Bastaba con ver la ilusión
en las caras de los miembros del Gobierno que se
deshacían en reverencias y agasajos para confirmar que
aquella nutrida delegación de ojos rasgados no era la
junta directiva de la patronal de los Todo a 100 sino el
auténtico séquito de los Reyes Magos de Oriente. Todo
esfuerzo tiene su recompensa.
Como hemos sido buenos y
hemos hecho muchas reformas, sus majestades chinas han
traído en sus camellos contratos por varios miles de
millones de euros para la flor y nata de nuestro
empresariado, que aquí no crearán trabajo pero en China
se van a salir de la tabla. Y lo más importante: han
prometido que a esos títulos de deuda pública española
tan bien remunerados no les faltará comprador al oeste
de la Gran Muralla.
Decía Bernard Shaw que el
dinero no es nada, pero mucho dinero ya es otra cosa. Es
magia en estado puro. ¿Han escuchado a alguno de
nuestros gobernantes o a esos miembros de la leal
oposición de piel tan fina hablar de los derechos
humanos en China? ¿Les han oído exigir a Zapatero que,
ya que tenía enfrente al viceprimer ministro chino, le
cantara las cuarenta sobre su régimen y le conminara a
liberar de inmediato al reciente premio Nobel de la Paz
Liu Xiaobo? ¿Habrá más libertades en China que en Cuba o
en Venezuela y no nos habremos enterado por eso de la
distancia?
Por lo visto, antes que
Berlín, que nos tiene gato, es mejor que nos rescate
China, donde se han dado cuenta de que hinchándose a
comprar deuda de esos manirrotos occidentales pueden
mantener sobrevalorado el dólar y el euro y conservar
intacta su competitividad para seguir exportando a
tutiplén. Si antes el ahorro de Pequín financió nuestras
alegrías, ahora sufraga nuestras calamidades, y todo
gracias a la explotación de millones de trabajadores
chinos, por cuya suerte no hay que preguntar para no
ofender a sus autoridades.
Los mismos que se muestran
inflexibles con países cuyas carencias democráticas
también podrían encontrar justificación se escudan en el
realismo político y en la diplomacia pragmática para
referirse a la relación de camaradería que estamos
obligados a mantener con la dictadura China. Es el suyo
un cinismo insoportable. Ni siquiera les disculpa esta
revelación de que los Reyes Magos viven a orillas del
río Yangtsé y no son los padres.
Juan
Carlos Escudier |