como la del presidente italiano, Giorgio Napolitano, más cercanas a la resiliencia mostrada por estos movimientos y el futuro de cualquier sociedad. Se advierte del peligro que supone la aparición de una generación perdida de no tomar en consideración este desencanto. Un desencanto que se puede representar en la dramática evolución del desempleo entre jóvenes menores de 25 años. Sólo entre 2007 y 2009, el paro juvenil creció en 7,8 millones frente a una media anual de 192.000 en el decenio inmediatamente anterior a la crisis, 1997-2007 (según la OIT).
Ni los países desarrollados ni la Unión Europea, con una de las generaciones con mayor formación, han podido eludir esta tendencia, y entre 2008 y 2009 el desempleo juvenil se incrementó en cuatro puntos porcentuales. Si la tasa de desempleo se situaba en el 9,6% para la UE-27, el desempleo juvenil llegaba al 21,7% (según Eurostat). Tampoco los países en vías de desarrollo resultan ajenos a esta dinámica, si bien el mayor porcentaje de economía informal puede inducir a relativizar su exposición al fenómeno.
El descontento es generalizado e independiente de la geografía o el nivel de desarrollo económico. No parece que una división internacional del trabajo por la que algunos países (Asia) se concentran en las manufacturas, otros (África o América Latina) en la agricultura y otros (Europa) en servicios esté revirtiendo esta dinámica.
Tampoco parece que las reformas estructurales, que se dicen necesarias, tengan como prioridad una revitalización del pacto intergeneracional, sino que descuidan esta creciente fractura entre generaciones.