Nos hemos quedado de
piedra al conocer el contenido de los papeles del
Pentágono en Afganistán. Creíamos que una guerra era
como el juego de la oca, que incluso se disputaba entre
caballeros desde cómodas tumbonas en la playa, y nos
enteramos de que en la guerra se mata a civiles
inocentes, se caza a insurgentes como si fueran ratones,
se ametrallan autobuses llenos de niños, se comparte
información con servicios secretos traidores y se
realizan ejecuciones al margen de la ley.
Nunca pudimos
imaginar que una guerra fuera esto, y mucho menos la de
Afganistán. Allí, nos dijeron, se va a devolverle la paz
y el sosiego a una población contaminada por el eje del
mal. Después de tantos años, de tantos sacrificios, de
tantos y tantos muertos, creíamos que la misión estaba
cumplida. Y por eso, nos dijeron también, van tropas
españolas. No a ninguna guerra, sino a una misión de
paz, que con el paso del tiempo se tornó en una tarea de
reconstrucción del país.
Ahora descubrimos que la
guerra no es lo que nos contaron. Que se acerca más a lo
que algunos decíamos, pese a no disponer de
conocimientos bélicos, que a lo que nos vendieron. Ahora
quieren que sepamos que en la guerra se juega sucio y
que todo vale. Como si fuéramos papanatas y no
supiéramos que la guerra es horror, es crueldad, es
infamia y es muerte. Todo esto lo hubiéramos ahorrado si
hubieran tenido a bien leer a George E. Marshall. Aquel
que dijo que «el único modo de vencer en una guerra es
evitándola». Porque «cada guerra es una destrucción del
espíritu humano». Esto lo dijo Henry Miller.
Ernesto
Sánchez Pombo
Periodista |