En la célebre película
de Stanley Kramer, Adivina quién viene a cenar esta
noche, (EEUU, 1967) -alegato pseudo antirracista- el
personaje de raza negra, interpretado
convincentemente, pero un tanto exagerado (debido al
tono discursivo, moralista e hipócrita del film),
por Sidney Poitier, tiene que demostrar su valía y
su currículo universitario ante los intelectuales y
aparentemente liberales padres de la novia; blancos,
claro. Sobre todo, ante el padre (Spencer Tracy),
que es quien tiene más prejuicios – y ante los
suyos, humildes y modestos negros, como él-. Las
mujeres, más sensatas, sensibles y comprensivas,
acaban ganando. También –no podía ser menos- el amor
y sus convenciones.
Sólo que el novio
negro no es un negro cualquiera, encontrado por
casualidad merodeando ocioso en un barrio marginal
neoyorquino, sino un apuesto y brillante médico, con
un impresionante expediente académico y una
prometedora carrera profesional. El orgullo de su
familia, sin duda. Ese es quizá el gran error de la
película, sobre todo vista con ojos de hoy. Con un
negro así, ¿cuál es el problema? Desde luego, no el
color de su piel.
También con los
gitanos y otras etnias pasa lo mismo, ya sean
rumanos, magrebíes, subsaharianos, chinos, hindúes o
latinoamericanos. Depende. Si son de buenas
familias, inteligentes, educados, profesionales de
éxito y bien parecidos no hay problema. Tampoco si
son obedientes, sumisos y nada reivindicativos. Que
pasen, que serán más o menos bien recibidos,
mientras no exijan ni molesten. Y si son ídolos de
masas, que además generan riqueza, el origen ni el
color importan. Ahí están, por ejemplo, los y las
deportistas, cantantes, artistas… Lo resumió
certeramente en una frase genial el fenomenal
futbolista camerunés Samuel Eto´o, cuando jugaba en
el Barça: “Correr como un negro, para vivir como un
blanco”.
El problema, por tanto, es la pobreza y sus
consecuencias. Como siempre, a los pobres no los
quiere nadie. Menos aún si son extranjeros o de
otras etnias. En el ámbito educativo, los estudios e
informes anuales sobre el sistema educativo, tanto
del propio Ministerio de Educación como del Consejo
Escolar del Estado revelan reiteradamente el grave
desequilibrio sobre la distribución del alumnado
entre la red pública y la privada-concertada.
Aquélla escolariza a la gran mayoría del alumnado de
minorías étnicas (más del 90 %) mientras que ésta lo
hace en casos muy reducidos (centros excepcionales,
desde luego) o en los que, curiosamente, escolarizan
a hijos de diplomáticos, deportistas, cantantes…
Más concretamente, los
gitanos españoles, con un alto índice de absentismo
escolar (analfabetismo, pobreza, marginalidad,
nomadismo, escasas perspectivas socioeducativas,
etc.) se concentran mayoritariamente en determinados
centros públicos enclavados en barrios obreros o
zonas suburbiales, formando auténticos guetos que
acaban por vaciar los colegios, aunque cerca se
encuentren renombrados colegios religiosos, muy
cristianos ellos, que, incumpliendo las condiciones
del concierto educativo, se nutren exclusivamente de
un alumnado más selecto o con mayores pretensiones.
Entre tanto, las diversas Administraciones
educativas, central y autonómicas, miran para otro
lado, cuando no potencian e impulsan descaradamente
la enseñanza privada contra la pública, con dinero
de todos.
Se justifican alegando
que es la libertad de los padres para elegir centro.
Y un jamón, la libertad de los que pueden elegir, no
te fastidia. Además, qué hace un pobre gitano en un
colegio de esos, con niños y niñas uniformados,
incluso separados en clases distintas; todos
iguales, clónicos, aprendiendo a medrar socialmente.
Mal mirado y rechazado. Aunque pudiera estar allí
con ellos o ellas, escaparía para unirse a los suyos
por la cantidad de trabas, humillaciones y
discriminaciones constantes que sufriría. Así que va
a donde se encuentra más a gusto, con sus iguales o
más parecidos. Lo malo es que se van quedando solos,
como los centros que los admiten. ¡Ay!, la
diversidad. ¡Cuánta tinta gastada en tu nombre!
Las aguas de la
selección natural vuelven a sus cauces y así
retrocedemos décadas, renegamos de grandes
conquistas culturales y educativas para volver a las
cavernas. Si no, echemos una mirada a nuestra vieja
e ilustrada Europa. Francia se emplea a fondo con
las deportaciones de gitanos, los echa a miles, la
Italia de Berlusconi, encantada, y nuestro gobierno
-¡socialista!- se muestra tan comprensivo que da
náuseas. Será la crisis… ¡Si hasta ha salido una
reciente propuesta ministerial de separar a los
listos de los demás para que no se pierdan!
Pobrecitos los listos… Malos tiempos para la tan
traída y llevada diversidad, tan nombrada como poco
practicada, por muy buenos discursos–políticamente
correctos- que en su nombre se pronuncien.
Y, sin embargo, ellos,
los gitanos de mi colegio, tan difíciles y extraños
para mí, me enseñan quizá más que yo a ellos. Me
enseñan, sobre todo, mucha realidad.