La entrañable
palabra «maestro» esta siendo sustituida por la de
«profesor» o «profe», como dicen los más pequeños,
también cargada de connotaciones afectivas, pero
diferente. Ya no es habitual que un alumno llame a su
educador «maestro» o «mestre». Es una pena. Clásica y
legalmente, maestro es el docente de enseñanza primaria
y, con posterioridad, también el de educación preescolar
o infantil. En cambio, y al margen de otras
denominaciones corporativas, profesor es el que imparte
clase en las restantes etapas del sistema educativo. Por
suerte fracasó el experimento de sustituir «maestro» por
«profesor de EGB», llevado a cabo por la Ley General de
Educación, de 1970. Muchos se sintieron orgullosos de
poner en su tarjeta de visita ese nuevo y rimbombante
título, escapando de una denominación asociada, en
épocas no tan lejanas, a penurias económicas y
académicas. La Ley de Medidas para la Reforma de la
Función Pública, del año 1984, recuperaba el «cuerpo de
maestros».
Se ha conseguido la
dignificación económica de esta profesión. La académica
va por buen camino: sus estudios, de nivel medio, pasan
a ser superiores, con el título de grado, en el marco
del Espacio Europeo de Educación Superior, o Plan
Bolonia, en fase de implantación. Por primera vez en la
historia de este país, estos docentes tendrán el máximo
rango funcionarial y podremos hablar de doctores en
Magisterio. Sin embargo, hay que corregir otro error
histórico. A los maestros les sobra especialización y a
los profesores les falta formación pedagógica. No fue un
acierto crear tantas especialidades en el magisterio.
Este educador ha de ser un buen generalista, que
proporcione a sus alumnos una sólida formación básica,
mucho más centrada en técnicas instrumentales, de
comprensión y de expresión que en aspectos conceptuales.
No es positivo que por un aula de primaria puedan llegar
a pasar cinco o seis docentes, además del tutor.
La única capacitación
pedagógica de los profesores de enseñanza media era el
desaparecido y criticado CAP. Este curso ha comenzado a
impartirse el máster de profesorado de secundaria, pero
aún es pronto para hablar de resultados. El nuevo
profesor universitario, cuyo perfil ha sido claramente
definido en Bolonia hace más de una década, va a
necesitar también de una específica cualificación
pedagógica. El futuro pasa, de acuerdo con estas
directrices, por una revisión del clásico modelo de
enseñanza y aprendizaje; por un cambio metodológico en
estas etapas educativas. Hay que potenciar la función
formadora, orientadora y tutora del profesor. Superar la
pasividad del alumno y convertirlo en protagonista de su
propia formación, atendiéndolo individualmente. En
conclusión, vamos a necesitar maestros que sean menos
profesores y profesores que sean más maestros.
Celso
Currás |