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Los rankings de
universidades valoran las excelencias y la
internacionalidad de los centros. Pero, si nos guiamos
exclusivamente por estos rankings, uno puede tener la
impresión de que lo importante no es la enseñanza, sino
la imagen del centro y que esta sea reconocida y
apreciada.
Es evidente que, para que valoren nuestra calidad,
primero hemos de ser conocidos. Es cierto, también, que
en la época de la globalización, o nos reconocen como
centros de excelencia global, o difícilmente podremos
atraer alumnos de calidad internacional y potenciar los
claustros con profesores de renombre.
Pero, no podemos alejarnos del objetivo primario de la
enseñanza: educar más allá de la mera impartición de
conocimientos.
Educar es preparar a los estudiantes para entender desde
dentro el significado de los conceptos. Es saber
interpretarlos y relacionarlos entre sí y con la
realidad social en que vivimos. Preparar a los jóvenes
para poder dirigir la sociedad del mañana supone
ayudarles a pensar y a valorar el porqué de las cosas.
¿Con qué principios enriquecemos la conciencia de esta
juventud si nos fijamos tan sólo en la imagen externa de
nuestra actividad? Crear un futuro exige educar a las
generaciones jóvenes para extraer, del interior, el
significado de lo que se les enseña. No se trata de
multiplicar conocimientos, sino de entender el profundo
significado de lo aprendido. Tal vez, sería oportuno
recordar el Non multa sed multum. La intensidad con que
se aprende es capaz de educar la mente y la acción de
los interesados, y no la multiplicidad de cosas
aprendidas. Creo indispensable preguntarnos "educar
¿para qué?". ¿Qué pretendemos con nuestro esfuerzo
educativo? Necesitamos buenos profesionales, pero
también que sepan conjugar la profesión con su
responsabilidad individual y colectiva. Sólo después de
responder a la pregunta del para qué, seremos capaces de
diseñar el cómo.
Se trata de buscar y definir aquellas cualidades que
preparan a los estudiantes para responsabilizarse de su
profesión, no sólo por sus conocimientos, sino por su
capacidad de escuchar, entender y valorar las opiniones
de los demás y saberlas respetar en el momento de tomar
decisiones.
Educar exige la capacidad de unos – los maestros-para
saber extraer desde dentro el significado de las cosas y
en otros – los participantes-el interés y el esfuerzo
para sacar provecho del proceso.
Lluís
Pugès
Profesor emérito
Universidad Universidad Ramon Llull |