Quizás muchos de
ustedes no recuerden a Licia Ronzulli por su nombre.
Ella saltó a las portadas de los diarios el día de
septiembre de este año en que decidió ir con su hija
Vittoria, un bebé de días, a las sesiones del
Parlamento Europeo. Desde entonces esta mujer sigue
llevando a su niña al trabajo, amamantándola entre
reuniones y acunándonla en los plenos. Cuando el
lunes
los ministros de Trabajo europeos tumbaron la
ampliación de la baja maternal a las 20 semanas
(en España es de 16), los periodistas corrieron a
preguntarle a Ronzulli qué le parecía aquello. Lo
que llama la atención de lo que dijo fue cuanto
afirmó del desinterés general y del obstruccionismo
de sus colegas hombres hacia los derechos de la
maternidad: "Es un problema cultural por la idea de
que los hijos son de las mujeres y las mujeres se
tienen que ocupar de ellos. Desgraciadamente, el
hombre tiene esta idea".
El valor de la imagen
de esta parlamentaria con el bebé en brazos y su
amargo y certero lamento tiene menos que ver con las
circunstancias particulares – Ronzulli cobra lo
suficiente para pagarse una canguro-que con el
mensaje que desprende. Su decisión de llevar a
Vittoria al Parlamento y abanderar una red de
presión de mujeres en Bruselas se ha convertido en
icónica porque deja ver la importancia y la urgencia
de equilibrar conciliación y productividad. A la
corta, las empresas tienen que enterarse de una vez
de lo que estamos hablando. A la larga, una sociedad
que no asuma los costes – ni descubra los beneficios
personales y económicos-de la conciliación está
mirando al siglo XIX.
Para empezar,
convendría ir recordando a los ministros de Trabajo
que unos permisos de maternidad largos y bien
pagados reducen el porcentaje de mujeres que
abandonan el trabajo. No es lo mismo para una madre
plantearse un regreso a la empresa con un bebé de
tres meses y medio que cuando el crío tiene cinco.
Por supuesto que el coste de conceder más semanas de
baja depende de cada país, pero, con sólo un aumento
inferior al 1% en la tasa de participación femenina
en el mercado laboral, el gasto público de
maternidad estaría plenamente justificado.
Dicho esto, aun siendo
una buena opción, la ampliación de la baja maternal
no deja de ser una medida marginal. Para conseguir
la igualdad habría que abrazar otro tipo de cambios:
que el permiso se dividiese a la mitad entre el
padre y la madre, o subvencionar más guarderías, o
propiciar unos horarios más flexibles sin que esto
sea un eufemismo que encubra más precarización
laboral y salarial. La mujer debería poder tenerlo
todo: profesión y maternidad, y además una edad
biológicamente más adecuada para escoger cuándo y
cuántos hijos tiene. El problema es económico,
cierto, pero sobre todo cultural. Bienvenidas
sean las Ronzullis del mundo para recordárselo a los
hombres.
Susana
Quadrado